No hay enemigo más poderoso que uno mismo. Por bárbaro y violento que sea el enemigo exterior, los efectos de sus ataques nunca son tan nocivos como los de la autodestrucción. Del enemigo exterior, se puede huir; de uno mismo, nunca. Ignoro si es porque Cataluña está regida por el signo de escorpio, pero es evidente que ninguno de sus enemigos tiene un aguijón tan lesivo como el que ella misma se clava. Se diría, incluso, que experimenta un placer morboso haciéndose heridas que, en todo caso, deberían haber sido causadas por el Estado español, no por efecto de su masoquismo.
Es cierto que, de vez en cuando, casi como un milagro, Cataluña rompe el maleficio y logra hitos históricos, tales como manifestaciones cívicas de dos millones de personas, pero también lo es que la desconfianza en las propias fuerzas y el miedo inoculado por tres siglos de cautiverio acaban convirtiendo en agua de borrajas sus esfuerzos más admirables. Parece obvio que si el tirano que esclaviza te fustigará igual, tanto si huyes y te pilla como si finalmente, temeroso, te echas atrás, la mejor opción es intentar cerrar lo que has empezado. ¿Qué sentido tiene consumir energías haciendo un túnel que, una vez terminado, temerás atravesar? Si te han de encarcelar, que sea porque realmente has hecho algo, no por haber tenido sólo la intención de hacerlo. Ande o no ande, caballo grande, ¿no?
No es extraño que haya tantos independentistas enfadados con los partidos que afirman serlo. Si no fuera porque conocemos en lo personal la honestidad de muchos de sus miembros, haría tiempo que habríamos concluido que términos como ‘independencia’ o ‘hagamos República’ no son para ellos nada más que meros eslóganes destinados a hervir una olla que no tienen intención de servir. Quién nos iba a decir que el famoso ‘ahora no toca’ de los autonomistas del siglo XX sería la divisa de los independentistas del siglo XXI.
El espectáculo fratricida que están ofreciendo JxCat, ERC y la CUP es lastimoso. Aquel abrazo de 2014 entre el presidente Mas y David Fernández, que encendió todas las alarmas del Estado español por el poderoso mensaje que lanzaba al mundo, ha quedado en un espejismo. El hecho de que dos opciones políticas tan divergentes como las que ellos representaban fueran capaces de tragarse un montón de sapos y culebras y avanzar unidas por la libertad de Cataluña, hacía a este país realmente imparable. ¡Imparable! Pues bien, de aquella foto, pronto hará cinco años. Y cuanto más intenso es el fuego cruzado entre las tres fuerzas independentistas mayor es el ahorro del Estado español en munición. Se entiende, ¿verdad? Si el enemigo es tan estúpido que se dispara a sí mismo, no te metas, déjalo que te acabe el trabajo.
Se pueden entender ciertas luchas en el seno de un Estado, ya que el acceso al poder conlleva muchas ventajas, pero en el seno de una colonia como Cataluña cuyo gobierno no tiene ni siquiera capacidad para controlar sus aeropuertos y los trenes de cercanías, resulta esperpéntico. Y así nos va, repitiendo las trifulcas autonomistas de siempre y las luchas fratricidas del cautivo que, incapaz de enfrentarse al carcelero, se enfrenta con sus propios compañeros y los categoriza: cautivos de derechas, cautivos de centro, cautivos de izquierdas… ¡Dios mío! Amigos de JxCat, ERC y CUP, no hay cautivos de derechas, ni de centro, ni de izquierdas, hay cautivos. ¡Sólo cautivos! Se entiende que el carcelero fomente la categorización entre ellos, pero que lo haga el cautivo es suicida. Sólo, sólo, sólo, repitámoslo mil setecientas catorce veces, sólo la unión inquebrantable de los tres partidos independentistas hará de Cataluña un país libre.
Las marrullerías que no paramos de oír día tras día, diciéndonos que «esto no va de sillas», que «esto va de proyectos», que «esto va de pactos de ciudad»… han indignado a tantísima gente porque suponen un fraude electoral. Un fraude, porque implican una desvergonzada mentira («¡no pactar con los carceleros!», decían antes de las elecciones), y un fraude, también, porque si nos queda una brizna de dignidad no se puede legitimar al Partido Socialista, ni como partido de izquierdas, porque no lo es, ni como partido democrático, porque los demócratas no encarcelan la disidencia. Estamos hablando de un partido represor, queridos amigos independentistas, que ha destrozado nuestro país. Y lo ha hecho, lo hace y lo hará en clave cuatripartita con PP, Ciudadanos y Vox, Detrás de cada porrazo que nuestros hijos, padres y abuelos recibieron el Uno de Octubre, estaba el PSOE; detrás del encarcelamiento de la mitad de nuestro gobierno elegido en las urnas y detrás del exilio de la otra mitad, está el PSOE; detrás de la criminalización y persecución del independentismo, está el PSOE; detrás del impedimento de que el presidente Puigdemont y Toni Comin puedan ejercer como eurodiputados, y que Oriol Junqueras pueda recoger su acta en ese Parlamento, está el PSOE; detrás del escándalo del espionaje español a las delegaciones catalanas en el exterior, está el PSOE… Y así podríamos seguir indefinidamente, porque la lista es infinita.
Los pactos con el PSOE son una legitimación de todas estas agresiones y de todas las que están por venir, y no hay ningún «pacto de ciudad» que lo justifique. Que el independentismo legitime un partido como éste, que utiliza el poder para violar los derechos humanos, demuestra que no tiene hoja de ruta. La imagen que transmite es que no tiene sentido de Estado ni espíritu de equipo, sólo sentido de partido y espíritu individualista, y así, amigos, la libertad es imposible. Quizá por eso ya sólo aspiramos a pelear por la gestión de las migajas del autonomismo y estamos convirtiendo la política catalana en un patio de escuela haciéndonos burla con los ayuntamientos e instituciones diversas: «¡Yo tengo más que tú, ale, ale!». Son todas estas miserias, son todas estas renuncias y deslealtades, las que verdaderamente irán a la papelera de la historia y os dejarán retratados a todos.
Lo he escrito mil veces en libros y artículos y mil veces más lo repetiré: No hay derecho social más importante que la libertad, no lo hay, porque la libertad es la base de todos los derechos sociales. ¡De todos! El pueblo que no es libre carece de derechos sociales y está subordinado a la voluntad de sus carceleros, y la diversificación de energías en la gestión del cautiverio quita fuerza y concentración a la lucha por la libertad. Pido, pues, a la ANC y a Òmnium Cultural que recuperen el protagonismo que tuvieron en 2017 y que asuman la tarea de unir las tres fuerzas independentistas. El cautivo que se libera es el que corta la alambrada, no lo que pinta el barracón.
El Uno de Octubre fue posible gracias a la unidad, no a una lucha fratricida como la actual. Nos dijeron que no haríamos el referéndum, y lo hicimos; nos dijeron que no habría papeletas, y las hubo; nos dijeron que requisarían las urnas, y no hallaron ni una; y todo gracias al espíritu de unidad del independentismo, no a su división. No es, por tanto, dándonos el nombre del cerdo y lanzándonos dardos envenenados a través de los medios de comunicación, sino recuperando el espíritu unitario del Uno de Octubre, revirtiendo los pactos indignos y trabajando juntos, codo con codo, sin importarnos las siglas del compañero que tenemos al lado, como el mundo nos tomará en serio y haremos de Cataluña un país libre. Y si esto es absolutamente imposible, entonces, en vez de proclamarnos «independientes», proclamémonos «impotentes». Será más feo, pero más noble.
EL MÓN