Otra vez la mentira
Francesc-Marc Álvaro
La Vanguardia
Sostiene Jonathan Swift, a propósito del arte de la mentira política, que «la falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella, de suerte que cuando los hombres se desengañan, lo hacen un cuarto de hora tarde». Ayudemos, pues, modestamente, a acortar la duración de la mentira, algo que en las Españas no viene nunca mal, sobre todo cuando todavía hay quienes se emperran en divulgar cuentos chinos sobre los muertos del 11-M. Pero la mentira no tiene partido fijo, es adoptada por todos los bandos, según el momento. La última mentira la ha impulsado el pequeño partido Unión Progreso y Democracia (UPyD), de Rosa Díez, y ha sido suscrita, de momento, por el Foro de Ermua, el PP (con Cospedal asegurando que «es un disparate que se nos perciba como un partido anticatalán»), el diario El Mundo, Telecinco, Telemadrid y varios intelectuales y políticos. La mentira va embuchada dentro de lo que llaman Manifiesto por la lengua común.
En este papel se reedita, por enésima vez, el embuste que ya alumbró, en enero de 1981, el modelo matriz de este tipo de operaciones, el Manifiesto de los 2.300.Al cabo de los años, tras varias proclamas similares y tras la creación de dos partidos (Ciutadans y UPyD), el mismo personal vuelve a la carga. Es una mentira tan colosal que, para formularla, sus artífices deben dar un rodeo considerable. Así, como no podría ser de otro modo, admiten lo obvio, que el castellano «goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero». Pero ello, de manera incoherente, va acompañado, en su caso, de «inquietud política» sobre el papel del castellano «como lengua principal de comunicación democrática en este país» y en relación con «los derechos educativos y cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación». Dejando a un lado el extravagante concepto de «lengua principal de comunicación democrática», lo que el nuevo manifiesto trata de expandir es la falacia de una supuesta «discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano».
Cualquier observador exterior que viaje por España se da cuenta de que es precisamente todo lo contrario. Es el hablante de las otras lenguas españolas (catalán, euskera y gallego) el que ve limitados sistemáticamente sus derechos lingüísticos individuales, en sus relaciones diarias con poderes públicos y empresas privadas. Es el hablante de las otras lenguas el que acaba siendo un ciudadano de segunda. Por no hablar de la criminalización descarada que sufren los idiomas minoritarios. Valga como ejemplo el lamentable chiste que Mingote publicó en el diario ABC el 24 de junio. Detrás de un chico haciendo codos, vemos a unos adultos que comentan lo siguiente: «Estudia en euskera. Es una víctima del terrorismo aunque él todavía no lo sabe». ¿Cómo puede ser que se insulte gravemente a todos los hablantes de una lengua y el fiscal no actúe de oficio? Así está el patio. Jiménez Losantos, como muchos sabemos, es sólo la punta del iceberg de una inercia de odios y demagogias que supuran tanto a derecha como a izquierda. No en balde Fernando Savater, líder de esta causa, fue el primero que unió al popular Mayor Oreja con el socialista Redondo Terreros.
La obsesión enfermiza por el imperialismo identitario, propio de los nacionalistas que disponen de un Estado a su servicio, está llevando a ciertos intelectuales a olvidarse de lo que interesa a la gente, a la vez que ignoran que caminamos hacia sociedades complejas con muchas identidades cruzadas. Mientras el CIS señala que lo que más preocupa a los ciudadanos es la situación económica y el desempleo, los forjadores del nuevo frente nacional quieren que pensemos que el castellano corre peligro en España. Sería mejor que este personal empezara por reconocer que su verdadero objetivo es lograr que España sea un calco de la Francia unitaria y jacobina donde todo lo que no es «lengua común» merece ser calificado de patois y enviado al infierno. El problema es que Savater y sus amigos llegan con más de 200 años de retraso. Como ha escrito Ramoneda – nada sospechoso de nacionalista catalán- «no deja de ser un poco obsceno -o abusivo- que el único de los nacionalismos triunfantes de todos los hispánicos, es decir, el único que ha conseguido pasar de potencia a acto y tener un Estado, sea también el único que se niega a reconocerse en la condición de nacionalista».
