El hombre que no traicionó la Revolución de los Claveles

Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los dirigentes y estrategas del 25 de abril portugués, fallecido hace pocos días, siempre reivindicó la utopía y la revolución

Ahora que está muerto, todo el mundo repite los tópicos buenistas de la

propaganda mediática burguesa. La realidad es que, de joven, lo vieron como una amenaza y años después todos lo quisieron desprestigiar.

El 25 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MPA), encabezado, en la clandestinidad, por el capitán Otelo Saraiva de Carvalho, a quien se atribuye la estrategia del golpe, derribaba pacíficamente la dictadura fascista portuguesa, la más antigua de Europa. Aquel movimiento extraordinario irrumpió repentinamente en el tablero de ajedrez internacional y promovió la ilusión de las izquierdas revolucionarias y anticolonialistas de todo el mundo. Y, de rebote, la prevención de los grandes poderes fácticos que al instante se pusieron a trabajar. Ya les convenía que Portugal se convirtiera en una democracia controlada, pero de ninguna manera permitirían que hubiera una revolución popular. Y así fue.

Otelo Saraiva de Carvalho nunca renunció a sus ideales revolucionarios, actitud que en pocos años generaría el rechazo de unos cuantos camaradas y la pérdida de apoyo popular. También muchas críticas y complots con afán de desprestigiarlo. Se presentó dos veces a las elecciones presidenciales. En las primeras elecciones democráticas, las de 1976, quedó en el segundo lugar, con casi un 17% de votos. En las segundas, en 1980, bajó al 1,5%. Siempre defendió una república de los trabajadores de inspiración socialista.

En 1984 fue detenido y sometido a un procesamiento judicial muy oscuro y manipulado, acusado de ser el autor intelectual de los atentados de la organización armada de extrema izquierda ‘Fuerzas Populares 25 de abril’ (FP-25). Saraiva siempre lo negó y denunció que eran maniobras del Partido Comunista contra él. En 1987 fue condenado a dieciocho años de prisión, de los que sólo hizo cinco. Mario Soares le concedió la amnistía en 1996. Saraiva nunca la aceptó formalmente.

La sombra de Henry Kissinger

Durante muchos años he intentado seguir de cerca las luchas revolucionarias del siglo XX en la Península Ibérica. A menudo ha habido conexión e, incluso, colaboración entre los grupos ibéricos. Como a menudo, de rebote, y con una fuerza implacable, ha habido la misma estrategia represiva impulsada por la OTAN y los poderes fácticos internacionales estadounidenses y europeos.

En mi libro ‘Piratas de la libertad’ (Empúries, 2004), sobre el secuestro del trasatlántico Santa María en 1961 por un pelotón de españoles y portugueses antifascistas, explicaba cómo aquel primer intento de derribar la dictadura de Oliveira Salazar había querido crear, sin éxito, un foco insurreccional en Angola. Querían avivar la lucha por la independencia colonial y, después, extender la batalla contra la dictadura en la metrópoli. En 1961 el plan falló. Pero con la Revolución los Claveles funcionó. De hecho, los Capitanes de Abril se habían forjado como antifascistas en las colonias africanas.

Las guerras por la independencia de Angola, Mozambique y Guinea Bissau declararon el alto el fuego tras el abril de 1974. Y entre ese año y el siguiente, las tres colonias obtuvieron la independencia.

En ese libro también me hacía eco del análisis de Joan E. Garcés, doctor en Ciencias Políticas por la Sorbona, amigo de Salvador Allende y abogado de la causa privada contra Augusto Pinochet. Sus investigaciones en los archivos estadounidenses le permitieron desclasificar muchos documentos secretos hasta entonces. El importante trabajo se concreta en el libro ‘Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles’ (Siglo XXI), un libro ineludible para aquellos que quieran profundizar en la trama internacional del siglo XX, según Mario Benedetti.

La Revolución de los Claveles sorprendió la OTAN, que se movilizó para ahogarla y evitar que se extendiera a España, donde se creaba clandestinamente la Unión Militar Democrática (UMD), integrada por capitanes antifranquistas a inspiración del Movimiento de las Fuerzas Armadas portugués.

Según Garcés, después del 25 de abril portugués, Henry Kissinger, el implacable secretario de estado norteamericano que unos meses antes había impulsado en Chile el golpe de Pinochet contra Allende, era partidario de aplicar en Portugal el mismo método expeditivo. Willy Brandt, el canciller socialdemócrata alemán, se opuso «porque Europa no toleraría un Pinochet». A cambio, propuso a Kissinger otro plan para «reintegrar Portugal a la disciplina de la Coalición Atlántica y evitar a España otra revolución democrática: penetrar en ambos estados ibéricos mediante políticos cooptados, financiarlos y darles apoyo político bajo la cobertura de organizaciones centradas en la República Federal Alemana: las internacionales socialdemócrata, demócrata-cristiana y liberal».

