El final de Königsberg

 

 

El abogado Gerfried Horst publica en alemán: ‘Paz y guerra sobre Königsberg’. Se refiere a la antigua capital de Prusia, antes de que lo fuera Berlín, y que es conocida también por ser la ciudad del gran filósofo Immanuel Kant, del que se cumple el tricentenario de su nacimiento. El señor Horst, un sénior de elegante cabello blanco, es el presidente de la asociación Amigos de Kant y de Königsberg, de la que no soy un socio muy activo.

Si a la polaca ciudad de Danzig le tocó el cruento bombardeo de la Luftwaffe de Hitler, en 1939, a la alemana de Königsberg, a 160 kilómetros por el mismo litoral, le recayó, en 1944, el de la RAF británica. Königsberg fue la gran ciudad alemana más oriental y hoy es la gran ciudad soviética más occidental, con el nombre de Kaliningrad, plaza actualmente bien provista de ojivas nucleares. El primer bombardeo aliado de este importante puerto se realizó el 26 de agosto por los aviones Lancaster y Mosquito, y el segundo, tres días después, con la ciudad previamente asolada por el Ejército Rojo.

Se cumplen pues 80 años de la destrucción de Königsberg, en la que murieron 6.000 personas y de la que no quedó puerto, ni castillo imperial, ni universidad. Se cayó media catedral y fue borrada la céntrica Prinzessinstrasse, en la que vivió el pacífico Kant. Por azar sobrevivió su mausoleo, anexo a la catedral, aunque su tumba había sido profanada años atrás. Qué macabra ironía pesa sobre el mayor filósofo de la razón.

Hitler bombardeó población civil, pero los aliados también, rompiendo toda previa convención. Las víctimas por los bombardeos alcanzaron en este país los 600.000 muertos. Antes de Königsberg la tormenta de fuego cayó, entre otras ciudades, en Frankfurt (diciembre de 1942), Hamburgo (julio de 1943) y Munich (abril de 1944), y después en Dresde (febrero de 1945) y Friburgo (marzo de 1945), aunque esta última ciudad –la del filósofo pronazi Heidegger– fue hostigada desde 1940. La palma se la llevó Berlín, bombardeada desde 1940 hasta abril de 1945.

En las distintas descargas participaban más de 700 aparatos a la vez. Esta es la experiencia de bajar hoy por el paseo ‘Unter den Linden’ hacia la puerta de Brandenburgo. No se ven edificios antiguos; casi todo está construido de nuevo. Nos invade la pena. Así es la guerra y lo inútil de su existencia, como bien sabía Kant. Su libro hoy más actual: ‘La paz perpetua’. Debería leerse en cualquier primer año de carrera. Pues iguales bolas de fuego caen hoy sobre Gaza y sobre Kyiv, lanzadas y fabricadas por quienes ya fueron víctimas de una misma bárbara guerra. No se aprende.

LA VANGUARDIA