Comento estas miserias con el amigo y escritor valenciano Rafa Gomar, que no lo tiene nada fácil para vivir y crear en su lengua materna. Nuestra principal lengua común no es la misma a la que se refieren los firmantes del manifiesto y, sin embargo, nos entendemos. Y no somos los únicos.
Sobre el Manifiesto del Partido (anti) español
Salvador López Arnal
Rebelión
Probablemente sea el marco futbolístico-patriotero del «Podemos» y del «A por ellos», anunciado, como es sabido, desde un canal televisivo próximo al PSOE1, el que ha incentivado y estimulado la presentación de un nuevo (¿nuevo?) manifiesto a favor de la lengua castellana por parte de un grupo de intelectuales algunos de ellos militantes del partido de la señora Díez, próximos a la FAES y, en su momento, a fundaciones anticastristas. Como queda expuesto en la presentación, con alguna extraña ambigüedad incorporada fruto probablemente de pactos y acuerdos entre los firmantes, no se trata de una desazón meramente cultural2 sino de una inquietud política motivada por dos temas básicos: el papel del castellano como lengua principal de comunicación3 entre la ciudadanía y los derechos educativos y cívicos «de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación».
Los autores señalan que «desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y común de todos los ciudadanos españoles». No concretan más. ¿Cuántos años? ¿Crecientes razones? Preocupación, se apunta, por la situación institucional de una lengua de la que se dice, en un tono muy franco-español por cierto, que es «la única lengua juntamente oficial y común a todos los ciudadanos españoles». ¿Qué problemas ponen en peligro la situación institucional del castellano en España?
Los autores explicitan a continuación las premisas de su argumentación:
La primera: «Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas -el castellano- goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen».
Destaquemos la afirmación para comprobar si hay consistencia en el desarrollo: «Todas las lenguas oficiales en el estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional». Sea como sea, ¿por qué tendría que ser oficial el castellano en todo el territorio nacional aun cuando fuera realmente común a toda la ciudadanía? ¿Y de dónde ese «por tanto», ese consiguientemente que les lleva a afirmar, como quien sostiene que el siguiente de 2 es impar, que sólo una de ellas goza del deber constitucional de ser conocida por todos? Goza del deber constitucional porque así fue incorporado a la Constitución española de 1978 y eso fue así, nuevamente hay que recordar lo obvio, porque la situación, la correlación de fuerzas, el espadón, el españolismo exacerbado y mil doscientas razones conocidas impedían -o dificultaban cuanto menos- formulaciones alternativas.
Aceptan los autores que existe «una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia de ningún tipo». ¿Y por qué? Porque «en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático».
Dejemos aparte el menguado concepto de «Estado democrático» que esgrimen los autores y autoras del Manifiesto. ¿Qué razonamiento permite sostener que una asimetría admitida no es injusta porque aunque en España existan, como también se admite, realidades culturales diversas4 sólo una de ellas «es universalmente oficial (reparen en el término) en el Estado? ¿Y qué importa eso? ¿Por qué no pensar en tratar oficialmente de forma distinta lo que se admite que es una asimetría? Es decir, si algo que es asimétrico no es injusto porque sólo una lengua es universalmente oficial, debería admitirse que esa asimetría sería injusta si el tratamiento lingüístico oficial fuera otro. Luego, por tanto…
Señalan a continuación los autores, por otra parte, que «contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano». Pensar en la reciente historia de nuestro país y hablar de «una lengua con tanto arraigo histórico» en España o es un olvido, o un disparate o una muestra más de prepotencia e insensibilidad culturales.
La segunda premisa apunta a las lenguas y a los derechos ciudadanos:
«Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüísticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas cooficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc… en detrimento del castellano».
