Esto no es exactamente un editorial. Es el texto completo del discurso que leí en el acto de la Diada hecho anteayer en Elna (Roselló), un texto que tuve que leer recortado debido a la lluvia que caía, pero que creo que puede interesar al lector de VilaWeb. Diría que es el texto más importante que he escrito nunca y quiere ser mi aportación a la fiesta de ayer, que volvió a demostrar la extraordinaria capacidad de movilización del independentismo -incluso en las circunstancias más difíciles que podíamos haber imaginado-.
Gracias por la invitación que la Casa de la Generalitat de Cataluña en Perpinyà y el Ayuntamiento de Elna me hecho para participar en este acto de conmemoración de la fiesta del Once de Septiembre en Cataluña Norte.
Elna acoge la Diada en este magnífico edificio de la Maternidad, que para todos nosotros representa los más nobles sentimientos de humanidad, generosidad y solidaridad. Hace pocos minutos que he entrado en la que fue la sala de partos y he visto, trastornado, las tres cunas que quedan. Son precarias, indescriptiblemente precarias, pero fueron más que suficientes para conseguir que la vida triunfara sobre la muerte, sobre el fascismo, sobre el menosprecio de los derechos de los demás.
Esto ocurría en los años cuarenta del siglo pasado, pero hace poco Elna también acogió discretamente las urnas del referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre. Todos debemos ser conscientes de que sin esta ciudad aquella victoria, aquel desafío, simplemente no habría existido. De modo que he venido también hoy para daros las gracias por ello.
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Dejadme decir de entrada que creo que todos debéis ser conscientes de una cierta y llamativa anomalía que planea inevitablemente sobre el acto.
Yo soy valenciano, soy un catalán de Valencia. Y por lo tanto mi afectación histórica particular no proviene de 1714 sino de 1707, cuando la infausta batalla de Almansa liquidó el Estado valenciano, nuestro antiguo reino soberano. Y por si esto no era suficiente anomalía ya, vosotros que me escucháis sufrís como propia una afectación propia que es todavía anterior, la que se deriva de los tratados de París y de los Pirineos, de 1659. Marcados por 25 de abril, por el 11 de septiembre o el 7 de noviembre, todos nosotros, sin embargo, somos catalanes. Y es desde esta conciencia integral de la catalanidad desde la que os quiero hablar hoy.
Es evidente que para Cataluña Sur estos son unos años excepcionales. Absolutamente. Y lo son gracias al proceso de independencia de España. Pero, como es muy evidente, este proceso de independencia está irradiando también el conjunto del país, más allá de las cuatro provincias.
En el resto de los Países Catalanes hay también una vibración, una intensidad, en algunas capas de nuestra población, nunca vista antes. Para algunos, esta emoción proviene simplemente de la imposibilidad de aceptar que en la Europa del siglo XXI haya presos políticos y exiliados, proviene, pues, del deber democrático. Pero para muchos de nosotros también esta emoción proviene de sabernos parte de un conjunto. Por tanto del deber nacional que practicamos y sentimos por encima de cualquier forma de frontera administrativa impuesta.
A veces, los periodistas tenemos suerte. Y yo la tuve cuando el 28 de febrero pasado el president Carles Puigdemont me pidió si quería acompañarlo en el coche que lo devolvía a Cataluña, para hacer el relato. Con él, pues, atravesé la frontera a las 15:41 horas y pude ser testigo de su sentimiento cuando, desde dentro del coche, vio el primer letrero que decía ‘país catalán’.
Ese día escribí en VilaWeb una crónica (1) que comenzaba así:
«En el mundo hay pocas fronteras tan evidentes como la que delimita por el norte los Países Catalanes. La entrada en Cataluña consiste en un espacio de tierra llana realmente minúsculo donde la vida moderna ha obligado a meter un camino rural, la vía del tren, una carretera -que en realidad es la antiquísima Vía Domícia- de los romanos y la autopista A-9, llamada oficialmente y a partir de este punto ‘la Catalana’. Todo ello, las cuatro infraestructuras, escondido en un paso minúsculo de 223 metros de distancia, medidos con precisión topográfica. A veces las cifras no explican las proporciones tan bien como las imágenes. Para que nos entendamos: todo el espacio llano, practicable, de esta frontera catalana cabría dentro del Camp Nou, que tiene 256 metros, 23 más, de tribuna sur a tribuna norte.
