Un temor que detecto ahora mismo presente en el mundo independentista tiene que ver con la posibilidad de que la amnistía desactive el movimiento, que el olvido –esto significa etimológicamente la palabra ‘amnistía’– haga el trabajo de devolvernos a un falso oasis autonomista, donde los políticos que habrían recibido la gracia serán los primeros en adormecer cualquier proyecto soberanista, reduciéndolo a un juego retórico, a un ‘más adelante’ de décadas. Porque después de que las condenas fueran por sedición, y no por rebelión, y que hubiera indultos, y no condenas íntegras, no se sabe qué podrá obtenerse de todo ello. Aquellas ‘rebajas’ no han llevado a nada ambicioso, a estas alturas, no han servido para aumentar la apuesta soberanista, ni siquiera para subir el techo de autogobierno autonómico ni para hacer nada verdaderamente consistente en clave nacional, a pesar de la mayoría de voto independentista en las elecciones a nuestro Parlamento.
Se podría suponer que al menos se iría camino de resolver la anomalía de los incumplimientos estatutarios, o que se mejoraría la financiación y se corregirían las irregularidades fiscales, pero ni eso. Parece que la política se reduce a arreglar los desperfectos del proceso, no a acercar sus objetivos, y mucho menos a atender la emergencia cultural, el declive en el uso del catalán que percibimos por todas partes, o incluso a utilizar los instrumentos de los que dispone ya con el autogobierno para hacer cumplir la ley en las escuelas o institutos, o para gestionar mejor la llegada masiva de inmigración que está desdibujando el paisaje humano en muchas comarcas, favoreciendo con esta negligencia –entre inepta y cobarde– que vayan agujereando los discursos populistas, nativistas y groseros.
Incluso hay quien quiere hacernos creer que quien tensa los servicios sociales y colapsa el transporte público son los inmigrantes, no el Estado con sus incumplimientos fiscales, que harían que todo ello tuviera los recursos necesarios para un funcionamiento óptimo.
A dónde pueda llegar a parar la política catalana si estos programas y discursos, sobre todo en clave nacional, arraigan y cogen vuelo, será cosa de ver, aunque podemos augurar que de todo esto no saldrá nada bueno, útil, factible ni sensato, ni para la nación catalana ni para la más que deseable convivencia.
Porque la sensación de que el país se está deshaciendo a ojos vistas es más que compartida entre las clases medias. Parece que fuimos al proceso como quien va al casino, y salimos pelados, con una mano delante y otra detrás, sin ánimo ni energía ni para sostener la bandera nacional sin sentirnos en falso. El proceso ha logrado estropear incluso las palabras con las que inevitablemente debe hacerse política, de tal forma que es imposible hablar de independencia, soberanía, referéndum, etc., sin sentir un punto de sensación de ridículo. Para volver a jugar fuerte, debemos sentirnos fuertes. Nada más lejos, pues, que esa perpetua sensación de languidez, derrota y dispersión que se respira desde otoño de 2017.
El país necesita una nueva ilusión, liderazgos que no parezcan una broma truculenta ni una repetición de consignas vacías, y que el día a día no sea una continua gestión de la violencia lingüística, de los trenes averiados y de la gentrificación. El capital moral que se pueda lograr con la amnistía puede servir para ganar elecciones al Parlament catalán, y para retornar a un cierto pujolismo, a un autonomismo, ahora sí, retóricamente soberanista, sin embargo afianzado por las condiciones que se están estableciendo en esta nueva Transición.
La gestión del ‘mientras tanto’ puede ser muy dolorosa, sobre todo viendo cómo el país se nos disuelve entre las manos, cómo la lengua se nos deshace entre ignorancias y filologías. La tentación de la moral, a sentirse moralmente superior, a ganar la batalla de la superioridad mientras se pierde la política, es decir, mientras la realidad va por otro lado pero se triunfa en el reino del espíritu, o de los discursos y libros, será, una vez más, una tentación. Lo que convendría es hacer planes a corto plazo, explicar qué queremos para el país en los próximos años, y hacer un gran pacto que incluya todo el catalanismo, poniendo la lengua en primer plano, sin la cual no hay nación ni, por tanto, objetivos nacionales.
EL PUNT-AVUI