No estoy seguro, más bien creo lo contrario, de que no se pueda hablar de derechos comunitarios pero precisamente lo que el manifiesto señala -«las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones»- ha sido el pan de nuestro de cada día durante aproximadamente cuarenta años en partes importantes del territorio español. Decir, por lo demás, que eso ocurre actualmente en Cataluña, Galicia o el País Vasco en detrimento del castellano es un disparate sociológico, una ensoñación fruto de un prejuicio arraigado e imposible de alterar, que apenas merece ninguna consideración intelectual. ¿Cómo es posible afirmar una cosa así? ¿No viajan, no escriben, no leen, no ven, no oyen los autores del texto?
Discutamos algún punto en todo caso. ¿Prioritario el catalán en la educación impartida en Cataluña en primaria y secundaria? No seré yo quien niegue abusos y barbaridades puntuales, pero un dato enseña y enseña mucho: en las pruebas de acceso a las Universidades catalanas que se han realizado en esta última década, menos en 2005 si no ando errado, el promedio de la nota en lengua castellana siempre ha sido netamente superior al de la lengua catalana.
Por lo demás, el tema de la rotulación es una memez mil veces explicada que bebe en fuentes sesgadas de un comerciante conservador y que ha sido criticado incluso por una dirigente del PP catalán.
La premisa tercera tiene un tono paternalista tan pueril que se destruye a sí misma: «En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua cooficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos)» [las cursivas son mías]
Conocer bien la lengua cooficial, aspiración, obligación de conocer el castellano: todo esto no chirría en las mentes de los autores. Otra premisa más que, más que proposición razonada y fundamentada, parece un postulado indiscutido de una axiomática monolingüística española.
Añaden además: «Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella».
El tono es tan pueril, tan de clase media exquisita, que, la verdad, da cosa leerlo.
Sea como sea, eso es lo que está ocurriendo ya en Cataluña. No es ningún desideratum al que debamos aspirar si fuera el caso. ¿No lo saben los autores?
Desconociendo claramente la situación añaden que «conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad». Dejemos aparte el tema de la movilidad geográfica, que concibe nuevamente a los trabajadores casi como mercancías y explicita netamente el carácter y posición de clase de los firmantes. Pero sabido es que precisamente los más interesados en conocer más lenguas, en saber más para tener más defensas, son esas capas desfavorecidas a las que lo autores hacen referencia. La (mal)denominada normalización lingüística ha conseguido, no sin errores ni estúpidos atropellos puntuales5, que sectores castellanoparlantes conozcan, hablen y escriban con corrección una lengua hasta entonces poco transitada. De hecho, esos sectores desfavorecidos se enorgullecen cuando se les habla en catalán. Notan, comprueban, que dominan otra lengua. ¿No es esto un aumento de ciudadanía española, si se admite, como se admite en el Manifiesto, que todas las lenguas «cooficiales» son lenguas españolas?
La guinda: ciertamente, señalan los autores, el artículo 3º, apartado 3, de la Constitución establece que «las distintas modalidades lingüísticas de España son un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Nada objetan a esta disposición tan generosa (¿) como justa, escriben los autores, «proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que padecían esas lenguas» pero en su opinión se ha cumplido sobradamente hoy tal objetivo y sería «un fraude constitucional y una auténtica felonía utilizar tal artículo para justificar la discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano en alguna de las formas antes indicadas».
¿Por qué se ha cumplido sobradamente? Pues… porque lo dicen ellos y ya basta. ¿Marginación o minusvaloración de ciudadanos monolingües? ¿A quienes se refieren los autores, a las personas que sólo hablan catalán, gallego o vasco por ejemplo? Prácticamente no existen pero en el caso de que existieran les sería imposible vivir en Cataluña, Galicia o en Euzkadi. Como todos los firmantes saben perfectamente, o deberían saber, hoy es perfectamente posible vivir en castellano en Cataluña y no es posible hacerlo en catalán. Es una tesis nacionalista, se dirá. Lo admito, pero está cargada no sé si de razón pero sí de hechos.