La experiencia de atravesar esa frontera, invisible pero perenne a la vez, es por eso mismo inolvidable, por poco que se sea consciente de lo que significa en realidad. Hacia levante está el lago y el mar Mediterráneo, en una confusión hipnótica de luces y reflejos. Hacia poniente, el bosque comunal de la loma del Escorpiu y las Corberes, un cuadrilátero montañoso de cincuenta kilómetros que durante siglos hemos compartido occitanos y catalanes. La frontera se convierte, así, un cuello de botella impresionante, un ejercicio monumental de autoafirmación geopolítica. Al norte de la raya hay varios campos y Fitor, una pequeña población occitana que no llega al millar de habitantes. Al sur se abre Salses, el primer pueblo de Cataluña y el primer nombre de los famosos cuatro (‘de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó’) que la sabiduría popular, con la ayuda inestimable de Joan Ballester Canals, ha convertido en el mapa mental de nuestra nación»
Creo sinceramente que todo lo que rodeó aquellos dos días históricos, el 28 y el 29 de febrero, ha marcado este año de forma clara y creo que lo ha hecho en el norte y el sur, a la vez. Señal inequívoca de que hay cosas, importantes, que van cambiando.
La gran concentración de Perpinyà para recibir al president legítimo y a los consejeros Comín y Ponsatí que volvían a casa es uno de esos actos que permanecerá durante años en nuestras retinas. Como días antes quedó ese momento en que los diputados del parlamento regional de Cataluña estallaron con gritos de ‘¡Perpinyà! ¡Perpinyà!’ cuando se supo que los eurodiputados votados por el pueblo finalmente eran reconocidos como tales por el Parlamento Europeo. Hacía muchos siglos que Perpinyà estaba ausente del mapa político regional del Principado y aquellos gritos la devolvían su lugar.
Y qué diré, finalmente, del espectáculo de ver nuestra capital del norte inundada de catalanes llegados de todas partes y celebrando juntos no únicamente esta victoria parcial pero tan importante sino también un auténtico reencuentro con Perpinyà. Tengo la sensación de que sólo el paso del tiempo podrá hacernos conscientes del impacto real de aquella fiesta única.
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El mundo no ha tenido siempre naciones. Hace mil años que hay espacios culturales, continuos sociológicos humanos, que son las bases de lo que hoy entendemos por nación. Pero la nación, este widget (2) político que reconocemos hoy con el nombre de ‘nación’, es una invención indiscutiblemente francesa.
Hay un autor holandés, Joep Leerssen (3), que dice que hoy hay que entender la existencia de las naciones del mundo como si fuera una de aquellas construcciones hechas con dominós que consisten en hacer que una pieza haga caer la otra, la que tiene al lado. Francia creó la nación. Y como Francia creó la nación francesa, Alemania tuvo que crear la suya. Y como Alemania creó la suya se creó la rusa. Y así podríamos seguir el mapa del mundo, pieza a pieza, hasta hoy. Cuando aún no cesan de aparecer naciones llamémoslas nuevas, del contraste con la nación inmediatamente adyacente.
Cuando en 1789 nació la nación francesa podemos afirmar, porque era así, que el Roselló y estas otras comarcas pertenecían al rey de Francia pero no eran en absoluto parte del conglomerado humano que en París se afirmaba como la primera nación, a raíz del final de los Estados Generales.
Perpinyà y Elna, Prada y La Tor de Querol eran entonces simplemente la propiedad de un rey, el de Francia, cedida por otro rey, sin tener en ningún caso en cuenta la voluntad de los que habitaban. Incluso ilegalmente porque como todos sabéis el título de rey de España entonces no existía y el soberano, como conde de Barcelona, quedaba obligado a consultar con las cortes catalanas cualquier cesión de territorio, cosa que no hizo.
