Frente a las falaces e interesadas declaraciones de algunas empresas eléctricas europeas —lo hacen para no gastar en nuevas inversiones en ‘smart grids’ y así mejorar el dividendo— que manifiestan que sus respectivos países están capacitados para soportar, tranquilamente, millones de coches eléctricos en las carreteras, en Estados Unidos, las empresas eléctricas son más precavidas y, más bien, piensan todo lo contrario.
En este sentido, las empresas eléctricas del estado más pionero, California, son las más cautelosas de todas. Están preocupadas por el impacto que tendría sobre el funcionamiento de la red eléctrica una alta concentración de coches eléctricos en determinados barrios de alto nivel económico.
Son muy conscientes de que, en dichos barrios, no solamente abundarán los coches eléctricos, sino que todos los usuarios tenderán a recargar sus vehículos eléctricos a la vez —como inevitablemente harán cuando regresen a casa después del trabajo, a partir de las seis o siete de la tarde.
Se teme que, con la recarga de los coches eléctricos, las líneas eléctricas locales podrían quedar fácilmente sobresaturadas y sufrir una caída de tensión —debido a la sobrecarga en la red eléctrica local que pudiera producirse— y así dejar luego sin luz a todo el barrio.
Las empresas eléctricas son muy conscientes de que no queda otra solución que la de prepararse a tiempo pero ello implica reforzar los transformadores locales aumentando la potencia de los centros de transformación, así como mejorar sensiblemente las instalaciones de cableado de manera que soporte mayores cargas eléctricas.
También sería necesario instalar contadores inteligentes —’smart meters’— en las viviendas con el fin de que estos contadores, al ser bidireccionales, puedan proporcionar una alerta temprana, o por anticipado, sobre eventuales problemas en la red. Además, surge otro problema cual es el de la financiación de dichas inversiones en la red eléctrica pues, más tarde o más temprano, aunque se sabe que estos costes adicionales tendrán que ser trasladados a los clientes, alguien tiene que adelantarlos.
Por supuesto que casi todo dependerá de la velocidad con que la que los coches eléctricos y los híbridos enchufables se introduzcan en las carreteras. En general, se suele decir que toma un tiempo —entre unos 15 y 20 años— para que una nueva tecnología se introduzca un 10% en un mercado que ya está establecido. De igual modo, se necesitan otros 10-15 años para que la innovación llegue a representar el 90% de la cuota de ese mercado.
Ese fue el caso de los barcos de vapor cuando sustituyeron a los famosos veleros ‘Clippers’, a mediados del siglo XIX,. También ocurrió algo parecido cuando los taxis con motor de gasolina reemplazaron a los taxis de caballos, a comienzos del siglo XX.
El mismo tipo de retraso se produjo con la introducción, en la década de 1970, de los controles de emisiones en los coches. Se necesitan años para obtener los beneficios de lo que representa una producción en masa que se consolida en el mercado y que, a su vez, cuenta con una adecuada cadena de suministro.
Si los coches eléctricos y los híbridos ‘plug-ins’ siguen una curva de demanda similar a la que han seguido otras tecnologías de punta, para el año 2025, podría haber casi 100 millones de coches eléctricos circulando por el mundo y más de mil millones para el año 2040. Esperemos que, para lograrlo, las empresas eléctricas espabilen y que lo hagan cuanto antes.
Recientemente, con ocasión de la Presidencia española de la UE, se reunieron los ministros de Industria de los 27 Estados miembros europeos en San Sebastián para dar el espaldarazo a los coches eléctricos. De esta manera, los ministros europeos de Industria comenzaron a dar los primeros pasos para que el coche eléctrico sea pronto una realidad en Europa.
También se acordó la necesidad de que la Comisión Europea adoptara una estrategia común que pase por estimular la demanda y la estandarización de los sistemas de recarga en toda la UE.
Obviamente, se considera que los coches eléctricos tendrán que producirse, venderse y poder conducirse en todo el territorio europeo por lo que las futuras políticas europeas —tanto la del sector transporte, la del sector del automóvil y la del sector de la energía— deberán impulsar el coche eléctrico como motor que impulse la capacidad de innovación sostenible que tanto necesita la industria europea.
El futuro energético de Europa y su propio desarrollo tecnológico depende del impulso que se le dé al coche eléctrico. Sólo así se producirían las sinergias que necesitamos para impulsar las energías renovables, lograr dotarnos de un sector industrial competitivo y multiplicar la introducción de innovaciones tecnológicas y sociales en todo el tejido socioeconómico europeo.
La mitigación de la dependencia del petróleo, la reducción de las emisiones de CO2, el desarrollo del software y las tecnologías para la recarga de baterías y la implementación de las redes eléctricas inteligentes —’smart grids’— adquirirían un mayor protagonismo gracias a las grandes expectativas que nos proporciona el coche eléctrico. Poco a poco, parece que hasta los más tontos del lugar se van dando cuenta de la importancia trascendental que tiene el coche eléctrico. A ver si, por una vez, las palabras se convierten en hechos.