Mario Soares fue el primer elegido y tres meses después de la Revolución de los Claveles, Willy Brandt financió el congreso socialista español de Suresnes (Francia), para colocar en la dirección del PSOE el equipo de Felipe González y Alfonso Guerra. La trayectoria posterior de los dos en el poder, siempre sumisos, hasta la mentira, a los intereses de la OTAN avala perfectamente esta tesis. Como la actitud ya clásicamente pro-norteamericana de los demócrata-cristianos, los liberales y los partidos de derechas en general.

«El postfranquismo no puede entenderse cabalmente -asegura Juan E. Garcés- sin considerar que comenzaba con equipos cooptados con criterio empresarial, aunque algunos de ellos fueran revestidos con siglas históricas, que de pronto aparecieron a la luz pública ante una ciudadanía privada durante cuarenta años de organizaciones y derechos políticos. Los cooptados vivieron de gobiernos y entidades extranjeras -hasta acceder a los presupuestos públicos- mientras rivalizaban para ofrecer a la coalición bélica (OTAN) la mejor combinación de compromiso y estabilidad. Por ello, en asuntos de trascendencia estratégica, estos equipos han satisfecho con prioridad las exigencias de sus fuentes de sostenimiento más que las expectativas o los compromisos con sus electores y afiliados».

Un paréntesis. Cabe recordar que los partidos catalanes también participaron fielmente en la instauración de esto que hoy es un «meme» del catecismo procesista: el Régimen del 78. El triunfo de Jordi Pujol en las elecciones catalanas de 1980 estuvo en esta línea, con el apoyo de la patronal Fomento del Trabajo español (hoy, Fomento) obsesionada en impedir en Cataluña un «gobierno marxista». La patronal también apoyó a ERC que, a su vez, contaba con ayudas de los liberales alemanes de la Fundación Friedrich Naumann, que también apoyaba a la UCD de Carlos Sentís y al ED de Ramon Trías Fargas.

Volvamos a Portugal. Dicho todo esto, es evidente que para Henry Kissinger, Willy Brandt, la OTAN y la CEE los de izquierda, como Otelo Saraiva de Carvalho, debían ser desprestigiados y neutralizados.

El capitán que admiraba Che Guevara

En 1997 entrevisté a Otelo Saraiva de Carvalho para la revista El Temps. El encuentro fue en un hotel de Girona, ciudad donde le habían invitado a dar una conferencia sobre el pensamiento político de Ernesto «Che» Guevara. Hacía un año que había sido amnistiado, una medida que él decía que no aceptaba, de una forma un tanto quijotesca, reconocía, porque de hecho estaba obligado. Para él aceptarla significaba dar la razón a aquellos que lo habían detenido y encarcelado durante cinco años.

Antes de entrar en la cuestión de su procesamiento, se reafirmó en que el pensamiento del Che se mantenía en esencia actual en cuanto al ejercicio de la soberanía y del poder. Y la esencia era que el pueblo sólo podría conquistar el poder con las armas, lo que en Europa era ya imposible, pero en América Latina, no.

Cuando triunfó la revolución cubana, en 1959, Saraiva hacía el último curso de la academia militar. Él y unos cuantos compañeros se animaron con aquella victoria, pero no podían leer sus textos porque estaban prohibidos.

Hay una anécdota inolvidable. Del año 1970 a 1973 Saraiva era capitán en la colonia africana de Guinea-Bisaau y trabajaba en el departamento de acción psicológica. Allí pudo leer los textos del Che y de otros revolucionarios. Los había de leer para aplicar medidas contrarias a las que defendía. Por el contrario, Saraiva se convirtió en un firme guevarista para siempre. «Hoy cuando repaso la prensa de los años setenta me doy cuenta que muchas de las palabras que yo pronunciaba entonces los mítines eran palabras del Che», me confesó.

No son comparables, pero si algo unió ambas revoluciones, fue la reforma agraria que los portugueses hicieron al sur del Tajo. En 1975 el gobierno portugués hablaba de la reforma agraria, pero no la hacía. Los terratenientes comerciaban con España, vendían los rebaños, abandonaban las tierras de cultivo… Saraiva, en contacto permanente con los campesinos, ordenó la ocupación de las tierras: un millón doscientas mil hectáreas, garantizando que la policía no intervendría contra los trabajadores.

