El dominio estadounidense en la región del Pacífico ha sido incontestable durante casi ochenta años. Sin embargo, el auge de China ha iniciado una batalla para dominar una región inmensa. Pekín apuesta por la diplomacia, el dinero y los soldados. ¿Ha salido ganador?
En la costa norte de Guadalcanal, la isla principal de las islas Salomón, un anciano está sentado en medio de la jungla. Va descalzo y lleva pantalón corto y una cadena con un amuleto. En medio del claro de su palafito hay encendido un fuego crepitante que escupe una columna de humo que sube hasta el cielo azul del Pacífico. Las copas de las palmeras y de los plataneros desgajan los rayos de sol del atardecer y la escena parece sacada de una pintura de Gaugin.
Peter Suibasa tiene 71 años. Durante la época del dominio colonial británico, fue a una escuela de misioneros y después trabajó de leñador. Ambas cosas son fácilmente visibles: habla un inglés elegante y tiene fuertes brazos. Sin embargo, las rodillas ya flaquean y apenas puede ni andar, y sus siete hijos le han dejado solo. Hacerse mayor no tiene nada de idílico en esta isla de los Mares del Sur.
«Nos hace falta agua», explica Suibasa. «Pero no tenemos». Los arroyos que antaño bajaban chapoteando de la montaña se han ido secando como consecuencia de la deforestación, con la que también Suibasa se había ganado la vida. En la playa y en los atolones, el nivel del mar cada vez aumenta más y las aguas freáticas se salinizan.
A varios cientos metros de la casa de Suibasa, más allá del camino, un político importante tiene la casa, y varios kilómetros en la otra dirección, la tiene un antiguo primer ministro. «Ninguno de los dos ayuda», afirma Suibasa. Antes, de vez en cuando pasaba un camión cisterna de una organización humanitaria japonesa, pero hace tiempo que no viene. Hasta ha hablado con el embajador de Nueva Zelanda, pero tampoco ha podido hacer nada.
«Pero ahora han llegado los chinos», sigue Peter Suibasa, y sonríe. En casa no sólo no tiene agua, sino que tampoco le llega la corriente ni internet. Lo que sí tiene es una pequeña radio transistor y, cuando oscurece, se estira y escucha las noticias. A menudo pasa horas. Suibasa conoce perfectamente cuáles son los grandes movimientos geopolíticos que se están desarrollando en torno a su pequeño país.
Durante décadas, las islas Salomón, un archipiélago en el este de Nueva Guinea formado por unas 1.000 islas donde viven unas 700.000 personas, han sido completamente olvidadas. Sin embargo, de repente se han encontrado en medio de un forcejeo geopolítico entre Estados Unidos y China, que quiere ampliar «su influencia, su proyección y su poder a escala internacional». Tal y como lo expresó su presidente, Xi Jinping, durante el reciente 20 Congreso del Partido Comunista.
Durante la cumbre del G20 celebrada en Bali, Xi y el presidente Biden coincidieron por primera vez desde que Biden asumió la presidencia, y lo hicieron en un momento en que las relaciones entre ambas potencias están muy crispadas. El canal de televisión estatal de China, citando a Xi Jinping, anunció hace pocos días que la situación es “inestable e insegura”, y que China empezaría a reforzar los preparativos para la guerra.
China quiere ser la potencia dominante hasta dentro del océano Pacífico. El hecho de que las islas Salomón adquieran ahora un papel tan importante tiene motivos diplomáticos, pero también razones de política de seguridad.
Tres años antes, el gobierno de la capital, Honiara, dio un giro radical en su política de aproximación a China. Durante casi 40 años, las Salomón seguían siendo de los pocos países del mundo que diplomáticamente no reconocían a Pekín, sino a Taipei. Sin embargo, en 2019 decidieron romper las relaciones diplomáticas con Taiwán y volvieron la mirada hacia la República Popular China.
De entrada, Pekín construyó una embajada en Honiara, después un nuevo edificio para la universidad, y después un estadio para los juegos del Pacífico, que se celebrarán el próximo año y que son el evento deportivo más importante de la región. Sin embargo, lo que preocupa a varios países vecinos es que también se firmó un acuerdo de seguridad que permitiría que, en un futuro, China enviara policía y militares a Salomón, así como barcos, para facilitar «el suministro logístico». Los gobiernos de Pekín y Honiara lo desmienten, pero todo indica que China tiene la intención de construir una base militar en las islas Salomón.
