El eurocentrismo considera a Europa y su cultura como centro y motor de la civilización, y a sus valores socioculturales como patrones o modelos universales, llegando en último término a identificar la historia de los europeos y sus relaciones con los otros continentes como la historia universal. Fenómeno específicamente moderno cuyas raíces no van más allá del Renacimiento y difundida en el siglo XIX, conforma una dimensión determinante de la cultura y de la ideología del mundo capitalista contemporáneo. No obstante, tras esta consideración se esconde un desconocimiento y desprecio hacia las demás culturas, tratándose, más bien, de un estado de constricción mental que impide entender lo diferente facultando a Europa a la adopción cínica de actitudes paternalistas, además de otras más inmorales e inaceptables de explotación y dominación.
Europa pensó que surgieron “desde dentro”, por sí misma, los valores, los sistemas instrumentales y políticos que se universalizaron en los últimos 5 siglos (Weber, Sombart, Marx). Esta posición se formula por primera vez a finales del XVIII con la Ilustración francesa e inglesa y los románticos alemanes, quienes reinterpretaron la historia mundial proyectando a Europa como centro hacia el pasado e intentando demostrar que todo había sido preparado en la historia del mundo para que Europa fuera el fin y el centro de la historia mundial.
Fue con los enciclopedistas cuando comienza por primera vez esta distorsión de la historia, constituyendo un buen ejemplo “El espíritu de las leyes” de Montesquieu. Prosigue en Kant para quien “la Ilustración es la salida por sí misma de la humanidad de un estado de inmadurez culpable, siendo la pereza y la cobardía las causas por las que gran parte de la humanidad permanece gustosa en ese estado de inmadurez»; para Kant la “inmadurez” o “minoría de edad” es culpable, constituyendo la “pereza” y la “cobardía” el ethos de esta posición existencial. Y culmina en Hegel para quien el Oriente es la niñez de la humanidad, el lugar del despotismo y la no-libertad; de allí el Espíritu remontará hacia el oeste en un camino a la plena realización de la libertad y la civilización. Europa, pues, habría sido elegida por el destino para tener en su seno el sentido final de la historia universal: sería el reino de la Razón, de la Libertad, en suma, la autorrealización de Dios (una Teodicea).
Durante las Guerras napoleónicas, el pangermanismo comenzó a extenderse y la defensa de la nación alemana se convirtió en una importante fuerza política. En 1815, con la derrota de Napoleón sobreviene una etapa de auge de los nacionalismos europeos. El Estado prusiano necesitaba una auto-comprensión heroica y mundial, en la moda europea del racismo, culturalmente válida. Las hipótesis de las lenguas indo-germanas, el racismo ario y la unilateralidad de la historia universal de Hegel surgen como avaladoras firmes de dicha exigencia. El racismo, a la sazón, estaba muy extendido en la totalidad de Europa y en EEUU. Kant afirma que los climas tropicales dejan estigmas raciales insuperables y deletéreos para el desarrollo de civilizaciones. Hegel concluye sin rubor, en una de las páginas más insultantes de la historia de la filosofía, que «entre los negros es característico el hecho de que su conciencia no ha llegado aún a la intuición de ninguna objetividad, como Dios, la ley, en la cual el hombre está en relación con su voluntad y tiene la intuición de su esencia”. Y remacha, “el negro es un hombre en bruto». Si así era el pensar general de los filósofos occidentales, qué decir del endémico racismo antisemita tan universalizado entre las masas europeas…..
Hasta bien entrado el siglo XVIII la referencia de la cultura clásica en Europa había sido Egipto (Napoleón en 1793 invadió Egipto llevando 167 científicos y especialistas redescubriendo a los europeos sus maravillas). Pero, repentinamente, Europa empieza a cambiar su narrativa. Atenas se pone de moda, Egipto es olvidado, y nace el helenocentrismo, padre del eurocentrismo. Coadyuvó a esta mudanza inesperada el descubrimiento coetáneo de la familia de las lenguas indoeuropeas, lo que llevó a considerar a sus hablantes como una raza (la indoeuropea o aria), y a estimar que serían sólo los helenos quienes habrían sabido desarrollar el tesoro común del indoeuropeo. La Cristiandad luterana tomará a Grecia como fundamento porque le será más conveniente desde tres aspectos ideológicos: la idea de progreso, la de raza superior y la del eurocentrismo del Romanticismo alemán. Así, Europa tendrá una raza superior, será el centro del progreso, y si bien Grecia fue el origen, Alemania será su culminación. El helenocentrismo funda el germanocentrismo romántico, prusiano y racista, reconstruyendo sobre nuevas bases el antiguo eurocentrismo humanista y mercantilista que se inició en 1492. Europa, será “centro” y “fin” de la historia universal (ontología de Hegel).