La conclusión, lo que pretende ser una conclusión de no se sabe bien qué razonamiento introducida con un «por consiguiente» para dar mayor (y aparente) fortaleza deductiva, no tiene desperdicio:
«Los abajo firmantes solicitamos del Parlamento español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso puede exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los siguientes puntos..»
Tal como han leído: los ciertamente aguerridos constitucionalistas que usan la Constitución como norma intocable en numerosos asuntos anuncian la necesidad de cambios constitucionales. Vivir para ver.
Cambios constitucionales ¿para garantizar qué asuntos? Los siguientes:
1. «La lengua castellana es COMUN Y OFICIAL6 a todo el territorio nacional, siendo la única cuya comprensión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles».
Como de hecho ya ocurre actualmente, en afirmación, por lo demás, constitucional discutible.
2. «Todos los ciudadanos que lo deseen tienen DERECHO A SER EDUCADOS en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común».
En escuelas de élite de Barcelona -Aula por ejemplo, donde estudiaron lo hijos del señor Artur Màs- tal cosa ya ocurre. En las escuelas e institutos públicos es una situación de hecho. Todos los alumnos catalanes tienen un conocimiento final de «la lengua común» superior al catalán en general. Generar dos itinerarios, como parecen insinuar los autores, crearía marginación y separación e incuso enfrentamientos étnicos. Se han escrito toneladas de ensayos y artículos sobre el tema.
Otra cosa es, claro está, que la introducción de ambas lenguas pudieran hacerse con otros ritmos e incluso con otras finalidades.
3. «En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano español tiene derecho a ser ATENDIDO INSTITUCIONALMENTE EN LAS DOS LENGUAS OFICIALES. Lo cual implica que en los centros oficiales habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo funcionario deba tener tal capacitación. En locales y negocios públicos no oficiales, la relación con la clientela en una o ambas lenguas será discrecional».
Lo mismo exactamente que en el caso anterior: ya sucede actualmente. Más aún, en Catalunya ese derecho no lo tienen los catalanoparlantes. En numerosos actos judiciales, por ejemplo, no son atendidos en catalán ni pueden usar su lengua sin dificultades. En algunas universidades, la UNED es un ejemplo, toda la documentación está escrita únicamente en castellano. En algunas instituciones, no es posible recibir respuesta en catalán del funcionario.
Por lo demás, tema sobre el que los autores callan, el domino del castellano en la esfera de las corporaciones y negocios privados es abrumador.
4. «LA ROTULACION DE LOS EDIFICIOS OFICIALES Y DE LAS VIAS PUBLICAS, las comunicaciones administrativas, la información a la ciudadanía, etc… en dichas comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua autonómica».
Observemos el punto: es recomendable que sean bilingües, sólo recomendable, pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua que ellos llaman autonómica. Por lo tanto, claro está, sí podrá ser únicamente en castellano si la situación lo requiriera.
5. «LOS REPRESENTANTES POLITICOS, tanto de la administración central como de las autonómicas, utilizarán habitualmente en sus funciones institucionales de alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones características. En los parlamentos autonómicos bilingües podrán emplear indistintamente, como es natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales».
Pero, en cambio, no es natural para los autores que un parlamentario catalán, vasco o gallego use, si quiere, su propia lengua en el Parlamento del Estado. ¿Y por qué no es natural? Porque las lenguas autonómicas no deben contaminar el Estado, no son propiamente lenguas españolas. Si lo fueran, como los autores señalan en la primera de sus premisas, merecerían atención, reconocimiento y apoyo públicos. Y no sólo, desde luego, en sus propios territorios. La contradicción es de libro.
En definitiva, una apuesta política, sin ningún motivo puntual, para incrementar aún más la presencia del castellano en nuestro país. Probables consecuencias de ello: auge del españolismo, auge de los nacionalismos políticos periféricos (el central está casi siempre en el puesto de mando) y dificultades para que la idea de una España federal que reconozca sus diversas realidades lingüísticas y nacionales avance.