China, explica Peter Suibasa, ha llegado al país «como un león», y se dedica a asustar a los «elefantes». Estos últimos son Estados Unidos y sus aliados, Australia y Nueva Zelanda, que han dominado el Pacífico desde que la mayoría de potencias coloniales europeas se retiraron a lo largo del siglo XX.
Sin embargo, el interés que Estados Unidos y Australia tenían en las islas Salomón y en otros estados insulares del Pacífico también ha ido menguando con los años. La hegemonía americana se consideraba indiscutible, se cerraron representaciones diplomáticas, como la embajada de Estados Unidos en Honiara, y se redujeron los programas de ayuda. Había otras regiones del mundo con necesidades que requerían más atención: Afganistán, Oriente Próximo, Ucrania.
Ahora, sin embargo, con el aumento de la influencia china, ha empezado un toma y daca para ver quién se impone en una región del mundo de importancia estratégica que va desde Taiwán hasta Nueva Zelanda, y desde el estrecho de Malaca hasta Oceanía. Desde la perspectiva europea, todo esto está en la otra punta del mundo, pero para China el Pacífico está en medio del mapamundi y es lo único que separa al país de su rival, América.
Estados Unidos sigue siendo la principal potencia de la región, al menos a nivel militar. En Hawái está la base del comando del Indo-pacífico, en la isla de Guam hay una de las mayores bases militares aéreas de Estados Unidos y en Okinawa y en Corea del Sur hay estacionados decenas de miles de soldados americanos. Washington ha formado alianzas bilaterales de seguridad con varios estados del Pacífico: con Japón, Australia e India forman un grupo llamado Quad. Además, hace más o menos un año, Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña firmaron el pacto AUKUS con el objetivo de equipar a la marina australiana con submarinos nucleares.
Paralelamente, China va trabajando para debilitar la influencia americana. Taiwán, un país democrático, actualmente ya recibe presión militar. Pero, además, Pekín destina mucho dinero y esfuerzos diplomáticos a romper las tradicionalmente buenas relaciones que habían tenido muchos países de la región con Estados Unidos.
Esta lucha será determinante para el desarrollo político de la región, durante años o quizás durante décadas. Basta con visitar las islas Salomón, Hawai y Australia para darse cuenta de la relevancia que tiene la rivalidad entre América democrática y China autoritaria para los países afectados; y para darse cuenta, también, de que la lucha por el poder en el Pacífico está totalmente abierta.
IMAGEN DE «RELACIONES DE PODER EN EL PACÍFICO»
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Honiara, las islas Salomón
Las islas Salomón fueron ya una vez el escenario de un conflicto. Más allá de la calle en la que vive Peter Suibasa, por detrás de las palmeras y de los manglares se puede ver un estrecho marítimo que justo hace ochenta años fue testigo de una de las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Tras el ataque a Pearl Harbor, a finales de 1941, las tropas japonesas consiguieron asumir el control de casi todo el Pacífico occidental en pocos meses: desde Hong Kong hasta Filipinas y desde Singapur hasta Nueva Guinea. En la primavera de 1942 llegaron a Guadalcanal y construyeron un aeropuerto militar. Su objetivo era aprovechar la ubicación estratégica de la base para bloquear el paso marítimo entre Estados Unidos y Australia.
En verano, Estados Unidos contraatacó. Conquistaron Guadalcanal y alrededor de la isla se libraron toda una serie de batallas por tierra mar y aire. Finalmente, Estados Unidos salió victorioso, lo que fue un punto de inflexión en el devenir de la guerra del Pacífico. Murieron miles de soldados japoneses y americanos, el fondo marino frente a las costas de la isla alberga casi 50 restos de barcos naufragados. Hasta el día de hoy, la isla misma está llena de bombas que no estallaron.
La historia nos cuenta, pues, por qué Australia y Estados Unidos otorgan tanta importancia a las islas Salomón y la provocación que supuso que China hiciera avances en esta región del mundo. ¿Acaso China, tal y como la tuvo Japón imperial en su momento, tiene la intención de cerrar el camino entre Estados Unidos y sus aliados australianos?
