El orden mundial desaparecido

Todo cambió cuando el presidente ruso Vladimir Putin ordenó a sus tropas que invadieran Ucrania en la madrugada del 24 de febrero de 2022, no sólo para Europa, sino para el mundo: el reloj de la historia volvió atrás.

En el momento en que una gran potencia militar lanzó una guerra de conquista contra un vecino pacífico volvimos a un mundo en el que el poder se impone a través de la violencia y las fronteras se trazan con sangre. Se derrumbó el principio geopolítico definitorio de finales del siglo XX y principios del XXI. Se abandonaron las negociaciones pacíficas y la paz, y volvieron las demostraciones de fuerza unilaterales.

Aunque ha habido numerosas guerras en las últimas décadas, mayoritariamente su alcance ha sido regional y han sucedido en la periferia de las fallas geopolíticas. No hubo señales de un Sarajevo mundial: una guerra que exigiera la intervención internacional, como la de Bosnia en la década de 1990, pero a una escala mucho mayor. Los estabilizadores automáticos funcionaron de forma fiable y Estados Unidos –la única superpotencia– todavía garantizaba el orden, o eso parecía, hasta que el mundo se astilló ante nuestros ojos, sin alternativas mejores a la vista.

Tras la invasión de Putin está el irredentismo ruso neoimperialista. Putin quiere corregir las condiciones geopolíticas predominantes desde el colapso de la Unión Soviética. Este tipo de proyecto revisionista es inherentemente peligroso, porque implica la reafirmación del dominio, incluso de la supremacía, y requiere entonces la guerra, no sólo contra los vecinos y las potencias regionales más pequeñas, sino también contra las potencias mundiales (que también se ven afectadas por el resultado, incluso cuando habitualmente se mantienen entre bastidores).

Como ya se advierte desde hace mucho tiempo, el eje geopolítico principal del siglo XXI será la relación entre EE.UU. y China. Si ambas superpotencias pueden alcanzar un acuerdo estratégico y cooperar, la probabilidad de que tengamos un futuro pacífico aumentaría considerablemente. Si no lo consiguen… pasará lo contrario.

Para complicar aún más las cosas, el viejo orden mundial –basado principalmente en los principios liberales estadounidenses y la supremacía occidental– está perdiendo bastante y genera muchas dudas. ¿Cuáles serán las consecuencias de la proliferación de desafíos armados para el orden mundial existente? ¿Es posible que la Pax Americana ceda el sitio a un sistema dirigido por los chinos? En este caso, ¿sería un proceso violento o pacífico (que quizá recreará de algún modo la antigua pentarquía europea –supremacía de cinco potencias– a escala mundial)?

Esta última idea me resulta excesivamente mecanicista, especialmente ahora que tenemos una segunda guerra importante en Oriente Medio. Las atrocidades que cometió Hamás en Israel el 7 de octubre demuestran la forma en que pueden explotar los conflictos territoriales con períodos de incubación prolongados cuando cambian las condiciones geopolíticas contingentes y más modernas. El conflicto palestino-israelí no es nuevo, se remonta a la época del Imperio Británico y la Primera Guerra Mundial, pero sin un marco geopolítico estable estos conflictos resultan ideales para que los instrumentalicen de forma encubierta a quienes desean apoderarse del poder global o regional.

Israel está ahora en Gaza porque se siente obligado a erradicar una organización terrorista que recibe apoyo de Irán, su némesis regional, desde hace mucho. Al mismo tiempo, EEUU despachó a dos grupos de portaaviones al Mediterráneo oriental para evitar que la guerra se propagara al Líbano, donde Hezbolá, otro representante iraní, ha estado hostigando a Israel con drones y misiles a través de la frontera. La mecha que encendió Hamás el 7 de octubre dista de haberse apagado.

Sumemos la retórica cada vez más agresiva de China contra Taiwán y su reclamación de soberanía en el mar de China Meridional, y resulta fácil percibir lo volátil que es la situación mundial. Para aumentar aún más la incertidumbre, el mundo transita por un amplio realineamiento. El Sur Global exige mayor representación y surgen nuevas alianzas y coaliciones fuera del alcance de Occidente.

¿Se convertirá la competencia de «Occidente contra el resto» en el contexto en el que declinará el dominio occidental? ¿O las poderosas corrientes políticas europeas y estadounidenses alejarán a Occidente de sus estructuras de alianza tradicionales en una dirección más antidemocrática? Putin apuesta por que EEUU abandonará sus obligaciones transatlánticas tras las elecciones presidenciales del próximo año. Da escalofríos pensar en qué le pasaría a Europa en este caso.

Efectivamente, está surgiendo un nuevo mundo. Se caracterizará no sólo por una mayor interdependencia, sino también por mayor inseguridad, peligro y guerra. La estabilidad de las relaciones internacionales se convertirá en un concepto extraño, de una era pasada… que no supimos apreciar del todo hasta que desapareció.

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