Desde luego, ningún cambio constitucional en el horizonte. Sobre todo, ruido. Ruido, escándalo y protagonismo mediático y neta inconsistencia en postular cambios constitucionales, sin motivos reales conocidos, para X, negándose al mismo tiempo a hacerlo para Y, eso sí, tildando de extremistas a quienes proponen esos cambios que, en ocasiones, sí tienen justificación.
Notas:
1 Con un presentador estrella participante en un anuncio televisivo pro-selección que ni en tiempos del más rancio españolismo hubiera podido imaginarse, y representante, se dice, del socialismo reflexivo y sosegado español que no españolista. Pues será eso o serán los servicios debidos a los lúcidos estrategas del canal Cuatro.
2 Luego, por tanto, también desazón cultural a pesar que, como se dice a continuación sacando pecho y fervor lingüísticos, «nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés». Es obvio que para los firmantes «nuestro idioma» refiere siempre al castellano; no existe otra lengua esencial, más allá de disimulos y cortesías falsarias, en su horizonte cultural.
3 Los autores añaden» democrático» pero es obvio que el castellano ejerce su aplastante dominio como lengua de comunicación democrática y no democrática en este país que para los firmantes siempre, claro está, es España.
4 El Manifiesto se guarda bien de hablar de realidades nacionales o de nacionalidades, término usado como es sabido en la Constitución de 1978 a la que tantas referencias y loas suelen hacer los autores por otra parte.
5 Por ejemplo. La aspiración, por parte de sectores muy minoritarios del profesorado, de que el alumnado debía seguir expresándose obligatoriamente en catalán en sus horas de descanso dado que se estaba en horario escolar.
6 No deja de ser curioso el uso de aguerridas y seguras mayúsculas en el Manifiesto.
Los 20 oprimidos
Suso De Toro
El País
Es conocido el drama que vive la lengua inglesa en el mundo, acosada y despreciada, perseguida descaradamente por los nacionalistas de aquí o allí, sus hablantes encuentran dificultades doquiera van. No menos dramática es la situación de la lengua castellana, ésta en la que escribo, la nuestra, la común. Una lengua que se extendió por el mundo sin imposición y con benevolencia, gracias a que gallegos, catalanes, vascuences y aborígenes americanos deseaban con vehemencia conocerla, hablarla y aún escribirla, abandonando sus torpes e infantiles chapurreos pero que hoy, ¡ay!, vive horas amargas.
Es cierto que nuestros abuelos hablaban la lengua gallega, pero lo hacían sin mala fe, era por ignorancia de la lengua común, la verdadera. Nosotros hoy, gracias sean dadas, hablamos y escribimos correctamente el castellano y nuestros hijos ya saben conjugar el pretérito perfecto, «he dicho», cuando para nosotros, antes, lo perfecto era indefinido, «dije». Desde la secular ignorancia gallega no hemos dejado de progresar, hablaremos al fin como en Chamberí, «el Madrí ha ganao» (repitan). Aunque, por culpa de la dichosa Constitución que reconoce a las nacionalidades históricas y sus lenguas, y de la autonomía aún vigente, nuestros hijos son obligados a estudiar la lengua autonómica, que no es la común. Menos mal que no es obligatorio conocerla, a diferencia de la verdadera. (Generalísimo, vuelve. Estamos huérfanos, a merced de esos nacionalistas. ¡Antes había un solo nacionalismo, el común, y nos bastaba!)
Pero si en la tierriña vivimos cuitas qué no vivirán las personas más sensibles, los mejores, esos intelectuales que padecen en su Madrid las insidias de los insidiosos nacionalistas. Son intelectuales que tienen la piel más sensible, las antenas más alerta y por ello sufren más y detectan antes las asechanzas a la lengua común, la de toda su vida.
Veinte de ellos, sin duda la vanguardia, se han rebelado contra tanto descaro y han levantado la bandera de la verdadera España, la de siempre. «¡No más ultrajes a la lengua común!, ¡Basta ya!», han clamado y exclamado (¿o es «clamaron» y «exclamaron»? Malditos antepasados nuestros que tardaron tanto en pasarse a la lengua común, nos han transmitido sus dudas e incertezas indefinidas).
