El eje nacional es social

Los partidos políticos españoles han saltado como fieras hambrientas por el acuerdo de Junts con el PSOE que permitirá el traspaso de competencias integrales en materia de inmigración a Cataluña. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, adictos al concepto supremo de ‘España’, a la defensa más numantina del Estado. Del “todo por la Patria”, de la “grande y libre”, del “antes una España roja que rota”, de la afirmación de una “Constitución que nos dimos entre todos”, del “a por ellos”.

Fijémonos en que tras estas frases a veces llamativas y exaltadas con olor a coñac barato y sudor fuerte, y otros dichos desde una pretendida neutralidad política, están Millán Astray y los generales africanistas más crueles, Franco, Azaña, Negrín, Aznar, Rajoy, Feijóo, Felipe. Por no mencionar a los amurallados Marchena, Llarena y tantos otros togados que hacen de contrapoder con su golpe de estado judicial.

El recorrido es el de siempre, el de una catalanofobia enmascarada de la forma más variada. Grosera, con manchas y garabatos de Podemos y Sumar apelando a una añorada lucha de clases, con unos tics de acusaciones racistas que ofenden a todos los catalanes. Cualquier persona mínimamente culta –ni siquiera eso, solo hace falta que sea una persona informada– sabe que Cataluña es, como decía Vicens Vives, una sociedad mestiza conformada secularmente por todo tipo de emigraciones. Y, por lo visto, sus colegas de los Comunes no les han pasado ninguna lección. Es la histórica ceguera de los “hijos” del marxismo frente al nacionalismo, resistente o emergente, que tan bien explica Francesc Mira.

De la extrema derecha y la derecha extrema no hay nada distinto de lo que no hayan dicho hace más de 130 años. Cuando Cuba se liberó de España en 1898 y luego apareció el catalanismo político, empezaron a decir las mismas atrocidades bárbaras e insultos que no han dejado de repetir cada vez que Cataluña hace una reivindicación de autogobierno o consigue un paso más para el fortalecimiento nacional.

Sea la personalidad catalana de Josep Pla o el eterno valenciano de Joan Fuster, ambos se hartan de reír en la tumba. Uno y otro fueron demonizados al compartir la frase “lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas”. Era hacerles enfrentar a su propia hipocresía. En España, los nacionalistas españoles no aceptan ningún derecho nacional que no sea el hegemónico suyo. Ni en la guerra ni en la paz, ni en dictadura ni en democracia, ni reivindicando ni negociando. La clase política española está ensimismada en su manía identitaria, cerrada y excluyente. El españolismo teme a la verdadera democracia, teme al juego político parlamentario siempre fenicio en razón de los votos que cada uno aporta y ha recibido de los electores.

Este extraordinario acuerdo de competencia catalana en la inmigración demuestra lo que a veces con demasiada frecuencia no ha entendido el nacionalismo catalán del adversario español hoy, enemigo ayer y quizás otra vez enemigo mañana. El eje nacional es social porque engloba a toda la sociedad. Eran un error los gritos del 14 de abril de 1931, en la proclamación de la II República en Barcelona: “Viva Macià, muera Cambó.” Es otro error no sumar el eje nacional en Cataluña. El adversario político de Puigdemont o de Junqueras o de la CUP no es ninguno de ellos, sino el no poder decidir de forma conjunta cómo debe seguir la Vía Láctea, la libertad completa, el nacionalismo catalán. El ejemplo lo tenemos en el acuerdo por el traspaso de Cercanías reclamado con el visto bueno de los partidos catalanes, o el del fortalecimiento de la Agència Tributària catalana. Los sindicatos obreros del ‘gremio’ del ferrocarril, valga la contradicción, se oponen por tierra, mar y aire, sin vergüenza alguna. ¿Clase social? Sí, naturalmente, la suya «española y olé». A pesar de haber sospechas de que algo huele en tanto desbarajuste de horarios, máquinas paradas, instrumentos estropeados u otros supuestos chantajes. Aquí hay que sumar el no invertir nada desde hace mil años.

Si hablamos de los rigurosos y pulcros ejecutivos de Hacienda, debemos decir que han movido cielo y tierra de la prensa más constitucional para crear inseguridad y dudas en la ciudadanía catalana sobre la gestión de sus ingresos; esto es, el fruto de su trabajo. Unos éxitos de autogobierno tangibles, también en lo que se refiere a la lengua catalana. Unos hechos que fortalecen el país igualando diferencias y posibilitando al mismo tiempo un progreso cultural y personal, así como social. Pues eso, el eje social es nacional.

EL PUNT-AVUI