Bosquejado el proyecto, necesaria será su implementación. Wilhelm von Humboldt, ministro prusiano de Educación, funda en 1810 la Universidad de Berlin y el Gymnasium (educación secundaria) con la defensa radical de las tesis helenocentristas, a tal punto que serán automáticamente expulsados los profesores que no comulguen con ellas. Posteriormente dichas tesis se propagarán al resto de universidades alemanas, para después extenderse a París, Cambidge, Oxford y EEUU. El espíritu helénico germánico y su correlato eurocéntrico se expandirán y triunfarán en Occidente formando parte muy importante, aún hoy, del núcleo fuerte y duro de su civilización.
En su desarrollo, el pensamiento eurocéntrico armoniza diversas ideas y predisposiciones que, en su devenir, se reforzarán mutuamente. Desde la perspectiva histórica concibe una trayectoria lineal que va de la Grecia Clásica a la Roma imperial, luego a las capitales metropolitanas europeas y a los EEUU, entendiéndose la historia como una secuencia de imperios (Roma, España, Gran Bretaña, EEUU). Además, desde la óptica política atribuye a Occidente un progreso constitutivo, inmanente en cuanto a instituciones democráticas; pero ignora las tradiciones democráticas no europeas, oculta arteramente cómo se manipula la democracia formal occidental y encubre la participación de Occidente en la destrucción de las democracias en otros países. Por otra parte, con la apropiación de la producción material y cultural de los no europeos, institucionaliza el colonialismo, el comercio de esclavos y el imperialismo (generadores fundamentales de su poder), y minimiza las prácticas opresoras de Occidente considerándolas contingentes, accidentales, excepcionales en todo caso. Y como colofón a tal trapacería, el eurocentrismo egocéntrico, una vez así consolidado su YO, concluye desvergonzada e impúdicamente que sólo Europa (solamente ella, los no europeos quedan borrados) ha sido la única propulsora y valedora del cambio histórico progresivo.
En la actualidad, y ante la pujanza emergente de EEUU en el siglo XX como gran potencia, hay que hablar más adecuadamente de euroamericanismo como perspectiva “occidentocéntrica”, caracterizándose por tres rasgos fundamentales. El primero propende a presentar a Occidente como constitutivo de una serie de atributos originarios y exclusivos de desarrollo propio (racionalidad, democracia, modernidad y derechos humanos). El segundo valora la matriz básica de esos peculiares atributos, no como el producto de encuentro cultural cruzado alguno, sino como connatural y privativo al desarrollo euro-americano. Y por mediación del tercero se llega a la conclusión rotunda de que el desarrollo de Occidente constituye un paso universal para toda la humanidad.
Después del derrumbe del mundo soviético (caída del muro de Berlin 1989), y sobre todo tras el atentado del 11 de Septiembre de 2001, se produce una reactivación de este eurocentrismo, comprobándose que los líderes del mundo paneuropeo mantienen discursos muy similares a la hora de implementar su occidentocentrismo en sus diversas determinaciones. Desde la cosmovisión política insisten en procurar la defensa de unos supuestos “derechos humanos”, así como en promover y fomentar algo a lo que denominan “democracia”. Por otra parte, desde la perspectiva cultural proceden al uso reiterado de la locución “choque de civilizaciones”, asumiendo axiomática e incontrovertiblemente que la civilización occidental, única portadora de valores y verdades universales, es superior a las otras civilizaciones. Y por último, desde la óptica económica aplican una defensa hermética de las verdades científicas del mercado, porfiando en la idea de que para los gobiernos “no hay más alternativa” que aceptar las leyes de la economía neoliberal y actuar en base a ellas.
