EL 24 de abril de 1915, las autoridades otomanas detuvieron a unos 250 intelectuales y líderes armenios de Estambul. Casi todos fueron ejecutados en pocos días. A partir de ese momento, la represión y las matanzas de armenios se extendieron durante algo más de dos años, en lo que es considerado el primer genocidio sistemático moderno. Se estima que cientos de miles de armenios de todas las edades terminaron muertos en las durísimas marchas hacia los campos de concentración establecidos en el desierto de Siria. Pero las discriminaciones y ataques venían de atrás. Ya a finales del siglo XIX, el sultán Abdul Hamid II asesinó a 300.000 armenios. Y en 1909 se había producido la masacre de Adana, donde militares del imperio otomano asesinaron a entre 15.000 y 30.000 armenios. Ante el cariz de los acontecimientos, los armenios, hartos, cometieron el terrible delito de proponer la creación de su propio Estado. El Gobierno turco respondió de nuevo con el exterminio, que alcanzó su punto culminante a partir de 1915.
Durante la campaña electoral presidencial en EE.UU., el candidato Barack Obama, tratando de lograr el apoyo de la importante comunidad armenia con derecho a voto, no tuvo ningún reparo en reivindicar la memoria del millón de personas masacradas entre 1915 y 1917. El sábado 24 de abril, el presidente norteamericano recordó de nuevo el comienzo de aquella matanza de cientos de miles de armenios, pero evitó cuidadosamente emplear el término «genocidio». Y una parte de la prensa norteamericana ha atacado duramente al presidente Barack Obama por su tibieza. El New York Times le acusa de no ser coherente, y tiene autoridad moral para hacerlo porque este medio sí lo está siendo casi un siglo después, pues el 15 de diciembre de 1915 publicaba un artículo titulado Un millón de armenios muertos o exiliados, y añadía un subtítulo contundente: «Política de exterminio». Obama no puede decir lo mismo, no está siendo coherente tan sólo un año y medio más tarde, y está olvidando al millón de muertos y a los cientos de miles de votos estadounidense-armenios con los que se comprometió electoralmente en base a motivos geopolíticos y militares.
A pesar del discurso muy rebajado de Obama, el Gobierno turco ha protestado indignado. Hace un tiempo, el Parlamento Europeo señaló que si Turquía quería entrar en la Unión Europea debería reconocer antes este genocidio. Por supuesto, el Gobierno turco también reaccionó airadamente. Cada vez que alguien se refiere al genocidio armenio, la diplomacia turca protesta y amenaza con represalias. De hecho, dentro de Turquía es delito hablar del genocidio armenio. Incluso el premio Nobel de Literatura, el escritor turco Orhan Pamuk, fue procesado por este motivo. En diciembre de 2004 fue encausado por «insultar y debilitar la identidad turca», según el artículo 301 de su código penal. El motivo de esto fue que en una entrevista en Suiza reconoció que «en Turquía mataron a un millón de armenios y a 30.000 kurdos», añadiendo que «nadie habla de ello y a mí me odian por hacerlo». Una primera sentencia le condenó y amenazó con prisión si reincidía, lo que hizo en 2005. No obstante, el proceso fue abandonado en 2006, cuando Pamuk logró el Nobel de Literatura.
Todo esto no debe interpretarse como un alegato antiturco ni implica que Turquía no sea un gran país. Un gran historiador dijo una vez que de las cuatro grandes ciudades clave de la historia europea, tres eran la misma. La frase, además de a Roma, se refería a Bizancio, Constantinopla y Estambul, que bajo tres nombres distintos ha sido la capital histórica de este territorio. Turquía, entre Europa y Asia, siempre ha sido un cruce de caminos y civilizaciones, uno de los centros neurálgicos del mundo. Por otro lado, la responsabilidad por el genocidio armenio tampoco se acaba en Turquía. Hay que recordar que la postura condescendiente de las potencias europeas, primando los intereses comerciales y geopolíticos antes que las vidas de los armenios, fue otro elemento clave del genocidio.
Este caso también permite otras lecturas interesantes. Los armenios fueron considerados históricamente uno de los pueblos más leales al imperio otomano, a pesar de su distinta religión (cristiana). Las autoridades turcas actuales interpretan, casi justifican, las matanzas por el hecho de que los armenios promovían la independencia, lo que es cierto. Pero no se preguntan por qué los más leales súbditos del imperio de pronto quisieron huir de él y fundar su propio Estado. Es una buena pregunta que otros imperios también podrían hacerse respecto a sus minorías nacionales.
Volviendo a las palabras de Obama, también en Europa algunos se rasgan las vestiduras con la actitud del presidente norteamericano, pero olvidan no sólo la responsabilidad europea en aquel trágico suceso, sino nuestra actitud ante otros genocidios o masacres similares. No se debe olvidar el genocidio de los pueblos indígenas americanos, tanto en el norte como en el sur, de los apaches a los mapuches, a lo largo de varios siglos. Culturas enteras han sido exterminadas. La trata de esclavos, por el número de personas fallecidas y el activo papel de los gobiernos, también podría calificarse de genocidio o algo muy parecido.
Todavía hay algunos grupos neonazis que niegan el holocausto judío, a pesar de todos los estremecedores testimonios de los supervivientes. Aunque no hay que irse a Alemania para ver cómo se intenta ocultar la historia, en España no deja de crecer un debate que la derecha española daba por liquidado. Cada vez son más los nietos de represaliados y fusilados que quieren conocer lo que pasó durante la Guerra Civil, qué hicieron con sus familiares, dónde los mataron y enterraron. Ideologías enteras fueron exterminadas (anarquismo) o cercenadas (comunismo), pueblos enteros estuvieron cerca de perder para siempre sus lenguas y culturas. Pero los nietos quieren saber qué fue de aquellos antepasados. El pasado siempre vuelve.
Más recientemente podrían citarse los casos de Chechenia, sometida a Rusia, los numerosos pueblos del oeste de China, absolutamente reprimidos pero que nunca aparecen en los medios occidentales, o las recurrentes matanzas en diversas regiones de África, de las que sólo se habla aquí cuando los gobiernos han decidido intervenir y preparan a la opinión pública. Ruanda sería un caso especialmente sangrante de esto. ¿Quién habla hoy día de Ruanda?
Por supuesto, defender los derechos humanos y ser coherente cuando se gobierna no es sencillo. Obama no es únicamente el presidente de sus votantes armenios, y Estados Unidos, del mismo modo que Europa, necesita el gas ruso, las bases militares turcas y los bajos costes chinos. Sin embargo, no necesitamos nada de los chechenos, armenios, kurdos o tutsis.
Pero que nadie dude de que dentro de varias décadas, cuando los exterminadores hayan desaparecido de la historia, los nietos de las víctimas seguirán conmemorando a los muertos y guardando la verdad. Como la comunidad armenia recuerda aquel sufrimiento de 1915, tan lejano y tan cercano. No hace falta ser armenio ni un activista comprometido para recordar aquel genocidio y llorarlo. Basta, simplemente, con ser humano. Como Pamuk y tantos turcos de buen corazón. Ese es el verdadero pueblo turco que, lejos de «insultar y debilitar la identidad turca», hace honor a su gran historia y merece nuestra admiración.