Empecé Sant Jordi llegándome a la Vía Layetana, el sábado, para escuchar a algunas de las mujeres testigos del libro ‘Torturadas’ de Gemma Pasqual, que contaban con una valentía y una dignidad ejemplares como habían sufrido en aquella casa de los horrores –en dictadura y en democracia. De 1940 hasta hoy. Los asistentes al acto cortamos la calle, llevábamos pancartas denunciando las torturas y los torturadores y fuimos escuchando durante una media hora muy buena, una a una, las narraciones que aquellas mujeres leían sobre lo que les había pasado allí mismo, detrás de aquellas puertas.
Fue precisamente en uno de los momentos más íntimos y estremecedores cuando un hombre que pasaba solo por detrás, precisamente por la puerta de la Vía Layetana 43, se atrevió a insultar a los manifestantes a gritos y siguió caminando ante la dotación de policía que custodiaba el lugar. Es evidente que no sintió ni pizca de respeto ni interés por el testimonio de aquellas mujeres y supongo que no le importaba, al contrario, todo lo que habían tenido que soportar. Pero tras su gesto estaba la seguridad y la prepotencia de saber que no le pasaría nada. Al contrario: que, si alguien intentaba volverse, allí tenía la policía para protegerlo.
Esta constatación me hizo pensar en un libro que he leído recientemente con gran interés, ‘Caste, The Origins of Our Discontents’ (1), de la periodista Isabel Wilkerson. El volumen ha tenido un gran impacto en Estados Unidos pero también en países como India, porque Wilkerson explica cómo y por qué funciona el racismo no sólo en Estados Unidos, sino en otros lugares –en el caso de India, habla de la casta ‘dalit’ (2). Y en lo que cuenta hay unas cuantas lecciones –porque al fin y al cabo ella habla de opresión y resistencia– que son perfectamente aplicables al caso catalán.
Empiezo por ese señor tan español que insultaba el sábado. ¿Cómo puede haber nadie tan insensible?, nos preguntamos muchos de nosotros en vista de una actitud como la suya. Y la respuesta de Wilkerson es esclarecedora: “La única manera de mantener un grupo de gente inteligente artificialmente oprimida, por debajo de los demás y por debajo de su propio talento, es con la violencia y el terror, psicológico y físico, aplicados con la intención de evitar que se resistan, incluso antes de que puedan imaginar que se pueden resistir”. Y explica que este terror, que esta violencia, no tiene nada de espontánea, sino que los opresores la fabrican en el curso de la historia y la pasan de generación en generación. Dice: “Deshumanizar a otro ser humano no es sólo declarar que no es humano, y no ocurre por accidente de un día para otro. Para deshumanizar un colectivo humano es necesario un proceso muy largo, una programación metódica. Es necesaria mucha energía y esfuerzo, muchos recursos, para conseguir algo tan antinatural como negar que otro miembro de tu especie sea igual que tú y negar, por tanto, que tenga los mismos derechos”.
Y con una cita del sociólogo Guy B. Johnson nos explica que la violencia histórica acumulada es la clave de este proceso de opresión: “Para entender el conflicto debes entender que durante los años de la esclavitud la gente blanca se va acostumbrar a la idea de que se podía ‘regular’ la insolencia y la insubordinación de los negros a la fuerza, sin consentimiento y con el apoyo de la ley y el aparato del Estado». Exactamente igual que aquí. Y es tan simple como esto: durante estos últimos trescientos años, pero muy especialmente durante la dictadura franquista, los españoles –sobre todo los españoles que viven en Cataluña– se han acostumbrado a que “la insolencia y la insubordinación” de los catalanes, es regulable con el uso de la violencia y con el apoyo explícito de una ley que siempre es y será discriminatoria contra los catalanes y favorable a ellos, los españoles.
La seguridad que dan décadas en las que esto ocurre siempre así, sistemáticamente, explica la prepotencia y la desvergüenza con que la un peatón es capaz de caminar por delante de unas mujeres que explican que han sido torturadas allí mismo, en el edificio que tienen enfrente y, a pesar de ver que van acompañadas de cientos de personas, se permite encararse a todo el mundo, él solito, con un grito, con un insulto. Simplemente, está convencido psicológicamente de que aquellos insolentes e insubordinados serán puestos a raya por la violencia del Estado, como, de hecho –y ésta la gravedad máxima de lo ocurrido en 2017–, el Estado español volvió a hacer el Primero de Octubre y después de la proclamación de la independencia. Si hoy tenemos a los españolistas envalentonados –y a los autonomistas asustados– es porque el Pavlov funciona. Nos han vuelto a pegar.
En el libro de Isabel Wilkerson llama especialmente la atención un cálculo impresionante. Ella se pregunta en qué año los ciudadanos de Estados Unidos habrán pasado tanto tiempo teniendo esclavos negros como no teniéndolos. Y la respuesta es el año 2111. En 2111, por primera vez, los afroamericanos habrán pasado tanto tiempo en una situación, aunque sea teórica, de libertad como tiempo pasaron –y que pesa sobre la conciencia de todos, blancos y negros– siendo esclavos. En el 2111 quizás los afroamericanos ya no sientan el peso histórico que sienten ahora y quizás –ya lo veremos– los blancos se hayan acostumbrado a que son humanos iguales, con los mismos derechos. Poniendo tanto de relieve esta cifra, Wilkerson explica hasta qué punto se expresa hoy el peso del pasado y la importancia de tenerlo en cuenta. Cómo es especialmente importante entre los opresores, que siguen pensando que pueden hacer con nosotros lo que quieran –y tienen derecho a ello– y no tienen miedo, porque la experiencia les ha demostrado que si pegan a alguien, si detienen a alguien, si llevan a alguien a la cárcel, si exilian a alguien, si torturan a alguien será a nosotros y no a ellos.
El libro, por la forma en que aborda este componente psicológico tan profundo de la relación entre opresión y libertad, me ha hecho reflexionar mucho y me ha impresionado. Últimamente hay gente que habla muy a la ligera de la reparación, por ejemplo, del pasado esclavista catalán. ¿Pero y la reparación de la violencia española y francesa contra los catalanes? ¿No deberíamos poner esto en la primera fila de nuestros debates y combatirlo nosotros, ahora mismo? Me agarro al ejemplo de la Vía Layetana. Los testigos de torturas en el libro de Gemma Pasqual van desde 1940, justo cuando acababan de entrar las tropas franquistas en Barcelona, a 2019, durante las protestas por la sentencia del Supremo. Esto son setenta y nueve años. Suponiendo que en adelante no torturaran más, hasta el año 2102 los catalanes, y en concreto los de Barcelona, habríamos vivido tanto tiempo sin ser amenazados con la tortura y la violencia en la comisaría de la Via Laietana como tiempo hemos vivido acostumbrados –y temerosos– a esta tortura y violencia. ¿Y piensan que esto no tiene importancia? ¿Que no deja huella? ¿Que no condiciona nuestro comportamiento y, sobre todo, los de nuestros opresores?
(1) https://www.penguinrandomhouse.com/books/653196/caste-by-isabel-wilkerson/
(2) https://fundacionesperanzayalegria.org/dalits-india/#:~:text=Los%20dalit%20o%20’intocables’%20son,desigualdad%20econ%C3%B3mica%20y%20discriminaci%C3%B3n%20social.
VILAWEB
https://www.vilaweb.cat/noticies/limpacte-psicologic-de-la-violencia-historica-contra-els-catalans/