Si bien el discurso triunfalista del eurocentrismo , desde Platón a la OTAN, equipara la historia con el avance de la Razón Occidental, soslaya que Europa es una síntesis de muchas culturas, occidentales y no-occidentales, y encubre que todas las célebres “etapas” del progreso europeo (Grecia, Roma, Cristiandad, Renacimiento, Ilustración) son “momentos de mezcla cultural”. La noción de una Europa “pura” que nace de la Grecia clásica, la idea de que la cultura occidental tiene un origen exclusivamente griego y por tanto indoeuropeo, se apoya en flagrantes exclusiones que omiten deliberadamente la influencia de Egipto (y de Fenicia) como elemento fundamental en la formación de la cultura griega. Atenas fue una colonia de la ciudad egipcia de Sais formada por colonos fenicios (semitas) y por habitantes locales. Heráclito y Aristóteles afirman que la filosofía nació en Egipto; Heródoto, Solón, Platón (Las leyes, 656d) corroboran el elevado concepto que tenían de Egipto con cuya cultura y pasado se hermanan buscando en él sus orígenes. Los egipcios tenían una cultura africana, negra; los faraones eran negros, venían del Sur, eran bantúes. De todo ello se infiere que una cultura negra fue la madre de todas las culturas del Mediterráneo, y que la historia de la humanidad, o sea, la civilización, empezó en el África negra bantú hace más de 5000 años, y no en Grecia.
Del mismo modo quedan preteridas las influencias de las culturas islámica, judía y sefardí que desempeñaron un papel crucial en la Europa medieval y el Renacimiento. En el período del VI-XVI los musulmanes ocuparon un territorio que iba del Atlántico (Marruecos) al Pacífico (Mindanao) y cuya capital estaba en Bagdad. Poseedores de una cultura urbana y mercantil totalmente diferente al coetáneo feudalismo de la bárbara Europa, Aristóteles será estudiado y usado como el gran metafísico y lógico, mucho antes de que sea traducido en la España musulmana al latín, y que de Toledo llegue a París a finales del siglo XII. En tanto que desde Bagdad y Samarkanda salían cientos de caravanas todos los meses hacia China por la ruta de la seda, Marco Polo, un europeo, curiosamente uno sólo, llegó por aquel entonces a China, lo cual es un exponente de la centralidad de Bagdad y del aislamiento de Europa.
Por otra parte, Europa tomó de China la imprenta, la pólvora, la brújula, el mecanismo de relojería, los puentes de arco rebajado y la cartografía cuantitativa. Los chinos descubrieron el acero en el siglo II, inventaron el papel en el VI, la imprenta en el VIII, la pólvora y el papel moneda en el IX. En 1434 el Papa Eugenio IV recibía en Florencia a una imponente delegación china portadora de una magnífica colección de instrumentos técnicos y mapas astronómicos, imprentas y otros artilugios. El Renacimiento italiano, pues, fue originado en China y Leonardo da Vinci copió libros chinos. Además, la arquitectura naval china, ya para antes del XV, era la más avanzada del mundo, existiendo evidencias de que los chinos habían descubierto América y que la cartografiaron en un mapa de 1421 (Colón, 71 años después, hizo su descubrimiento apoyándose en estos mapas chinos). Igualmente China, en pleno siglo XIX (hasta 1870), producía tanto acero como EEUU e Inglaterra juntos, siendo ingenieros chinos quienes instalaron las primeras acerías en Sheffield y en EEUU. Es evidente que el centro del mundo hasta 1870 estaba en China (y por extensión, en la Península indostánica) porque tenían la tecnología más avanzada, más recursos y materias primas, productos del comercio (seda, porcelana, acero para producir armas) etc.
Tampoco se puede olvidar la existencia histórica de otras ciencias y tecnologías no europeas (ciencia del Antiguo Egipto, agricultura africana, astronomía dogón, matemáticas mayas, arquitectura y técnicas de riego aztecas). Es indudable que el desarrollo tecnológico a partir de 1870 se consolida en Europa Occidental y EEUU, debido en gran parte a la explotación colonial y al imperante aprovechamiento neocolonial (fuga de cerebros del Tercer Mundo). Pero también es cierto, teniendo en cuenta la interdependencia de los distintos mundos, que este desarrollo ha sido una empresa común (de la que el Primer Mundo ha sido y es accionista mayoritario). Así pues, si las revoluciones industriales de Europa fueron posibles gracias a la dominación de los recursos de los territorios colonizados y a la explotación del trabajo de los esclavos, ¿qué sentido tiene hablar sólo de ciencia, industria y tecnología occidentales?, ¿qué significado, valor y alcance tiene hablar de cultura y civilización occidentales?