Las declaraciones del general McChrystal saltaron con razón a los titulares de la prensa internacional y provocaron su destitución inmediata por el presidente Obama. No faltan ejemplos en la contrastada historia del Ejército de EE UU de oficiales de alto rango que tiran la toalla en medio del campo de batalla por discrepancias o que son despedidos por incompetencia profesional: desde la guerra de Corea hasta la de Vietnam pasando por la de Irak. El general McChrystal no entra en esta categoría. Él no es ni un incompetente ni un defensor de valores superiores: es un técnico, un profesional de las armas, una especie de Rambo de la guerra afgana. Esto explica sin duda sus ocurrencias vulgares, pero no el que se haya inmolado en directo, como ha sido el caso. ¿Cómo una persona investida de una responsabilidad tan grande ha podido permitirse tales palabras? Esto era un enigma para la mayoría de dirigentes militares y políticos implicados en la aventura afgana.
Ahora empieza a descubrirse el velo. A pesar, por otro lado, del mismo Obama. Esta semana, el sitio islandés Wikileaks publicaba unos documentos secretos del Ejército estadounidense sobre la guerra en Afganistán, que datan desde 2004 hasta finales de 2009. En ellos se destaca que la OTAN ha sido en algunas ocasiones responsable de atrocidades contra la población civil y que la estrategia antiinsurreccional es un fracaso grave y sin remedio. El informe de la asociación Afghanistan Rights Monitor (ARM) ya había ofrecido cifras dramáticas: en los seis primeros meses de 2010 hubo 1.074 muertos civiles y más de 1.500 heridos, de los cuales al menos un 36% fueron causados por las tropas de la OTAN.
Se entiende mejor por qué el general McChrystal se bajó precipitadamente del barco afgano. No es que se indignara con las víctimas civiles, sino más bien que había tomado la medida del desastre militar que se avecinaba y no quería cargar con el muerto. Las razones que ha invocado para hacerse despedir caben más o menos en el análisis siguiente: “En Washington no me dan ningún medio para ganar la guerra sobre el terreno. No solo tengo cada vez más dificultades para hacerme oír, sino que incluso los aliados se están retirando poco a poco y han fijado su retirada total a medio plazo. Nuestra intervención es impopular; el apoyo a Hamid Karzai no hace más que agravar las cosas. Esta guerra no se puede ganar. De ahí el dilema: o bien sigo pidiendo más medios en vano, o bien tendré que dejar el campo de batalla en la derrota. En ambos casos, estoy vencido”.
Este era efectivamente el problema de fondo, porque todo el mundo sabe ahora en EE UU que esta guerra puede convertirse en un nuevo Vietnam. La estrategia vendida por el general Petraeus a Bush en 2008 y que sirvió para definir la misión de McChrystal en nombre de la OTAN (afganización del conflicto, regionalización, desarrollo-reconstrucción) es incapaz de vencer a la insurgencia porque está construida sobre presupuestos erróneos. La idea de que un Gobierno dirigido por Karzai pueda obtener una legitimidad permanente, es decir, después de que las fuerzas estadounidenses se hayan retirado, no tiene en cuenta que este hombre siempre será cuestionado porque llegó con los furgones del Ejército de ocupación; la idea de que se puede volver al pueblo afgano en contra de los talibanes si se mejoran significativamente sus medios de existencia, no tiene en cuenta el carácter arcaico de la sociedad afgana, basada sobre unas solidaridades tribales que son mucho más fuertes que la sola lógica del vientre, a la cual obedece la visión de EE UU; la idea de que los vecinos de Afganistán (Pakistán, India, Irán, Rusia) pueden contribuir a la victoria estadounidense no tiene en cuenta las contradicciones insuperables que oponen a unos con otros. La trampa afgana se ha vuelto a cerrar claramente sobre EE UU; no saldrán de ella tan fácilmente. Y esta es la conclusión que se puede sacar de los documentos confidenciales del Ejército y de los servicios secretos divulgados oportunamente por la prensa y en Internet. McChrystal estaba muy bien situado para comprender esta situación.
En definitiva, su metedura de pata, aunque le haya hecho pasar un mal momento, le habrá permitido por lo menos salir del lodazal afgano antes de haber fracasado del todo. Ha partido su carrera en dos, pero cuando llegue el momento, al menos podrá decir que no ha perdido esta guerra imposible de ganar.
Traducción de M. Sampons.