Atención al dato, porque con esta ya son tres elecciones seguidas al Parlamento de Cataluña que ha ganado el independentismo. Esto no es, por tanto, ningún hecho esporádico, sino una tendencia perfectamente consolidada. El independentismo ganó en 2015, con 72 escaños; ganó en 2017, con 70; y ha ganado aún más claramente en 2021, de hecho con el mejor resultado: 74 escaños. Y con un dato mucho más importante aún: por primera vez el independentismo supera el 50% de los votos, diáfanamente: 51,3%, según los resultados provisionales.
Contra esta potencia electoral, contra esta realidad sociológica y política tan maciza y tan rotunda, que ni la violencia política ni la represión pueden frenar, el españolismo ha optado en las dos últimas elecciones por una táctica pírrica que consiste en ganar sistemáticamente el premio de consolación: concentrar el máximo número de votos en un solo partido para aparentar una victoria que no tienen en escaños y esta vez ya tampoco en votos. Ellos sólo juegan al marketing, al titular del minuto inmediato, que les permitirá tratar de hacer ver que el país no es lo que en realidad es.
La operación Illa, pues, ha funcionado. Y la verdad es que impresiona mucho comprobar hasta qué punto llega a ser obediente el voto españolista. Hace tres años les dijeron que tenían que concentrar el voto en Inés Arrimadas y Ciudadanos obtuvo 36 diputados. Ahora les han dicho que debían concentrar el voto en Salvador Illa y eso han hecho. Los 36 diputados de Ciudadanos del 2017 han pasado a 6, el PP aún ha perdido un escaño de los pocos que tenía, de 4 a 3, y solamente los ultras de Vox, con 11 escaños, han resistido la orden imperativa de aferrarse a los socialistas para tratar de aparentar unos cuantos meses más que Cataluña no se va. Pero, a diferencia de lo que le pasó a Arrimadas, ahora han podido ganar en votos pero no han podido evitar el empate a escaños con ERC. Una victoria, pues, aún más pírrica que la de hace tres años.
Con este resultado, existe la posibilidad de que el independentismo reedite el acuerdo de gobierno entre ERC y Junts. No será fácil, visto todo esto que hemos vivido estos últimos meses y años. Pero parece la opción más sensata, especialmente al ver la deriva que ha tomado y tomará aún más el PSC como líder y refugio del españolismo en Cataluña. Y teniendo en cuenta que tan sólo haría falta la abstención de la CUP para hacerlo posible. Con Pere Aragonés, indiscutiblemente, como presidente de la Generalitat, visto que los republicanos son los que han pasado por delante en la competición interna de los grupos independentistas.
De todos modos, debe ser Esquerra quien diga primero lo que quiere hacer. Tienen derecho a ello. En campaña ERC ha hablado de proponer un gobierno que incluyera a los comunes, la CUP y Junts, una coalición que nadie ve muy posible, y también ha hablado en algún momento de gobernar sola, con el apoyo parlamentario de los otros grupos independentistas. En cualquier caso, los republicanos pueden sentirse satisfechos, porque el resultado de anoche culmina sus aspiraciones de conseguir la presidencia de la Generalitat.
En cuanto a las otras formaciones parlamentarias independentistas, la CUP puede estar especialmente satisfecha del resultado conseguido, que le acerca al mejor que nunca había obtenido y que le lleva a superar a los comunes. Tras el batacazo de 2017, la CUP volverá a tener un papel fundamental en el nuevo parlamento y quién sabe si también en el nuevo govern.
En cuanto a Junts, a pesar de la decepción evidente que le debe originar el no haber ganado como esperaban, tienen sin embargo suficientes motivos para sentirse satisfechos. Han ganado en la demarcación de Girona y en la de Lleida, son la primera fuerza municipal de largo, porque han vencido en 559 municipios (Esquerra en 262 y el PSC en 106) han dejado fuera del parlamento al PDECat, que ha competido directa y muy agresivamente contra ellos aprovechándose de unos derechos electorales que al final del recuento se ha visto muy claro que no les correspondían política, aunque sí legalmente.
