Seguramente el nacionalista más peligroso es el que ignora que lo es. Cayetana Álvarez de Toledo es un ejemplo perfecto. Es la única diputada que, desde Cataluña, envía el Partido Popular a las Cortes generales ha centrado gran parte -si no toda- su campaña electoral en despotricar del nacionalismo en general y del catalán en particular. El nacionalismo es el causante de todos los cataclismos anteriores, actuales y del porvenir. Ella, en cambio, no se considera nacionalista: su patria es la libertad y la verdad, que al parecer entiende en términos absolutos y nada relativistas. Tanto, que su verdad está más próxima al dogma que en las temblorosas certezas de las ciencias naturales, siempre con el alma en vilo por ser contrastadas o falsadas.
Pero el caso es que ni en la ciencia ni en ninguna parte existe punto de vista neutral alguno: como afirma el filósofo norteamericano Hilary Putnam, no existe ningún «God’s eye view» desde el que observar la realidad. La realidad nacional, sea lo que eso sea, tampoco. En resumen, significa que Álvarez de Toledo y la cohorte de periodistas que la festejan combaten un nacionalismo desde otro nacionalismo. En este caso, el que cree que el Estado español es una sustancia indivisible e inalterable: un valor absoluto y nada relativo. Pero que la Constitución española de 1978 afirme fundamentarse en la «indisoluble» unidad de la «Nación española» -con las pertinentes mayúsculas- no pasa de ser una peripecia jurídica coyuntural: si los norteamericanos hubieran respetado el marco legal que los regía como colonia británica, no se habrían independizado nunca. Tampoco la Argentina, una de las nacionalidades de la marquesa de Casa Fuerte. Alguien quizás se engañe y piense que no es nacionalista, sino que se limita a defender un ‘statu quo’ legal, histórico y político preexistente. Pero esto tampoco se sostiene: la única manera de no ser nacionalista -partidario de una u otra nación- sería la indiferencia, es decir que tanto les diera la unidad de España como la independencia de Cataluña. Y de esos hay muy pocos. La solución cosmopolita tampoco es una opción, aunque tenga un hermoso decir: actualmente los únicos verdaderos apátridas son los refugiados. Y no creo que nadie envidie su suerte.
Pero si todo el mundo es nacionalista, entonces, ¿qué diferencia el buen nacionalismo del malo? El holandés Joep Leerssen afirma sin ambages que «el nacionalismo malo siempre es el nacionalismo de los demás». Lo dice en el prefacio a la edición catalana de su libro ‘El pensamiento nacional en Europa. Una historia cultural’, recientemente traducido al catalán por la editorial Afers. En esta visión dicotómica se utilizan como metralla política términos exageradamente contrapuestos: «decimos que nuestra autoidentificación nacional (la «buena») es cívica, democrática e inclusiva, mientras que la de «ellos» es etnicista, imperialista y/o excluyente». La prensa de los últimos años está llena, de visiones interesadamente maniqueas como ésta. Pero quizás el ejemplo más paradigmático es el llamado manifiesto «de los libres y iguales» que la insigne diputada encabezó en 2014 junto con otros «intelectuales» españoles supuestamente no nacionalistas. En el mismo se acusa al independentismo catalán de cosas enormes: de anteponer la identidad a la ciudadanía, de pasar por encima de los derechos fundamentales de las personas, de despreciar el pluralismo social y político, de hermanarse con el populismo antieuropeo y de promover la derrota de la democracia. Es, casi punto por punto, un ejemplo impecable de lo que afirma Joep Leerssen que no vale la pena esforzarse en contradecir aquí: el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca ya lo hizo de manera rotunda y primorosamente argumentada en un capítulo -memorable- de ‘La desfachatez intelectual’, donde censura el poco rigor con que los escritores españoles analizan la política en las páginas de los periódicos de tirada estatal. Nuestra protagonista aparece en muchas páginas. No podía ser de otro modo, atendiendo al poco de rigor intelectual -y el mucho ‘rigor mortis’ ideológico- que utiliza esta furibunda nacionalista que es -y que quizás no sabe o no quiere saber que es- Cayetana Álvarez de Toledo.
EL TEMPS