Las noticias del embarazo de una princesa son suficientes para modificar la programación televisiva de un domingo e incluir en el diario decano de Bilbao 14 páginas en su edición del día siguiente para tratar el tema. La existencia del campo de exterminio de Mauthausen parece cobrar relevancia con la visita de ZP, como si hasta entonces los hornos de gas no hubieran contado en nuestra memoria. Por cierto, ¿dónde estaban las autoridades vascas? La rotura del cordón de la bota de un futbolista en plena faena es suficiente para dedicarle a la cuestión un estudio pormenorizado de la flexibilidad de los cordones que utilizan los jugadores.
Día a día nos encontramos con frivolidades a las que se les da una trascendencia de escándalo y con tragedias y sobre todo injusticias a las que apenas se les concede algo más que el despecho. El mundo, el primero que es el que domina, está configurado al revés. La evidencia es diaria y, por ello, sale de nuestras conciencias porque ya no es novedad.
Viene esta reflexión a cuenta de la muerte de Mario Salegi al que, no quiero ocultar, me unía una relación especial. Por eso mis referencias a su recuerdo que, estoy convencido, servirán para denunciar situaciones de despecho muy similares. La ausencia del recuerdo de Mario es una más de tantas otras. La oportunidad de entrar en la memoria oficial sigue unas pautas que se me antojan delirantes.
Mario, no debemos olvidarlo, fue declarado hace un par de años «Vasco Universal», recibido en el Parlamento de Gasteiz y agasajado por el lehendakari Ibarrtetxe. ¿Se han enterado de su muerte? No he visto ninguna esquela en su memoria, no he visto representantes de la institución que le concedió aquella distinción en los actos de homenaje… Sólo he visto ausencias.
Mario estuvo afiliado a las Juventudes Comunistas, perteneció a los mendigoizales del PNV y espió para la causa de los Aliados a través del partido jeltzale. Combatió con la Marina de EEUU en el Pacífico durante la Segunda Guerra mundial… Los líderes políticos por cuya causa se comprometió, los embajadores de las potencias a las que ayudó, ¿se han enterado de su muerte? ¿Dónde estaba el alcalde de Donostia ante la muerte de uno de sus hijos más ilustres?
Es un escándalo, sin duda, y lo vuelvo a repetir. El mundo está confeccionado al revés de lo que debiera imponer la lógica y la justicia. Y las ausencias nos parecen casi indiscutibles porque se repiten una y otra vez. Hay excepciones, todo hay que decirlo. Pero son excepciones. ANV, grupo político con el que Mario hizo la guerra hace 70 años, ha estado presente en los actos de homenaje, a pesar de que, pasada la contienda, Mario no siguió ligado a su organización.
En este Primer Mundo nauseabundo únicamente importa lo superfluo, lo banal. El resto es despojo. Nuestras calles están llenas de señales arbitrarias, de gestos apestosos. ¿Por qué reyes de sangre azul en pleno siglo XXI? La respuesta es sencilla. Porque la evolución es falsa (sólo avanza la técnica), porque todo es una cuenta atrás y porque quien paga manda. Y quien paga desea un mundo de opereta, en el que se recuerden el color de las bragas de tal actriz, antes que los nombres de los gaseados en Auschwitz, de las condiciones en las que quedaron sus familias. Quien paga separa la sangre azul de la roja, la corbata de la pana y el caviar de la mortadela.
La perdida de Mario ha sido ignorada por demasiada gente. Por gente que se quiso hacer la fotografía a su vera para ponerse alguna vez una medalla de no-sé-qué. Estamos matando la historia de nuestro país, estamos cayendo en las redes de los que pagan y marcan los límites, estamos dando tan poca estima a las cuestiones propias que, en poco tiempo, sabremos más de los gustos musicales de los nietos de Bush que de nuestros padres y abuelos que combatieron al fascismo. Sabremos del pato Donald, Estefanía o Ana Rosa e ignoraremos, por poner ejemplos de donostiarras de letras de oro, a Ricardo Urondo, Fermín Isasa, Imanol Asarta, Faustina Carril o el mismo Salegi. En ello están nuestros apoderados.