A principios de agosto, el buque de guerra USS “Oakland”, de Estados Unidos, atracó en el puerto de Honiara. En medio de barquitas arruinadas parecía una nave venida del espacio. Al mismo tiempo, llegaron dos mujeres americanas. Los padres de ambas habían luchado en Guadalcanal: eran la viceministra de Asuntos Exteriores, Wendy Sherman; y Caroline Kennedy, embajadora de Estados Unidos en Australia e hija del antiguo presidente Kennedy.
«Depende de nosotros», afirmó Sherman en su discurso para conmemorar los 80 años del inicio de los conflictos, «que seguimos viviendo en sociedades donde las personas pueden expresar libremente su opinión». En ningún momento mencionó a China, de la que se ocupa primordialmente cuando está en Washington. Sin embargo, se refería a China y también a su aliado más poderoso en las islas Salomón, el primer ministro Manasseh Sogavare. Él fue quien, en 2019, rompió sus vínculos con Taiwán e inició las relaciones diplomáticas con Pekín.
Desde entonces, en Honiara las cosas han cambiado mucho. La carretera que lleva al aeropuerto se ha convertido en una obra kilométrica donde las máquinas de soldar chispean hasta bien entrado el atardecer: en el este de la ciudad se está construyendo un estadio. Un trozo más allá, por detrás de la nueva estructura, hay unas colinas donde tres estudiantes y un profesor de deporte observan las obras desde el otro lado de una verja, viendo cómo trabajan los obreros chinos y salomones. «A mí me parece bien», explica James, el profesor, que tiene ahora 33 años, «finalmente se mueve algo».
Dentro de la ciudad tampoco cabe duda de que la China moderna está trabajando. Junto a la carretera, las excavadoras arrancaron casas viejas y cavaron zanjas muy profundas para hacer sitio a la ampliación del único gran hospital de la capital y del país. Cuando esté terminado, será el doble de grande de lo que es hoy en día. También se hará un nuevo centro de aislamiento para enfermos de cóvid-19. En la entrada ha colgado un cartel de la agencia estatal de ayuda humanitaria «China Aid».
Los métodos de Sogavare y de China inquietan incluso a algunas personas que apoyan las decisiones tomadas por el presidente. A menudo, la población sólo se entera por casualidad de los extensos contratos firmados con China. De repente, partes de ciertas empresas pasan a ser de propiedad china y se amenaza a los medios de comunicación con la censura.
En otoño de 2021, el malestar que se sentía en Honiara estalló. El 24 de noviembre, cientos de personas se manifestaron contra el “switch” de Taipei por Pekín que había hecho el gobierno. Muchas venían de la provincia de Malaita, la más poblada y especialmente unida a Taiwán. Exigían hablar con el primer ministro. Sin embargo, Sogavare se negó. A raíz de ello, los manifestantes intentaron asaltar el parlamento y después se dirigieron hacia el barrio chino, donde quemaron y saquearon varios edificios. Murieron tres personas.
El gobierno tuvo que pedir ayuda urgente y rápidamente llegaron fuerzas de paz de Australia, de Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea y de las islas Fiyi, que lograron calmar la situación. Sin embargo, a día de hoy el barrio chino de Honiara aún huele a chamuscado, y da la sensación de que el conflicto podría estallar de nuevo en cualquier momento. La situación es angustiosa. Y es que el primer ministro Sogavare ha pospuesto las elecciones parlamentarias planificadas para 2023.
«La situación volverá a descontrolarse», afirma el jefe de la oposición, Matthew Wale, de 54 años. Él mismo viene de Malaita. «Tenemos un primer ministro que no escucha a la opinión pública y para el que la democracia solo cuenta cuando le favorece a él».
Honolulú, Hawai
A principios de agosto, Tarcisius Kabutaulaka vio las fotografías del barco USS “Oakland” en el puerto de Honiara. Sin pensárselo dos veces, llamó a un amigo: «Me preguntó: ¿te acuerdas de los barcos de cañones?».
Kabutaulaka nació en tiempos de dominio colonial británico en la costa meridional de Guadalcanal. «En el pueblo donde crecí no había ninguna carretera, ni coche. De pequeños jugábamos en la Segunda Guerra Mundial, los americanos contra los japoneses. Jugábamos con pistolas de mentira que nos habíamos cortado con palmera sagu. Ninguno de nosotros quería ser japonés».