Los instrumentos jurídicos que certificaron aquel reparto, el tratado de París y el tratado de los Pirineos, escamotearon, pues, la legalidad. Tanto que al final sus defensores encontraron sólo un argumento para justificarlo, que es la evidencia geográfica de que el Roselló está más allá de las Alberes.
Pero la artificialidad de la decisión es clara. Y aún lo es mucho más si se miran y repasan los documentos de las negociaciones que hubo. España pedía que quedarse hasta Prada y Vinçà, Cerdanya, Capcir y el Conflent y también hacer subir la raya por la costa hasta el cabo de Biarra hasta Portvendres, para quedarse así Cervera y Banyuls. Imaginaos la ucronía: Aristides Maillol, el gran escultor catalán, en lugar de ser un gran escultor ‘francés’ habría sido un gran escultor español’…
Francia, en cambio, quería y reclamaba quedarse todo el territorio hasta la mitad del cabo de Creus, hasta Roses, y reivindicaba también la línea del Puigmal, el puerto de la Creu y el de Nargó y hasta Oliana. Hoy, por tanto Cervera de la Marenda podría ser española y la Seu d’Urgell o la Penella, Llavorsí y todo lo demás, podrían ser francesas. Y este hecho es muy revelador.
En el mundo de las fronteras, hay rayas naturales pero sobre todo rayas artificiales y nuestro país es un ejemplo enorme de ello. La rotundidad natural de los sólo 233 metros que hay para pasar de Occitania a Cataluña, contra la artificialidad de unas rayas que, simplemente, eran un reparto del botín.
Porque es eso lo que era: un reparto del botín catalán, para España y Francia. Y por eso, desde entonces, ni España ha reclamado nunca más que ‘le devuelvan’ Banyuls ni Francia ha reclamado nunca ‘recuperar’ la Seu d’Urgell. Simplemente ni en un lugar ni en otro hay franceses ni españoles. Sólo un botín.
Y qué contraste más significativo, con la obsesión de los españoles por quedarse como sea la Olivenza portuguesa o el Gibraltar británico. Y qué contraste con la batalla, esotérica, por la cima del Mont Blanc que sigue enfrentando, después de tantos decenios, a Francia e Italia. Si España estuviera segura de que los catalanes somos españoles al menos continuaría reclamando Banyuls. Si Francia estuviera segura de que los catalanes somos franceses continuaría reclamando la Seu. No lo hacen porque ese pacto no fue sino un reparto del territorio de un pueblo que sabían bien que no era ni de unos ni de otros.
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Pero volvamos al dominó. Francia nace en 1789; España, dejémoslo así, en 1808. Cataluña, la idea de que Cataluña es una nación, otra pieza de aquel dominó del que hablábamos, sería de bastante más tarde, del 1880. De manera que durante ochenta o noventa años, justo cuando la moderna idea de ‘nación’ se abría paso y se hacía atractiva, los catalanes de ambos lados de la raya no teníamos otra alternativa que pensarnos como ‘españoles’ o como ‘franceses’, simplemente porque nadie había pensado todavía que nos podíamos pensar, nosotros mismos, como nación catalana.
Y es importante recordar que cuando llega el momento, cuando empezamos a pensar que nosotros también podemos ser otra pieza del dominó de las naciones, también entonces nos pensamos completos. Como lo prueba el mapa que dibuja el Canigò de Verdaguer.
Mossèn Cinto Verdaguer visita Sant Martí de Canigó y Sant Miquel de Cuixà en 1879 y queda sorprendido por la ruina del lugar donde nació Cataluña. Allí comienza a escribir ‘Los dos campanarios’, un poema de duelo que, según los expertos en Verdaguer -Ricard Torrents, por ejemplo- es la inspiración del gran poema ‘Canigó’.