Los 70.000 votos largos del PDECat finalmente no han servido de nada en términos parlamentarios, como todas las encuestas serias anunciaban. Excepto, precisamente, para hacer daño a Junts, porque el nuevo partido del president Puigdemont y Laura Borràs ha quedado 34.000 votos por debajo de Esquerra, aproximadamente la mitad sólo de los que ha obtenido el PDECat. Que el partido de Jordi Pujol y Artur Mas termine su recorrido político así es una muestra más del cambio de raíz que ha hecho este país en poco tiempo.
Y una última anotación, en este caso de política española. Pedro Sánchez tiene motivos para estar preocupado. El resultado, y los modos abruptos y casi insultantes de Salvador Illa dificultarán de seguro el entendimiento en Madrid entre el Partido Socialista y Esquerra Republicana. Máxime teniendo en cuenta que el independentismo rupturista, los grupos que han marcado como línea política la unilateralidad y una posición firme ante el govern, suman 41 escaños del total de 74 que consigue el movimiento.
VILAWEB
Después del 14-F: luces largas para horizontes claros
Vicent Partal
VILAWEB
Las veinticuatro horas posteriores a las elecciones se han caracterizado por aquella calma tensa que sigue a una gran contienda electoral. Sólo los comunes y el PSOE han alzado la voz, tratando de vender el pacto llamado de izquierdas, aunque no parece nada posible. Los comunes lo han hecho con la palabra, como corresponde y toca, pero el PSOE, por si alguien tenía cualquier duda, lo ha hecho por la vía de los hechos, mediante la fiscalía.
Es cierto que ver a Jéssica Albiach diciendo en la misma conferencia de prensa que no debe haber vetos porque esto es algo del pasado y al mismo tiempo, dos frases más adelante, vetando a Junts, hace entender muchas cosas. Como por qué, vista esta manera tan peculiar de razonar, no es extraño que se hayan quedado clavados donde se han quedado mientras la CUP les pasa por delante. Pero de ninguna manera se puede comparar esto con la amenaza de volver a meter los presos en la cárcel con que Pedro Sánchez ha respondido al veredicto de las urnas. En el caso de los comunes, en definitiva, es una opinión, que podemos considerar como queramos pero que es completamente legítima y evidentemente democrática y nada peligrosa. Mientras que en el caso del PSOE ya vemos que el recurso a la violencia de Estado, lamentablemente, se asoma de nuevo. Premonitoriamente.
Ayer era particularmente interesante de hacer una lectura cruzada de la prensa internacional (1), y muy concretamente de la prensa española (2). En general el titular siempre destacaba, contundente e indiscutible: el independentismo ha dado un gran paso adelante. Pero en la subsección española las cosas tenían matices interesantes: había mucha decepción en la prensa de derechas, un pesimismo casi ya emparentado con el de la generación del 98 y, sorprendentemente, una alegría desconcertante en alguna prensa de izquierdas.
Quien no se conforma es porque no quiere, pero observar los equilibrios que hacen ciertos medios para encontrar algún argumento factual que les ayude a dar una apariencia de verosimilitud a las teorías es realmente divertido. Al igual que ocurre con los partidos, la derecha sociológica parece que empieza a entender que España no podrá retener el Principado ni a la fuerza durante mucho más tiempo, mientras que la izquierda pasa precisamente ahora a capitanear entusiásticamente el nacionalismo español y a intentar apuntalarlo como sea. Destruida ya la derecha española en Cataluña, Illa se ha erigido en el líder de su bloque nacional, sin complejos. Puede ponerse en la boca tanto como quiera al president Pasqual Maragall, pero su juego no tiene nada que ver con el de aquel: él mismo se reduce a ser el jefe del bloque electoral español y aguantar su bandera. Hasta el último minuto.