Y es que viven hostigados. Parece ser que cuando se acercan a un quiosco de prensa en el barrio de Salamanca sólo hallan prensa escrita en lenguas que no son la común. Allí están periódicos deportivos escritos en catalán, ¡condenados polacos!, diarios generalistas escritos en balbuceos vascongados y revistas del corazón en el torpe gruñir de los gallegos, esa habla de pastorcillos apta para hablar a los animales. Cuando encienden sus televisores emergen lenguas no comunes, les resulta imposible oír a un presentador del telediario o a un anunciante en la lengua común, la buena, la nuestra, la verdadera, la de allí. Están invadidos y acosados. Incluso la información deportiva está pervertida por los nacionalistas no comunes, ahí están las selecciones vascas, catalanas, gallegas, con sus banderas y sus exclamaciones autonómicas. ¡Qué decir de las películas, si hasta las americanas las traducen todas al gallego! Cuentan que en la misma Plaza de Colón, ¡insignia de la Hispanidad!, han levantado un gran mástil con las banderas de las nacionalidades. Todo Madrid está invadido de ideología autonómica y no hay taxista que no te hable vasco ni camarero que no te conteste en catalán cuando uno le inquiere en correcto castellano. Si hablas la lengua verdadera te miran mal y te expones a un disgusto, tal es el encanallamiento al que se ha llegado en el odio a nuestra lengua común.
¡Que no sufran en vano! Pues se sacrifican por nosotros para que no recaigamos en los vicios de nuestros abuelos. Ellos, por no ser catalanes, vascos ni gallegos o por serlo pero haberse curado sus antepasados a tiempo, no han heredado nuestras máculas, están limpios. Son los comunes, un ejemplo a imitar. Escuchemos su voz y admiremos su gesto gallardo. Allí están en su Madrid rodeados por autonómicos varios, defendiendo la lengua común, hoy en peligro en el mundo como confirman todas las estadísticas. ¡Héroes solitarios necesitan apoyo! Firmemos y que salgan nuestros vástagos con huchas a la calle para recaudar fondos solidarios (La culpa es de Zapatero, lo sabe bien Rosa Díez).
El castellano amenazado (y yo con estos pelos)
Joan Garí
Público
La noticia salta a los medios -escritos- el 24 de junio, día de San Juan (mi onomástica y la del rey, vaya). Cuenta Público que «Veinte intelectuales firman un manifiesto en defensa del castellano como lengua común en España». Al parecer, según los veinte, las desmedidas aspiraciones de las «lenguas autonómicas» están acabando con la presencia de la lengua de Castilla en la periferia de España. Contra esta dramática situación, los abajo firmantes proponen que se dejen de usar en exclusiva las otras lenguas españolas en beneficio de la que ellos llaman «común». Entre los promotores de esta sesuda reflexión está, nada menos, don Fernando Savater, a quien las revistas Foreign Policy y Prospect acaban de declarar uno de los «cien intelectuales más influyentes del mundo». Vale.
Tanta excelencia intelectual junta me da que pensar. Salgo inmediatamente a la calle a comprobar a qué nivel de indecencia lingüística estamos llegando en este país. Les diré, en todo caso, que vivo en una pequeña ciudad del área de Castellón, mayoritariamente catalanohablante. Voy a una librería, pero allí están, impertérritas, las obras de Savater y las de la mayoría de sus colegas (por lo menos, de aquellos de entre ellos que escriben, porque no sé si ya hemos llegado al penúltimo estadio de la perversión, en que se prohibirán los libros -en castellano- que nunca se han escrito). Sigo adelante. Me acerco a un quiosco. Allí está, como cada mañana, la prensa abrumadoramente mayoritaria, en la «lengua común». Continuemos. Los cines: en Castellón, como en Barcelona, prácticamente todos los estrenos en español. Más: pongo la tele. Aunque el Partido Popular valenciano intenta prohibirlos -por nuestro bien: para hacernos más comunes-, se reciben en mi TDT los cuatro canales de la Televisió de Catalunya. A su lado, 40 canales en perfecto español -los mismos que en Barcelona-, y la emisora local, Canal 9, con algunos programas en catalán y el resto en romance común.