Hoy, Kabutaulaka tiene 55 años, realiza investigación y docencia en la universidad de Hawái, en Honolulú, y observa la región con mirada de historiador y de politólogo. «Estados Unidos», explica, «para la gente del Pacífico refleja dos cosas: bienestar y poder. Por eso, cuando jugábamos a ser soldados todo el mundo quería ser americano».
Está claro que esto sólo es una cara de la moneda. La otra es que, desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos sólo ha mirado al Pacífico con fines estratégicos. «Hawaii, Guam, las islas Bikini y el atolón Kwajalein: unos los utilizaron de base militar avanzada y otros expulsaron a la gente por realizar tests con misiles y bombas nucleares. Esa realidad ha dejado sentimientos contradictorios».
China, cuenta Kabutaulaka, tiene una historia diferente y más larga en el Pacífico, y en ningún sitio está mejor documentada que en la biblioteca ‘Hamilton Library’ de Honolulú, donde él mismo pasa el tiempo cuando no tiene clases, leyendo e investigando. «Los chinos llegaron ya a la región en el siglo XVIII, desde Malasia hasta las Salomón. Al principio se dedicaban a comerciar por sí mismos y después siguieron a los colonialistas británicos a través de Hong Kong. Sin embargo, como comerciantes siempre estuvieron presentes».
Ahora, sin embargo, la China moderna vuelve al Pacífico representada por grandes empresas estatales y por diplomáticos; a menudo cuesta distinguir unos de otros. «Sea como fuere, lo que está pasando aquí no es nuevo: cuando un país se enriquece, en algún momento quiere demostrar lo poderoso que es, primero económicamente, después en la política y, en algún punto, también militarmente».
En cualquier caso, a nivel militar China choca con una potencia que no tiene ningunas ganas de dejarle sitio. En una base de la infantería de marina situada en la costa norte de la isla de Oahu, a finales de julio un grupo de soldados de la región pacífica ensaya maniobras de desembarco. Los helicópteros de transporte los acercan desde un barco que lleva helicópteros hasta casi frente a la costa. Desde allí, lanzan unas pesadas barcas neumáticas al agua que después utilizan para llegar a tierra. Según el escenario planteado en estas maniobras, han llamado a los paracaidistas para que liberen a tres pueblos situados junto a la costa.
Cada dos años, Estados Unidos organiza las maniobras marítimas más importantes del mundo frente a las costas de Hawái. Se conocen con el nombre de Rimpac, ‘Rim of the Pacific’. Participan más de 25.000 soldados de 26 países, 38 barcos y 170 aviones. Se practican operaciones de salvamento humanitario y en caso de ataque, pero sobre todo se practica la solidaridad entre las fuerzas armadas de Estados Unidos y sus socios del Indo-pacífico, que van desde Perú hasta Corea del Sur y desde Tonga hasta Sri Lanka.
Los enemigos a los que se enfrentan en estas maniobras tienen una imagen algo difusa. Dentro de las casas de los tres pueblecitos ficticios que rastrean los soldados hay alfombras afganas por el suelo y retratos del dictador norcoreano Kim Jong-uno en las paredes. Hace seis años, la propia China participó en las maniobras de la Rimpac con un barco hospital y una unidad de submarinistas. Ahora bien, Pekín ya no es bienvenido. El Congreso estadounidense determinó que, a partir de 2024, sólo podía participar Taiwán.
A diferencia de China, Estados Unidos tiene muchos aliados en el Pacífico, y sólo el presupuesto anual de la US Navy es de 230 mil millones de dólares; esto equivale, aproximadamente, al presupuesto de todas las fuerzas armadas chinas. Sin embargo, corre la voz de que, más allá de las maniobras de la Rimpac, entre los militares hay una leve sombra de duda. El desastre en la retirada de Afganistán, la guerra de Ucrania, el conflicto de Taiwán (que cada vez está más crispado) y una flota parcialmente anticuada: las fuerzas armadas están “overstretched”, han estirado más el brazo que la manga. Estados Unidos ha querido siempre batirse con todos los enemigos que haya hecho falta, y eso tiene un precio.
La doctrina china, sin embargo, está centrada en el Pacífico occidental. Los militares de Pekín miran con recelo a las dos cadenas de islas que, en su opinión, impiden que China pueda salir a mar abierto. Una va desde Japón hasta Filipinas, pasando por Taiwán; la otra, desde Iwo Jima hasta Nueva Guinea, pasando por las Marianas. A fin de debilitar este tipo de supuesto sitio, a lo largo de los últimos diez años, China ha construido tantos barcos que ya tiene más que toda la flota de Estados Unidos, si bien esta última es mejor cualitativamente hablando.