Una obra, ‘Canigó’, cuyo coro final comienza con aquel wagneriano y tan significativo ‘¡Gloria al señor, tenemos la patria amada!’ Y fijémonos que son veinte versos de celebración de una Cataluña ‘enacaramada / pierna acá pierna allá del Pirineo’. Un canto eufórico, por tanto, el nacimiento de la nación, ‘¡tenemos la patria amada!’, que desdeña deliberadamente las divisiones artificiales. Verdaguer nos piensa solamente a partir de la unidad del colectivo humano que no sabe distinguir entre un cura de la plana de Vic y los pastores de una montaña del Conflent. Y por si no había quedado todo claro ‘Canigó’ se publica en 1886 y en la edición de 1902 la dedicatoria inicial, que era al obispo de Vic, pasa a ser al obispo de Perpinyà.
Después todo vendrá como vendrá. El nuevo nacionalismo catalán se afirmará contra España pero regionalista, en el sentido conceptual renunciando a tener un Estado propio y en el sentido nacional aceptando que España diga qué es Cataluña y qué no lo es. Y durante décadas irá reduciendo cada vez más su marco mental en las cuatro provincias españolas que son conocidas con este nombre. No es que el País Valenciano, Andorra o las Islas quedemos fuera. Es que quedan fuera incluso aquellos territorios del Principado, indiscutiblemente del Principado, que ya no formaban parte administrativamente de lo que los españoles consideraban que era Cataluña, como es el caso de la Franja y Cataluña Norte.
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Y tendrán que pasar muchas décadas antes de que redescubramos finalmente que somos un país entero, uno solo. Y permitidme que enseñe aquí y reivindique dos pequeños libritos que me acompañan hace muchos años: ‘ Qüestió de noms’ (‘Cuestión de nombres’), de Joan Fuster, publicado por las Ediciones de Aportació Catalana en 1962; y ‘El pequeño libro de Cataluña-Norte’, de Llorenç Planes, publicado por las ediciones de la Falç en 1974.
Porque estos dos libritos, humildes, una gota en el océano de aquel momento, los debemos entender hoy, con unos pocos más, como los primeros pasos que nos condujeron hacia eso que hemos visto en Perpinyà este 2020, como el inicio de la corrección del error que llegaba después de Verdaguer, con la reducción voluntaria del territorio catalán sostenida como quien dice hasta hoy por la gran mayoría de los nacionalistas del Principado. No es extraño que los autores beban en las fuentes del anticolonialismo. Los movimientos que liberaron medio planeta en aquellos años sesenta nos enseñaron sobre todo que no puedes ser libre si primero no te liberas mentalmente, si no te rebelas contra la imagen que el poder colonial quiere crear de ti mismo.
Sin estos dos libritos, por ejemplo, y sin la labor esforzada de muchísima gente que hizo las cosas que estos libritos y otros nos proponían, simplemente el 29 de febrero de este año habría sido imposible de recibir a los tres eurodiputados en Perpinyà sabiendo, conscientes, que ese día volvían a Cataluña. No al norte ni al sur, sino a Cataluña. Y eso se lo quisiera contar con una anécdota pequeña, personal.
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Era por la mañana y yo paseaba por el centro de Perpinyà. Siempre que paso por delante del ayuntamiento entro unos segundos a admirar la estatua de Maillol. Y fue allí donde oí unos gritos, otros más entre los miles de miles de manifestantes. Pero resulta que reconocí sus voces: eran mis amigos del pueblo. De Bétera habían subido un grupo de amigos, de amigos que conozco desde que tengo memoria y con quienes he compartido y compartiré la vida entera. Ellos también habían alquilado una furgoneta para subir a Perpiñán a recibir en casa al president legítimo. Y allí, en medio de tanta gente, nos encontramos. Nos abrazamos, contentos, y nos hicimos fotos al pie del Castellet. Y no pude evitar pensarlo: he aquí un grupo de valencianos, que saben cuál es su nación, que han subido a Perpinyà, sabiendo que es su nación, para recibir en casa, que lo es, al president de la Generalitat de Catalunya.
