Ayer hizo 18 años del cierre de Egunkaria y de las torturas a sus periodistas. También a su director, Martxelo Otamendi. Torturas permitidas por el aparato judicial español, condenado posteriormente por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos con poco más que una multa.
Lo recuerdo como un hecho políticamente muy notable de mi adolescencia. En aquella época hacía 2º de Bachillerato y era el segundo mandato de Aznar, el de la mano dura contra el nacionalismo catalán y vasco. También era la época en que para justificar la ruptura de las negociaciones con ETA, los políticos españoles decían eso de que «sin violencia se puede hablar de todo». Recuerdo cómo en la clase de filosofía, siempre en castellano, y en la que la profesora elogiaba a Fernando Savater como si fuera la encarnación de la ilustración en la tierra, surgió un día el tema del terrorismo y ETA, y en medio del debate le recordé a la profesora que qué pasaba con el terrorismo de Estado, con los GAL. No le gustó mucho.
El estallido de nacionalismo español de aquella época se justificaba porque había que luchar contra el terrorismo. ETA se retiró en 2011, pero la ola continuó. También la ola hipercentralizadora en Madrid, a mayor gloria de la nación de todos los españoles y en perjuicio de Castilla y las naciones expoliadas para financiar el invento.
Se decía que sin violencia se podía hablar de todo y, por tanto, el pueblo catalán entendió que este todo también incluía su derecho a la autodeterminación. Manifestación tras manifestación, año tras año, entre 2010 y 2019 no hubo ni un solo incidente ni un solo altercado de cualquier tipo, aún menos ningún incidente que se pudiera considerar «violento». No importó. Los Jordis en prisión condenados por sedición junto con medio gobierno, el president Puigdemont y la otra mitad del gobierno en el exilio, cientos de alcaldes y altos cargos imputados, decenas de manifestantes acusados de toda clase de delitos y cero voluntad para parte del Estado español de encontrar una solución política a la demanda catalana de autodeterminación.
La última prueba la hemos tenido esta semana, una vez que el independentismo ha sacado el famoso 51% en unas elecciones, que hacía años que todo el aparato de propaganda del régimen decía que no teníamos como argumento para negar toda legitimidad a las demandas catalanas, el gobierno español ha dicho que eso no importa porque «la ley es la ley y España una y no cincuenta-y-una». Era de esperar, y era por lo que hubo que hacer el 1-O. El independentismo al completo ha de entender, si quiere avanzar, que España hay sólo una. El motivo por el que niegan la autodeterminación no tiene nada que ver ni con el pacifismo ni con los porcentajes, la niegan porque consideran la imposición de la unidad de España un bien mayor que el derecho de los pueblos a autodeterminarse y que la voluntad los catalanes.
Ahora el PSOE ha decidido que dirá que la gente de JxCat es xenófoba. El relato alimentado por el alma más sectaria de ERC y por el liderazgo de los Comunes, ahora es usado por el partido de los Lambán, García-Page, Rodríguez-Ibarra o José Bono. Es la técnica de la transposición en la que Goebbels era un maestro: acusar al otro de lo que en realidad eres tú. Tienen práctica en ello. Nos acusan de golpistas los que siguen legitimando el golpe de estado del 36. Nos acusan de nazis aquellos que ganaron la guerra con la ayuda de Hitler y que permiten actos de homenaje a la División Azul. Nos acusan de supremacistas los que han impuesto el castellano a golpe de bastón y de decreto durante siglos. Y ahora nos acusan de xenófobos los que han instaurado una catalanofobia social tan transversal que han encarcelado a gente inocente durante 3 años y casi nadie ha alzado la voz. Con el mismo principio defienden el encarcelamiento de cantantes en nombre de la libertad de expresión; esta semana ha sido Hasél, hace 3 años habría sido Valtònyc si no hubiera marchado al exilio.
Las crisis sucesivas, la precariedad y el inmovilismo de Rajoy y de Pedro Sánchez en la última década ha enviado el mensaje de que hay cosas que no se pueden cambiar por muchos votos que consigas. El régimen del 78, fundado sobre la legalidad franquista y barnizado y evolucionado por las urnas, se ha quitado la careta por completo. Ahora somos muchos los que lo vemos, pero tengamos claro recordando el caso Egunkaria que el Estado español no ha cambiado, en todo caso hemos cambiado nosotros.
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