El discurso del Ministro de Exteriores chino, el viernes pasado en la Conferencia de Seguridad de Munich, fue significativo por dos razones. La primera es que Yang Jiechi no mencionó ni una sola vez a Estados Unidos en un discurso que llevaba por título, «Una China cambiante en un mundo cambiante». ¿Se puede hablar del mundo sin mencionar a Estados Unidos?
Pekín está muy irritado con Washington por la multimillonaria venta de armas de Obama a Taiwán, en una época en la que está en marcha una clara distensión entre China y la isla, así como por el anuncio de que el Presidente americano recibirá próximamente al Dalai Lama. Son dos bofetadas en los temas más sensibles. Los americanos están a su vez irritados con China porque ésta no coopera con el esfuerzo de Washington por amarrar, aun más fuerte, las dos principales regiones energéticas del mundo, Oriente Medio y el Asia Central, como muestran las intervenciones imperiales en Iraq y Afganistán, y la fuerte presión contra Irán. Tampoco gustó la reacción de los chinos al intento de Obama de repetirles el mantra de la necesidad de revaluar el yuan. En lugar de escucharle le leyeron la cartilla por el desbarajuste económico y financiero americano que lleva al mundo al caos, sin renunciar a continuar dando lecciones. Todo esto era sabido. Lo que pasó inadvertido fue otro aspecto del discurso.
Giro a la izquierda
Yang incidió en la condición de China como país en desarrollo, con apenas 3000 dólares de renta per cápita y ocupando el puesto mundial 104 en ese parámetro. «Las ciudades como Pekín y Shanghai no representan al conjunto de China», donde hay «muchas zonas rurales y remotas muy pobres, con 135 millones de chinos viviendo con menos de un dólar diario y 10 millones sin acceso a electricidad», dijo. Para que China alcance una «modernización verdadera», estimó, «deberán pasar una docena de generaciones».
En Occidente la crisis está creando algunos problemas, pero en un país como China, inserto en un esquema exportador extraordinariamente dependiente de los humores de la economía global, la crisis crea dilemas existenciales. El principal es afirmar un modelo económico más endógeno, más basado en el potencial del mercado interno y menos en la exportación de productos de bajo valor añadido a los países más ricos del mundo. Es una tarea enorme que precisa cambios colosales a todos los niveles, incluido cambios en la ideología y en el discurso.
El énfasis en la vulnerabilidad de China contenido en el discurso de Yang, un mensaje de puertas afuera, coincide con un regreso, para muchos sorprendente, del discurso maoísta de puertas adentro. Un inesperado giro a la izquierda en el discurso.
El desmoronamiento del casino financiero que en Occidente ha rehabilitado el keynesianismo, en China ha potenciado tendencias anti mercado y un nuevo apoyo a las empresas estatales, que han sido las principales receptoras del paquete anticrisis de medio billón de euros y de los créditos de casi un billón concedidos por los bancos, estrechamente controlados por el Estado. En algunos casos el giro a la izquierda en el discurso del Partido Comunista ha sido rampante.
Transformación del «niño bonito»
¿Quien no se acuerda de Bo Xilai, el ministro de comercio, hijo de un padre de la patria?. Era el niño bonito de los diplomáticos occidentales y de los ejecutivos de las multinacionales en Pekín. Tenía un impecable nivel de inglés, su hijo estudiaba en un colegio británico de elite, un hombre capaz de distinguir un buen vino de Burdeos o de discutir una jugada de golf… Gente como Bo Xilai, miembro del Politburó desde 2007, le ponían rostro a una China neoliberal y capitalista. Y en eso fue nombrado jefe del partido en Chongqing, la metrópoli, sucia y currante, del curso medio del Yangtze.
Al lado de Chongqing, ciudades como Pekín, Shanghai o Nanjing son como delicadas bailarinas del Bolshoi junto a un rudo minero de rostro tiznado. Otro mundo. En Chongqing los dirigentes han acuñado un nuevo concepto, el llamado «PIB rojo» que describe, «un desarrollo económico que se orienta en las necesidades de las masas y no viene dictado por la codicia de las clases privilegiadas representadas por los 30 millones de millonarios», explica preocupado, Willy Lam, un conocido analista de derechas de Hong Kong.
En Chongqing, Bo Xilai ha promocionado la construcción de una gigantesca estatua de Mao, símbolo del igualitarismo, y su administración ha estipulado que por lo menos una tercera parte de las viviendas que se construyan en la ciudad deben ser asequibles para los obreros y campesinos. El jefe del partido adquirió fama por enviar mensajes de propaganda maoísta a través de la red local de telefonía móvil con trece millones de abonados, mensajes extraídos del «libro rojo» que decían cosas como, «me gusta como lo enfocaba el Presidente Mao: El mundo es nuestro, debemos trabajar todos juntos».
El regreso del discurso colectivista se encuentra por doquier. Hasta el presunto sucesor de Hu Jintao, Xi Jinping, ha pronunciado discursos rescatando el «servir al pueblo» y el «fortalecer el vínculo con las masas». Lam dice que, «en menos de dos años, Bo Xilai, ha citado frases y pensamientos de Mao en por lo menos treinta discursos». Todo esto no es un adorno, ni un capricho, ni exclusivo del jefe de partido en Chongqing, sino algo serio, que de alguna forma ya adelantaron Hu Jintao y Wen Jiabao en los últimos años.
Viraje preventivo
Los dirigentes chinos no saben lo que les deparará la crisis, pero se preparan para tiempos duros y muy diferentes. El mensaje que se lanza desde arriba en el Partido Comunista, es el de que en los tiempos de estabilidad y abundancia, hay que estar preparados para riesgos y emergencias. Las incertidumbres de la economía global, obligan a los dirigentes chinos a una adecuación ideológica preventiva. La consideración del Ministro Yang en Munich, de que ciudades privilegiadas y acomodadas como Pekín y Shanghai no representan al conjunto de China, forma parte del asunto.
El pintor ruso Ilyá Repin pintó, en 1884, un famoso cuadro titulado «inesperado» («ne zhdali»), que representa el regreso a casa de un hombre que ha estado condenado al exilio. Viene tan cambiado de Siberia que la sirvienta apenas lo reconoce. El cuadro es genial por la sorpresa que transmite. Pues bien, un internauta chino llamado Zuoke ha parodiado ese cuadro, cambiando los personajes de la escena, sustituyéndolos por personajes chinos y colgándolo en la red, con gran éxito. En lugar del exiliado, es el Presidente Mao el que entra en la habitación. Allí, en el lugar de la sorprendida familia, están, igualmente sorprendidos, otros personajes. El principal es el Presidente Bush, que está removiendo un enorme tesoro con el que está comprando a varios notorios representantes del capitalismo chino. Entre ellos, un académico de derechas (Zhang Weiying, decano de la Escuela de Negocios de Pekín), el ex jefe del Partido en Shanghai, Chen Liangyu, y el magnate inmobiliario Ren Zhiqiang sentado al piano. Todos ellos arramblando el dinero de Bush y asombrados por el inesperado regreso del Presidente Mao, que entra en la habitación con el «Traje Mao», dispuesto a poner orden. Un nuevo uniforme para tiempos de crisis y una alegoría muy significativa.