El 1 de abril de 1939 se acababa la guerra iniciada en 1936, con el golpe de estado militar encabezado por el general Franco. Estos días hace ya 81 años. Durante mucho tiempo, el último «parte de guerra» del bando vencedor formó parte del corpus literario del franquismo y, gracias a su brevedad, era fácil de memorizar: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos, 1 de abril de 1939».
La militarización formal, mental y estética del Estado español perdura aún, mediante manifestaciones muy diversas. Desde la presencia militar en celebraciones religiosas católicas, la invocación ministerial a santos y vírgenes, con condecoraciones incluidas, o bien dando a las fuerzas armadas un papel sobredimensionado en ciertos ámbitos, como las conferencias de prensa sobre el coronavirus. Es este un caso insólito en toda Europa, donde quien aparece son los titulares ministeriales de Sanidad, médicos, investigadores y la comunidad científica, mientras que en España estos últimos son siempre minoría, junto al representante de las fuerzas armadas, la policía nacional y la guardia civil, todos de uniforme, por si acaso. Junto a ello, el lenguaje es absolutamente militar: guerra, atacar, hacer frente, presentar batalla, victoria, soldados, el rey el primer soldado, y así sucesivamente…
Para nuestros padres o nuestros abuelos, según la edad que tengamos, existió, durante toda su vida, un hito simbólico que marcaba claramente los límites de una época, el principio de una era y el final de otra: la guerra. El cambio político, económico, cultural, social, mental, fue de una profundidad tan grande que existió un antes y un después de la guerra. «Esto ocurrió antes de la guerra», «nació antes de la guerra», «se construyó antes de la guerra», «es de antes de la guerra», etc. La guerra lo marcó todo y, después, todo cambió y nada fue igual. Más allá de los cambios en el ámbito político, institucional y legal, se produjeron modificaciones profundas en los hábitos normales que afectaban de lleno lo cotidiano. La huella de la guerra fue tan grande que ya quedó para siempre. La vida, pues, parecía tener sólo dos etapas, marcadas emblemáticamente por una sola meta: la guerra, que separaba dos épocas, dos mundos.
Todo hace pensar que nuestro nuevo hito, el hito contemporáneo, no sólo aquí sino en todo el mundo, será el coronavirus. Y, salvando todas las distancias, que son muchísimas, con ciertas semejanzas con la guerra. Al paso que vamos, mucha gente tendrá familiares, amigos, vecinos o conocidos que tendrán familiares, amigos, vecinos o conocidos que habrán sido infectados por el virus y, probablemente, que incluso hayan perdido la vida. Habremos sufrido un situación excepcional de emergencia que afecta a la totalidad de la población, habremos puesto a prueba las limitaciones materiales de nuestro sistema sanitario ante tantas urgencias acumuladas y admirado la calidad humana y técnica de nuestros profesionales, habremos comprobado las muestras innumerables de solidaridad, constatado la necesidad de proveernos de alimentos con otras frecuencias de compra, fruto de la capacidad imaginativa y creadora de la gente, habremos modificado hábitos diarios, aprendido a leer y escuchar música con más regularidad, a jugar con los niños o en distraernos con cosas impensables y, también, disfrutado de la vida familiar intergeneracional en común, con una intensidad nunca vivida antes.
No sabemos cómo será la vida y el mundo después del coronavirus, pero será diferente. Habrá también un antes y un después del maldito Covid-19, cuyo impacto afectará para siempre nuestras vidas. Ojalá que los poderes públicos entiendan cuáles son los ámbitos realmente prioritarios y no prescindibles en los que habrá que invertir, en el futuro, pensando en el bien común. Quizás lo mejor de todo sería que fuéramos capaces de mirar las cosas desde una perspectiva diferente, más desde el punto de vista del disfrute, el afecto, el interés cultural, la calma o la utilidad práctica para mejorar la vida que desde del de la acumulación de beneficios, capital o propiedades. ‘Pues todo, en un momento, te será quitado’, como aseguraba el poeta.
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