El Líbano, el perdedor

Hace tiempo que los vecinos de Beirut no se despertaron sobresaltados como en el amanecer del domingo, por explosiones que resonaron en la capital, sobre todo en suburbios chiis donde se asienta la autoridad del Hezbollah. Los veranos en  Oriente Medio, lo he escrito periódicamente, son tiempo propicio a guerras, golpes de estado, conflictos armados, desde el pronunciamiento militar de Nasser contra el rey Faruk de Egipto en 1952, la guerra de  los Seis Días entre árabes e israelíes de junio de 1967 y ciñéndome al Líbano, la invasión israelí de 1982 o la guerra entre el Hezbollah y el Estado judío de un mes de agosto del 2016, cuyo aniversario ha celebrado estos días el jeque Nasrallah, secretario general del beligerante partido de Alah libanes. El estallido de los dos drónes israelíes, ha perturbado la placidez de este verano de Beirut, por cierto con muchos visitantes procedentes de las Españas.

Nadie dio por concluida la guerra del 2016, ni Israel que no pudo arrancar de cuajo, como pretendía, a los combatientes chiis, ni el Hezbollah que, pese a sus grandes pérdidas que costaron al Líbano toda suerte de devastaciones tanto en los suburbios de la capital como en las localidades fronterizas del sur, proclamó su «victoria divina». Desde entonces no han cesado especulaciones –estos pueblos del Levante son  su mejor terreno abonado- en torno a otra guerra. El jeque Nasrallah dijo, no obstante antes de este  episodio dominical, que el conflicto del verano del 2006 demostró que Israel era más vulnerable que «una tela de araña», que el Hezbollah que deseaba eliminar se ha convertido en una fuerza regional y sabe que una nueva guerra prendería fuego a toda esta zona oriental.

El ataque de los drónes fue la operación militar mas grave sobre Beirut desde la guerra del 2006 y ha puesto, de nuevo, de manifiesto la extrema vulnerabilidad de su población civil. Téngase en cuenta que esta situación cada vez más complicada, en Siria, Irak, Yemen, agravada en estos meses de verano con la suerte de Idlib todavía sin decidir, el Hezbollah ha extendido su influencia armada, mas allá de las fronteras libanesas, comprometiendo a toda la republica. Como si el tradicional enfrentamiento con Israel no fuese suficiente, el conflicto entre EEUU e Irán fomenta la actividad regional de los hombres del Partido de Dios.

El ataque de los drones debilita todavía más al Líbano porque ahonda la división entre los partidarios de la acción beligerante del Hezbollah, y los que aspiran a mantenerse distanciados de los interminables conflictos regionales. Los que quieren hacer de Beirut un Hanoi y los que  sueñan  en convertirlo en Singapur. El drama del Líbano es su situación geopolítica, la imposibilidad de desvincularse de grandes problemas sin solución como la cuestión palestina, gran cementerio de infinitos proyectos de paz. Aquí los problemas no se resuelven sino que se acumulan, como entre cristianos y drusos de la Montaña o como el rompecabezas de los refugiados sirios que el gobierno de Beirut anhela que abandonasen el país,  y la comunidad internacional se resiste a propiciar el retorno a sus origines. Líbano es siempre el gran perdedor.

LA VANGUARDIA