No quisiera reducir con la anécdota el impacto de lo que pasó. Cientos de miles de catalanes se reunieron en casa para recibir al president que volvía a casa. Conscientes de que aquello era ‘casa’. Y el salto de conciencia que esto significa, el reencuentro sobre el mapa completo después de tantos siglos, creo que tiene una importancia única. Máxime cuando los norcatalanes no se van a limitar, de ningún modo, a poner la casa y vale. El parlamento extraordinario de Joan-Lluís Lluís fue uno de los momentos clave del día. Todo un rayo de luz. Toda la infraestructura de aquel gran acto fue construida por gente del norte. Y el norte se abocó a recibir con honores a Puigdemont, Comín y Ponsatí: desde la USAP (4) hasta todas las autoridades políticas. Escuché a un político importante decir «Macron es presidente pero Puigdemont es ‘el’ president». Podemos ignorar esto, si deseais, o reducir su importancia, pero esto no evitará que pase lo que ya pasa. Por lo tanto, es mejor que seamos conscientes de la dimensión enorme de lo que fueron aquellos dos días de febrero, de la dimensión histórica, trascendental.
Y es partiendo de este reencuentro que hoy quiero decir aquí, ante la Maternidad de Elna, que Cataluña Norte es mi casa. Que Elna es mi casa. Como Bétera y Valencia es la casa de todos vosotros, exactamente igual. Con todos los derechos que ello implica y con todos los deberes.
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Evidentemente, que Cataluña Norte debe seguir su camino: el 7 de noviembre próximo debe volver a estar en la calle, denunciando todavía el tratado de los Pirineos. Pero espero y quiero, pido, que después de lo que pasó en febrero comience a terminarse aquel tiempo tan largo en el que parecía que cada uno tenía que cuidar sólo de lo que era privativo suyo. No somos retóricamente hermanos ni aliados. Somos un solo cuerpo luchando por la vida, como luchaban las mujeres y los niños en estas habitaciones que tengo ahora detrás.
Desde el sur más extremo y meridional, desde ese palmeral de Elx que también cantó Verdaguer, hasta el norte rotundo de la frontera de Salses, estos 223 metros escasos que son nuestra puerta al norte, ahora hace falta que caminemos juntos y construyamos juntos. Para hacer entre todos más fuerte esta nueva pieza de dominó, del dominó de las naciones, para hacer más fuerte la nación del catalán, la nación de los catalanes. Vivimos unos años en los que hemos aclarado muchas cosas. Ya nadie defiende desde un catalanismo sincero que el proyecto debe ser influir en España. Del mismo modo, ahora es necesario que nadie defienda que Cataluña es eso que España quiere. Romper el mapa mental del regionalismo nos hace ser más nación y este 2020, del que hoy celebramos la Diada, con los actos del febrero a Perpinyà lo hemos empezado a hacer con más fuerza que nunca.
Permitidme sólo que, para terminar, explique todo esto utilizando la voz de Joan Fuster, concretamente leyendo el último fragmento de ‘Cuestión de nombres’:
«Tenemos derecho a esperar -por muy lejana que se nos presente esta esperanza-, que un día será suficiente decir catalán para aludir a nuestra condición de pueblo único, y agregar una precisión comarcal para localizar la cosa o persona de la que se trate. Las actuales ‘regiones’ pueden desvanecerse y sólo el hecho radical de la comarca y el hecho general de la comunidad idiomática y civil serán importantes. Mientras tanto, tenemos que trabajar en las condiciones que hemos heredado y, a partir de ellas, ayudar a su transformación a través de nuestro esfuerzo. No somos pocos los ‘catalanes’ que nos lo hemos propuesto y vamos ya en esta línea. De la voluntad de todos los ‘catalanes’ dependerá que este comienzo de reconstrucción auténtica, quizás el más ambicioso que registra nuestra historia como pueblo, y también el más desarmado por los medios con que cuenta, llegue a desplegarse en todas las generosas posibilidades que contiene. Confiamos en que estaremos a la altura de las necesidades y que sabremos hacernos responsables de ello».
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/cronica-partal-retorn-puigdemont-perpinya/
(2) https://es.wikipedia.org/wiki/Widget#:~:text=Dado%20que%20son%20peque%C3%B1as%20aplicaciones,en%20su%20ciudad%2C%20incluso%20sistemas
(3) «El pensament nacional a Europa. Una història cultural». Joep Leerssen. catarroja-Valèencia 2019. Editorial Afers / Universitat de València
(4) https://fr.usap.fr/
VILAWEB