El mundo en 2023: algunas expectativas

1. Es probable que 2023 sea el año en que la República Popular China se juegue su futuro en el damero mundial. No se trata de un «todo o nada», evidentemente, pero sí de un importante punto de inflexión. Nadie duda de que seguirá siendo el país más poblado del mundo, con una capacidad productiva impresionante, etc. Sin embargo, esto no significa que ya pueda hablar de tú a tú con Estados Unidos. La pandemia ha mostrado que los brillos de modernidad de algunas grandes ciudades de las que presume el Partido Comunista Chino no son muy coherentes con el grado de desarrollo real del país. La política de cóvid cero ha sido catastrófica y ha generado un malestar importante, y por primera vez visible, entre la población. La estrategia errática de vacunación tampoco ha funcionado. Si a esto le añadimos la falta de respeto por los derechos humanos en lugares como Xinjiang y Tíbet, el panorama no muestra una potencia mundial homologable, sino más bien un país todavía a medias. No es improbable que este año dé un paso atrás. O tal vez dos.

2. Algunos restos de la antigua URSS, sobre todo la Federación Rusa y Bielorrusia, siguen empeñadas en reconstruir ese paraíso de libertad y abundancia que el camarada Stalin llevó a su cenit con un coste insignificante de veinte millones de muertos. Como en el caso de China en relación al cóvid, la invasión de Ucrania ha dejado entrever la patética realidad de una supuesta potencia mundial… que tiene el mismo PIB que España: 70 años de socialismo real no se borran tan fácilmente. La URSS perdió aparatosamente la Guerra Fría. Con un espíritu entre generoso y condescendiente, Occidente pasó página a un episodio que marcó el mundo a lo largo de casi medio siglo. Resultaría extraño, por no decir inverosímil, que ahora Estados Unidos y la Unión Europea actúen de la misma manera. Sin necesidad de responder con un bloqueo generalizado o cosas peores, no es descartable que el destino inmediato de la Federación Rusa sea, a lo sumo, el de una especie de gran gasolinera que quedará al margen de la política y la economía mundial mientras existan Putin o individuos de la misma naturaleza llevando las riendas del país. La invasión de Ucrania no ha sido ninguna anécdota, y a la fuerza tendrá un precio que tampoco será anecdótico.

3. En apariencia, Estados Unidos es hoy dos naciones, no una: la que responde al universo mental de Trump y el resto. El asalto al Congreso sólo fue un aviso de por dónde podrían ir las cosas en caso de que la situación se saliera definitivamente de madre. Además, tienen un grave problema de liderazgo. Biden es una persona mayor y en varios actos públicos ha mostrado que quizá no esté en condiciones para conducir al país. Eso sí: los indicadores económicos no son malos, aunque el impacto de la pandemia en ese país ha sido muy fuerte. En este sentido, no parece razonable pronosticar una pérdida de hegemonía, pero sí un cambio en lo que respecta al papel de policía del mundo. Abandonar a los afganos (y sobre todo a las afganas) a su suerte respondía a una lógica política bastante clara, pero resultaba muy difícil de justificar en términos éticos. Los razonamientos geoestratégicos y los axiomas morales, por desgracia, no suelen encajar.

4. A pesar de los intentos de edulcorar la situación, la posición manifiestamente debilitada del Reino Unido y su inestabilidad política muestran hasta qué punto no se puede ir en dirección contraria al rumbo de la historia. Muestran igualmente que, en democracia, los arrebatos políticos son tan legítimos como las decisiones muy meditadas, pero que todo tiene consecuencias. Hoy la Unión Europea también es más débil que hace veinte años, cuando el euro se convirtió en moneda única. Sin embargo, parece claro que, a pesar de la densa y carísima burocracia de Bruselas, a pesar de sus golpes de timón poco acertados, a pesar de todo, es preferible estar en ella que no estar. El problema de fondo de la Unión Europea, sin embargo, no tiene solución: una estructura realmente fuerte y operativa implicaría de forma inexorable una importante cesión de soberanía por parte de los distintos estados miembros. Pueden estar seguros de que esto no va a suceder. En 2023, Europa se la juega, entre otras cosas, en relación al euro y en relación a la dependencia energética de Rusia. Hoy un euro vale casi lo mismo que un dólar, algo que no estaba previsto en el guion inicial, y la Unión tampoco acaba de encontrar una alternativa plausible al gas ruso. Todo ello puede equilibrarse o empeorar, y muy probablemente la clave tendrá que ver con la forma en que se resuelva la invasión de Ucrania, que sin duda es el hecho de este año que nos condicionará más fuertemente.

ARA