Canberra, Australia
Las montañas que se recortan en el horizonte son de color blanco hasta entrado agosto. En el hemisferio sur estamos a finales de invierno y Canberra es una ciudad fría donde se tiene la sensación de encontrarse en un mundo muy alejado de las islas Salomón y de Hawái. Sin embargo, lo que ocurre en medio del Pacífico preocupa a muchas personas de la capital australiana; tanto como a mucha gente de Berlín, París y Washington les preocupa la situación en el frente de Ucrania.
En Australia está habiendo un duro debate —a veces radical— sobre la creciente influencia de Pekín en el Pacífico. Cuando se dio a conocer el acuerdo de seguridad firmado por China y las islas Salomón, en abril, David Lewellyn-Smith, fundador y editor de la popular revista ‘The Diplomat’, escribió: «O bien desestabilizamos el isla a nivel político, o bien bombardeamos Honiara». Nadie quiere tener «un cráter humeando en el norte de Australia», pero incluso «sería preferible a un sátrapa chino armado que ponga punto final a la libertad de Australia».
Hugh White, de 68 años, argumenta en un sentido muy distinto. Es un antiguo jefe de los servicios secretos del Ministerio de Defensa y catedrático de la ‘Australian National University’. En verano publicó un ensayo que montó mucho alboroto en el que, fundamentalmente, pasaba cuentas con la política exterior de su país.
La tesis de White, resumidamente, dice así: el auge de China hasta convertirse en la potencia dominante en el Pacífico es imparable. Estados Unidos es un país dividido que no será capaz de mantener su supremacía en la región. Australia debe prepararse para hacer frente a esto y tener tratos con China, a nivel político y económico, al tiempo que, tal y como él mismo propuso hace unos años, abre un debate sobre la construcción de armas nucleares propias.
White afirma que la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin también ha implicado que en el otro lado del mundo se planteen cosas que hasta ahora habían sido impensables. «Desde 1945 se han vivido muchas guerras, pero que una potencia nuclear inicie una guerra para cuestionar el orden mundial de Estados Unidos es realmente inaudito». En el contexto del Pacífico, esto equivaldría a un ataque chino contra Taiwán que derivaría en una guerra entre China y Estados Unidos que podría destruir toda la región. Y esto hay que evitarlo como sea, incluso si el precio a pagar es doloroso.
White todavía hizo una propuesta más controvertida que sus sugerencias atómicas: acercarse a Pekín a nivel político. Sin embargo, el antiguo primer ministro, Kevin Rudd, buen conocedor de China, lo considera «estratégicamente iluso», y es que más allá de las palabras vacías de los chinos, que hablan de «diplomacia vecinal» o de «cooperación por ganar a todos», Rudd afirma que «no tenemos ni idea cómo sería un orden regional sinocéntrico» en el Pacífico. White puede decirse que pide a Estados Unidos que se retire de la región «y que deje las llaves en el buzón para que China las coja».
El hecho de que estrategas como White consideren que la hegemonía china en la región de Asia-Pacífico sea inevitable nos permite imaginar qué pueden pensar los políticos de otros países económicamente más débiles de la región. Y lo cierto es que los datos lo corroboran.
El prestigioso ‘Lowy Institute’ de Sydney publica el “Asia Power Index”, que refleja hasta qué punto ha aumentado el peso de China en el Pacífico. Y es que el país ha invertido más, ha sido más activo a nivel diplomático y, a día de hoy, tiene más traza «de tejer contactos políticos con los países de Asia-Pacífico», afirma la experta Susannah Patton, del ‘Lowy Institute’.
Todo esto sin hablar del peso económico de China. A escala global, Pekín posiblemente nunca sea tan dominante como lo fue Estados Unidos en su momento. Sin embargo, en el marco de esta región del mundo, nadie es capaz de atrapar a China: su volumen comercial en el Pacífico occidental es más del doble del de Estados Unidos y sigue aumentando, y es el socio comercial más importante de casi todos los países que le rodean.