Me desespero. No dudo de que el español esté en peligro en España -lo dicen veinte intelectuales-, pero entonces, algo falla. Quizá yo no lo sepa y en Mataró, en Andratx o en Vitoria a los castellanohablantes se les obligue a llevar una estrella amarilla, o un lazo rojo en el pelo (hay integristas muy excéntricos). Llamo enseguida a mis amigos catalanes, baleares y vascos: no existen tales medidas. En realidad, todas las encuestas nos dicen que una parte importante de las poblaciones respectivas de Cataluña (también Baleares y Valencia), Euskadi y Galicia son monolingües en castellano. Ese porcentaje, de hecho, no baja del cincuenta por ciento. Entonces, ¿cómo se puede acorralar y descomunizar a la mitad de la población?
Cataluña es el meollo de la cuestión. A los vascos se les tolera (ETA al margen, se les sospecha un carácter paleoespañol), los gallegos no cuentan (esos preportugueses desnaturalizados), pero los catalanes amenazan el ser de España: su virgo.
Entonces, me digo, si ellos son el cáncer del país, la sangre debe de estar ya desembocando en el río. Al fin y al cabo, allí se aplica la inmersión lingüística: todos los niveles educativos son en catalán. Y esas masas discriminadas, esos ciudadanos comunes violentados en sus derechos más íntimos, esos buenos españoles malogrados por el botiguer catalán deben de estar sin duda manifestándose en masa ante el Palau de la Generalitat. Miremos las estadísticas. Cantidad de padres que ha pedido que sus hijos reciban escolarización en castellano en toda Cataluña: 23 (entre más de un millón de alumnos).
¿No les gustan a los intelectuales las estadísticas? Pues en el País Valenciano son una ciencia muy exacta. ¿Sabe don Fernando Savater, por ejemplo, que hay 93.700 alumnos valencianos de primaria y secundaria que preferirían recibir enseñanza en valenciano/catalán pero son escolarizados en castellano porque la Generalitat de aquí está ocupada por gentes muy comunes? 93.700 alumnos (son datos de Escola Valenciana) contra 23. ¿Quién persigue a quién?
Siempre he despreciado al que ampara a los ricos y ataca a los pobres o al que le roba directamente a los pobres para dárselo a los ricos. ¿Proteger una lengua que hablan cuatrocientos millones de personas y que en el ranking mundial ocupa el tercer lugar? Se necesita ser muy tonto o tener mucha mala fe para venir con esa canción a este festival. Que yo sepa, en España, las únicas lenguas perseguidas -desde los decretos de Nueva Planta de Felipe V hasta los estertores del franquismo- han sido las lenguas no castellanas. Y, ahora mismo, el único partido político que hostiga con saña a una lengua es el Partido Popular en Valencia, que lleva a cabo una campaña indisimulada contra el valenciano/catalán, aunque sin subterfugios «intelectuales» (son gente más simple). Ríase usted de ERC en Cataluña. ¿Para cuándo un manifiesto de savateres, vargasllosas y boadellas para defender la lengua habitual de los valencianos contra las agresiones del poder?
La misión de los intelectuales en este perro mundo es bastante ingrata. Por jugarse de verdad el tipo, a nadie se le incluye en la lista del Top100. En cambio si vas de víctima, de perseguido (aunque hace años que no bajas del Rolls y de la Visa y tus libros y tus conferencias se venden y se imparten a precio de oro en el territorio donde dices que te quieren mal), acabarás triunfando. Señores intelectuales comunes: si quieren causas nobles, yo les podría sugerir unas cuantas. Pero la persecución del castellano… ¡Anda ya!
* Joan Garí es escritor. Su último libro es la novela La balena blanca