El encogimiento de la base social

Salvador Cardús

Era obvio que el ‘mientras tanto’ no podía servir para ampliar la base social del independentismo, sino todo lo contrario: debía contraerlo. Los datos del último Ómnibus del Centro de Estudios de Opinión, incluso después de la corrección, muestran este repliegue. Y, sin embargo, a pesar de todas las adversidades, también con los datos en la mano, se diría que la aspiración a la independencia resiste.

Es cierto que la encuesta Òmnibus del CEO realizada en el pasado diciembre dice que el ‘sí’ y el ‘no’ a la independencia son del 40,8% y el 52,3%. Esto ha propiciado -unos con entusiasmo, otros con irritación- que se volvieran a cantar los responsos al independentismo. Los datos se han comparado con los del Barómetro de mayo de 2021, que después de la corrección eran 4 puntos más altos para el ‘sí’, y ‘3,6’ más bajos para el no. Pero no se comparan herramientas similares. Por ejemplo, en la encuesta de enero de 2018 sobre contexto político, todavía bajo el impacto del 1-O, los ‘sí’ eran un 40,8% y los ‘no’ un 53,9%. Es decir, resultados prácticamente calcados a los de ahora. Y es necesario que se sepa que no son lo mismo el Barómetro, el Ómnibus o la encuesta de contexto político. Es necesario saber qué se compara. Además, las fotos fijas cuando se estudian realidades tan hostigadas judicial y mediáticamente, se explican más por coyunturas volubles que por el mar de fondo.

Sea como sea, este casi 41% que, pese al retroceso, sigue mostrándose favorable a la independencia, debe considerarse un milagro. Por muchas razones. Primero, porque la represión del Estado ha realizado su trabajo, además de seguir escarneciendo la impotencia del actual autonomismo resignado. Con la obligación del 25% de español en las escuelas, el menosprecio del catalán en las plataformas televisivas y hasta el boicot a leyes sociales como la de la vivienda, el PSOE lleva a cabo el programa de retroceso autonómico diseñado por la FAES y el PP, pero con mayor eficacia que sus promotores.

También es un milagro tanta resistencia visto el espectáculo de los partidos independentistas a la hora de hurgar en los resentimientos y de optar por desconcertantes ‘escapes por la tangente’. El caso Rufián de esta semana lo resume muy bien. Por no hablar de la dramática pérdida de iniciativa del independentismo a la hora de ser capaz de explicarse a sí mismo. Desde el 1-O se piensa a sí mismo con perspectiva española. Tanto el «unilateralismo» radical como la fantasmagórica «mesa de diálogo» son relatos que han perdido la autorreferencialidad y ponen la mirada en el adversario.

Y si la confrontación partidista es desmoralizadora, la sociedad civil tampoco encuentra ni el tono ni el sitio. Además de dedicarse estúpidamente a exhibir el grado de desmovilización en cada convocatoria que hace, pierde el norte cuando toma partido en cuestiones como la candidatura por los Juegos Olímpicos de Invierno o cuando, apuntándose a la antipolítica, sugiere posibles candidaturas electorales al margen de los partidos. Por no decir que, lamentablemente, ya sabemos que haber compartido luchas tampoco hace más compañeros de viaje.

Si a pesar de todas las adversidades el independentismo se mantiene alrededor del 40 por ciento, por mucho que en una encuesta pierda 4 puntos, la situación no podría ser mejor. Y más si el soberanismo, es decir, quienes piensan que los catalanes tenemos el derecho a autodeterminarnos en uno u otro sentido en un referéndum, supera el 70 por ciento. Por cierto, en proporciones asombrosas entre los votantes de partidos españolistas: el 26% de los de Vox, el 35% de los del PP y el 46% de los de Cs, y casi el 60% de los votantes del PSC.

No se amplia la base -eso, más que un milagro, sería una extravagancia- y sí, se pierde apoyo entre el independentismo digamos ‘posibilista’, que ahora ve la secesión muy lejos. Pero -al menos, de momento- no hay ni la desbandada que podría temerse, ni la liquidación que algunos sueñan. Y será así hasta que se vuelva a la revolución de las sonrisas y a la exigencia de dignidad nacional, que es lo que despertó de la pesadilla autonomista.

ARA