Saraiva de Carvalho se implicó hasta el tuétano, me explicó. Mientras los demás Capitanes de Abril pululaban por los pasillos del poder, él estaba con los campesinos resolviendo problemas. Para sus compañeros, la revolución significaba proteger sus prebendas de casta militar, cansados ​​de años de guerra en las colonias africanas. Para Saraiva, la revolución era para los trabajadores y los campesinos. Contribuyeron a derribar la dictadura y a instaurar la democracia parlamentaria, pero no hicieron ninguna revolución.

Él creía que en 1974 en Portugal se daban las condiciones para hacer una revolución socialista en un país europeo. Y Kissinger, por todos los hechos que ahora sabemos, también. Había una guerra colonial absurda y sin fin. Muchos oficiales jóvenes formados en Angola, Mozambique y Guinea Bissau estaban muy politizados y en contra de la guerra y de la dictadura. Más de un millón de soldados de las clases trabajadoras habían sido destinados a las colonias africanas y los universitarios antifascistas habían despertado. Existían las condiciones, según él, pero tan sólo se alcanzaron los primeros objetivos. La revolución socialista quedó pendiente, a pesar de los primeros pasos: comenzar la reforma agraria y nacionalizar el acero, la electricidad, los transportes, la banca y los seguros.

«Mi principal error -me explicó- fue creer que con el avance de la revolución y la masa de los trabajadores y campesinos empujando a los militares del 25 de abril se crearían las condiciones para lograr la revolución socialista. Fue un error de análisis muy grande. Había dos fuerzas terribles en contra. Una más moderada, pero que tenía las armas en la mano, que eran mis compañeros del 25 de abril. Ellos querían la democracia burguesa instalada para la defensa de sus intereses de casta. Y la otra, la terrible influencia de la Iglesia católica, que había apoyado el fascismo, sobre los dos tercios de la población del país. Hacer la revolución socialista era un paso demasiado grande para el tamaño de nuestras piernas».

Si el Che era molesto para sus camaradas una vez conquistado el poder en Cuba, Saraiva también lo fue para los suyos cuando tomaron el poder en Portugal. Saraiva se convirtió en un obstáculo para la instauración de la democracia burguesa. Había que anular su carisma, aunque al principio les conviniera mantenerlo. Era un símbolo muy querido por el pueblo. Sin venderse a los políticos, coherente con sus ideas, Saraiva llegó a ser teniente coronel. Se presentó a dos elecciones sin mucho éxito. Y en 1984 le dieron el golpe definitivo: la detención y procesamiento como instigador de las Fuerzas Populares 25 de abril.

Nunca hubo pruebas contra él, me explicó. Las fabricaron con declaraciones de «arrepentidos» de las FP-25. Estaba convencido de que la trama contra él la había montada el Partido Comunista portugués y que el Partido Socialdemócrata se había añadido a ello porque también quería destruirlo. Él creía que Mario Soares había sido engañado. O al menos eso manifestó en una visita a la prisión un emisario su bajo palabra de honor.

Aquellos que dieron el golpe lo han pagado muy caro

Unos cuantos años más tarde, con motivo del trigésimo aniversario de la Revolución de los Claveles, siguiendo mi interés por el tema, tuve la oportunidad de entrevistar al escritor Antonio Lobo Antunes para la revista Cultura/s de La Vanguardia. Él había estado tres años como teniente médico en la guerra de Angola. Algunos de sus libros, como el excelente ‘El esplendor de Portugal’ (Proa, 1999), se inspiran en aquella experiencia. Allí hizo amistad con Ernesto Melo Antunes, otro de los más significativos Capitanes de Abril.

Su reflexión básica era que aquello no había sido una revolución sino un golpe de estado hecho por muy poca gente. Los militares no tienen grandes ideas, decía. Querían acabar con la guerra y después conseguir la libertad. Pero, a pesar del amplio y espontáneo apoyo popular que nadie se esperaba, después llegaron los políticos, que siempre lo ensucian todo, resaltaba. Y sus luchas por el poder. Según él, se evitó una guerra civil de una mortalidad inmensa porque el compañerismo entre militares era muy sólido. Los jóvenes capitanes eran puros e ingenuos. No querían el poder, tan solo cambiarlo para hacer un país ideal. Su amigo Ernesto Melo Antunes se desilusionó mucho.

Cuando le pregunté por qué había fracasado la revolución, respondió, irónico, que los políticos dicen que no ha fracasado, que tenemos la democracia. A pesar de lo que digan ellos, para Lobo Antunes la cosa era clara: la oligarquía no cambió, se perdió la oportunidad de hacer justicia social, de frenar el neoliberalismo, de proteger a los que tienen menos, de una igualdad más grande. «La democracia ha sido muy injusta con aquellos militares. Los que hicieron el golpe lo han pagado muy caro», denunciaba el escritor.

VILAWEB