Cuando Barack Obama era el presidente de Estados Unidos, negoció un acuerdo comercial potente conocido como la «Alianza Transpacífica», pero el país salió del mismo cuando la presidencia recayó en Donald Trump, incluso antes de haberlo ratificado. China, en cambio, mientras ya ha firmado otro acuerdo comercial aún más importante llamado RCEP, que crea la mayor zona de comercio libre del mundo y que engloba el 30% de la economía mundial. Estados Unidos ya no tiene forma de revertir esta tendencia tan favorable para China, afirma Patton.
Takamboru, las islas Salomón
A pocos minutos de la casa de Peter Suibasa hay un agujero profundo abierto en el suelo. Hasta donde puede verse, está revestido de piedras oscuras, y la apertura está tapada con unos tablones de madera: es un pozo de agua dulce, situado justo a unos cinco metros de donde rompen las olas del océano.
Al lado hay una señora de edad avanzada que acaba de lavar la vajilla y ha colocado los platos y pucheros sobre un tronco de árbol para que se escurran. «Cuando era pequeña», explica, «la playa estaba mucho más lejos, unos 30 o 40 pasos más allá».
Un nieto de la señora se acerca con un amigo del pueblo; llevan dos pequeñas pistolas de mentira hechas de ramas. «El agua ya no es tan buena como antes», sigue explicando la abuela, «los pozos deben limpiarse cada pocas semanas. Es un trabajo duro, solo lo pueden hacer jóvenes y hombres».
La abuela y el nieto recogen la vajilla limpia, les toca andar un buen trecho desde la fuente hasta su pueblo. «La vida no se ha vuelto más fácil», afirma el antiguo leñador Peter Suibasa. «No teníamos otro trabajo, pero lo odiábamos. Las excavadoras, los bulldozer, la erosión, los arroyos destruidos. Hemos estropeado la naturaleza y lo sabíamos».
Dos terceras partes de las exportaciones de las islas Salomón son maderas tropicales y, con diferencia, la mayor parte se envían a China. Hacia el oeste hay una isla casi virgen y una empresa china ha preguntado ya por una plantación y por un puerto de aguas profundas situado justo al lado, pero la empresa en cuestión ha desmentido tener ninguna intención de compra. De todo lo que puede aportar esta nueva amistad de las islas Salomón con China, si algo no cabe esperar del principal emisor de gases de efecto invernadero son proyectos de protección de la naturaleza. Está claro que los rivales de China en la región del Pacífico tampoco han hecho nada por frenar el aumento del nivel del mar. Los ciudadanos de Australia y Estados Unidos, juntos, generan el doble de emisiones de CO2 per cápita que los alemanes y chinos, y 35 veces más que los habitantes de las islas Salomón.
«El aumento del nivel del mar es una amenaza existencial para los estados del Pacífico», afirma el investigador Tarcisius Kabutaulaka. Obliga a marchar a los habitantes de las islas más llanas, donde no sólo se salinizan los pozos de agua potable, sino también el suelo y la tierra se convierten en infértiles. «Es un problema ecológico, social y, en última instancia, de seguridad». Si hay atolones que desaparecen bajo el agua, la geografía política del Pacífico cambiará, ya que estas islas solitarias se utilizan para trazar los límites de las aguas territoriales y, por tanto, las fronteras de los estados. Cuanto más atolones se hundan, más pequeños serán los estados insulares. «Al final acabará convirtiéndose en una cuestión legal, ya que estamos hablando de fronteras y de soberanía».
A diferencia de lo que a menudo se piensa desde Occidente, éste no es un problema con el que chocaremos en un futuro lejano. «Todo esto está ocurriendo ahora mismo. La gente ya ha tenido que abandonar las islas Carteret de Papúa Nueva Guinea, la población de Onton Java y del atolón Sikiana está negociando con el gobierno de las islas Salomón para trasladarse. Fiyi también se encuentra en la misma situación».
A nadie se le pasa por alto lo que está ocurriendo en el Pacífico, dice Kabutaulaka, nadie se hace ilusión alguna de los motivos de Pekín. Pero todas aquellas personas que ven cómo su casa corre peligro de acabar bajo el agua miran el conflicto de una manera muy diferente que como lo miran desde Estados Unidos, Australia o Europa.
«Para nosotros, China no es la mayor amenaza», afirma Tarcisius Kabutaulaka. «Es el cambio climático. Y quien tenga intención de ayudarnos, debería empezar por aquí».
Traducción al catalán de Laura Obradors. Al español, de Nabarralde.
EL TEMPS
Publicado el 12 de diciembre de 2022
Nº. 2009