Y esta actitud, desgraciadamente, en la historia de la humanidad es conocida y corriente. Especialmente en los procesos de descolonización. El ejemplo de la izquierda francesa durante el proceso de independencia de las colonias africanas y asiáticas es tan parecido a lo que vivimos aquí que incluso da miedo. Leyendo, hace poco, el dietario ‘Túnez, Año I’ (3), de Albert Memmi, me topé con una frase de este ilustre pensador anticolonial, judío tunecino, que me sorprendió de tan reveladora como es también para nuestra situación actual. «Esta gente de la izquierda metropolitana -dice- piensa que los intereses de la izquierda en Francia coinciden completamente con los intereses universales», con los de la humanidad entera. Pero Memmi, agudamente, responde que esto es falso y que sus argumentos en realidad son sólo el eco de «la euforia ‘imperial’ británica» -la monarquía británica y la izquierda caviar francesa en eso son tan indistinguibles como un zapato del otro, del mismo par. Y en definitiva es eso lo que ahora tenemos delante.
El actual proceso de independencia ya tiene once años de vida y es, a pesar de todas las pruebas y dificultades, de una solidez extraordinaria, sensacional. El domingo el independentismo consiguió la victoria por tercera vez seguida, en las elecciones al Parlament, sobrepasó la barrera del 50% del voto popular con mucha comodidad y aumentó en cuatro escaños la mayoría republicana. Pero no hizo esto y nada más: también acorraló a la derecha española, a la que convirtió en marginal, y se encontró finalmente que la aritmética, ahora sí, obligará la izquierda, la izquierda española y la catalana, a liquidar el mito este de la división entre las presuntas derechas e izquierdas como alternativa y correctivo a la liberación nacional.
Seguramente no deberíamos ni perder el tiempo discutiendo esto, de tan ridículo que es. ¿Cuánta gente de derechas ha votado a Illa? ¿Y cuánta gente de izquierdas ha votado a Puigdemont? ¿Y Sánchez puede llamarse de izquierdas mientras encarcela a Pablo Hasel? ¿Y Podemos mientras calla en tantas cosas? Los conceptos dogmáticos no tienen más valor que la propaganda cuando el enfrentamiento es tan directo y tan brutal como el que disputamos los catalanes como pueblo. Porque al fin y al cabo todos nosotros, pensemos como pensemos sobre cualquier otra cuestión, recibimos la represión exactamente por ser lo que somos nacionalmente hablando. No por otra cosa. Pero es verdad que, en la medida en que nos obligan a hablar de ello, bien lo tendremos que hacer. Hagámoslo, pues, sabiendo que es la realidad diaria, los hechos constatables lo que al final cuenta, más que las declaraciones, que se las lleva el viento. Y alegrémonos de ello porque ha llegado el momento de la verdad, el momento de los hechos.
Mientras Esquerra no tenía la obligación de encabezar el independentismo, que ahora la tiene, podía dibujar un espacio muy interesante de diferenciación respecto de sus contrincantes, hablando de la existencia de una vía amplia y proponiendo hacer una piña con esta cifra de los ochenta diputados que suman en el parlamento los independentistas más los comunes. Bueno, pues, ha llegado la hora de hacerla. O habrá llegado la hora de constatar por la vía de los hechos que es imposible; no porque no quiera Esquerra y no porque no fuera idealmente bueno -que a ambas cosas digo que sí inmediatamente, que estoy convencidísimo-, sino porque no se puede hacer, precisamente porque el proceso de independencia ya ha avanzado demasiado para admitir simulaciones, aquellas que en un escenario político normal podían hacerse aún como hacía la vieja ICV o el viejo PSC, pero que no se pueden permitir ya en un escenario de ruptura, de ruptura del marco constitucional y nacional, de revuelta ciudadana.
Luces largas, pues, que los días que vengan servirán sobre todo para aclarar estas cosas. Muy necesarias.
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/la-premsa-internacional-remarca-molt-la-victoria-independentista/
(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/portades-premsa-espanyola-alarmada-victoria-independentista-eleccions-14-febrer/
(3) https://www.cnrseditions.fr/catalogue/histoire/tunisie-an-i/