Los hay entre nosotros que consideran que los medios y los opinadores catalanes hemos dedicado demasiada atención a la convocatoria electoral de la región de Madrid, que culmina hoy en las urnas, y lo atribuye al hecho de que no hemos conseguido “liberarnos del marco mental español”. Del marco mental no lo sé; del físico (político, jurídico, policial, etcétera) es evidente que no, que hoy por hoy no hemos logrado liberarnos. Justamente por eso, cualquier independentista que mantenga una relación mínima con la realidad tendría que entender que aquello que pase en la política de Madrid (de Madrid comunidad autónoma y de Madrid metáfora del poder estatal, dos ámbitos muy interconectados) nos interesa y nos concierne. A ninguno de los patriotas irlandeses que luchaban –y luchan– por la emancipación total de su isla se les ha ocurrido nunca considerar con indiferencia la evolución de la política británica.
Por ejemplo, desde una perspectiva catalana, ¿es irrelevante que, una vez cerrado el escrutinio de este martes por la noche, Ciudadanos baje un escalón más hacia su tumba política? Ciudadanos, cuya cabeza de lista madrileño, el abogado del Estado Edmundo Bal Francés, todavía reivindica que en el otoño catalán de 2017 hubo violencia y que, por lo tanto, los líderes del Procés tendrían que haber sido condenados por rebelión a 25 años de prisión… ¿Es irrelevante que el neofranquismo de Vox pueda convertirse en fuerza de gobierno en una comunidad de casi siete millones de habitantes? ¿Nos tiene que importar un pepino que el Partido Popular de Pablo Casado se vea desbordado por el derechismo desvergonzado y desacomplejado de Isabel Díaz Ayuso…? No hay que ser Napoleón para entender que la observación y el análisis de los movimientos del campo adversario es condición indispensable si se aspira a algún éxito propio.
La comunidad autónoma de Madrid es, en esta primavera de 2021, el gran laboratorio y el gran escaparate de la política española. Toda la precampaña y la campaña electoral de los pasados marzo y abril nos han suministrado pruebas abundantes del asunto. Y los últimos días previos a la votación se han añadido dos noticias en apariencia menores, pero llenas de significado: el primer y único presidente socialista de la autonomía madrileña, Joaquín Leguina, y el filósofo y activista Fernando Savater mostraron su apoyo a la presidenta-candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso.
Joaquín Leguina Herrán, demógrafo de formación, había sido un joven militante del Frente de Liberación Popular y, en 1973, contratado por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) estaba en Chile, asesorando al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende. Y bien, llámenme romántico, pero me impresiona profundamente que un testigo presencial del sangriento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, de la brutalidad de los milicos de Pinochet, de los verdugos de Víctor Jara inspirados por la CIA, exprese ahora su identificación política con una imitadora de Donald Trump que no tiene ningún escrúpulo en blanquear la ultraderecha y en pactar con ella si lo necesita.
El caso de Fernando Savater (en realidad, Fernando Fernández-Savater Martín) es a la vez similar y diferente. También él tuvo una juventud con teóricas veleidades revolucionarias y proximidad a Herri Batasuna, pero ya hace tres décadas que cambió de caballo para transmutarse en feroz antinacionalista vasco, inspirador intelectual de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) y padrino de Ciudadanos. Estos dos proyectos políticos han naufragado sin ninguna gloria, pero esto ha dejado incólume la convicción de Savater de encontrarse siempre en posesión de la verdad (me consta, porque polemicé con él más de una vez), convicción fortalecida por el trato de favor que le dispensó durante muchísimo tiempo el diario El País. Hoy, después del doble fiasco con Rosa Díez y con Albert Rivera, parece haber encontrado en Isabel Díaz Ayuso a su nueva musa. El caso es seguir dando lecciones y separando, como un sacerdote, el bien del mal.
Fijémonos, sin embargo, en una cosa: ¿cuál es la fuerza que ha llevado a Savater desde el libertarismo juvenil, pasando por la socialdemocracia y por el liberalismo anaranjado, hasta la simpatía por la derecha extrema, probablemente aliada con la extrema derecha? ¿Cuál es el motor que ha desplazado a Leguina desde el socialismo autogestionario del FLP, desde la complicidad con el Chile de Allende, pasando por la socialdemocracia cada vez más tibia del PSOE de González, hasta el dilema ‘socialismo o libertad’ de Díaz Ayuso? Pues el nacionalismo español, la defensa intransigente de ‘la unidad del Estado’, de ‘la lengua común’, etcétera.
Joaquín Leguina lo ha admitido abiertamente, al justificar su apoyo a la presidenciable del PP madrileño: lo que le resulta intolerable del PSOE de Pedro Sánchez es que llegara a la Moncloa y se mantenga en ella gracias a ‘los separatistas catalanes’ y ‘los batasunos’ de Bildu. Ante esto, mejor la derecha incluso si incluye a Vox, que no es franquista, sino “derecha populista”.
Fernando Savater había escrito hace tiempo que “el nacionalismo en general es imbecilizador”. Debe de ser por eso que le encanta Díaz Ayuso, “la caña de España”.
ARA