Quedó claro que de la falta de espectadores en el cine catalán y en catalán no es culpable el «en catalán», sino el «cine». Y es que si tienes una buena historia, la cuentas bien con un buen guion, dispones de buenos intérpretes, y está bien dirigida y bien producida, tendrás los espectadores que necesitas. Y llega aquello de «¿ya la has visto?», «¿Aún no has ido?», o «¡no te la pierdas!». En ningún caso la lengua catalana es el obstáculo para el cine catalán y en catalán como se ha visto con ‘Casa en llamas’ y ‘El 47’. Como ya lo habíamos visto antes con ‘Pan negro’.
Ahora bien, no entenderíamos la precariedad de nuestro cine, en catalán o no, sin tener en cuenta el marco industrial del que es subsidiario. Hoy en día, en Cataluña, el cine es un subproducto de una industria mucho mayor, la audiovisual, con un peso muy relevante en Barcelona, pero que juega en una liga global, incluso cada vez más en inglés que en español, y donde el catalán está totalmente ausente. El cine catalán sólo son las migajas.
También debe decirse que cuando el cine catalán, en catalán o no, no tiene público suele ser porque la historia no interesa o no se entiende. Hablo del cine llamado de autor, experimental, esteticista, poco o nada popular, a menudo con intenciones adoctrinadoras, de presupuesto reducido, y más pensado para ganar premios en los festivales internacionales –y gana– que para ser visto masivamente en las salas de cine. Y también es verdad, en el caso de películas extranjeras populares dobladas al catalán, que si el público es escaso se debe a la intención explícita de los programadores de exhibirlas a horas intempestivas y por pocos días, probablemente con mala intención porque el doblaje en catalán les complica la vida.
Sin embargo, tal y como se vio en los Premios Gaudí de este año, parece que este gran éxito del cine catalán en catalán ha acabado incomodando al mismo sector que lo ha protagonizado, y se ha tenido que justificar revistiéndose con la bandera charnega. Las crónicas así lo muestran. Y creo que ha incomodado porque ha puesto en evidencia que la excusa para no hacer cine catalán en catalán porque no tendría suficientes espectadores es sólo eso: una excusa. El problema de fondo es el del provincianismo acomplejado que arrastran y les obliga a excusarse.
Lo cierto es que la mayoría de la profesión habitualmente vive y trabaja en español. De las escuelas de cine como ESCAC, a los equipos de producción y hasta los programadores. Sin olvidar, claro, que para sobrevivir necesitan poner la mano a la vez a dos administraciones, la catalana y la española. Y que conste, para que nadie se ofenda –o que se ofenda todo el mundo– que esto es lo que cada día pasa más en el ámbito hospitalario y los servicios asistenciales, en los despachos de gestión universitaria y en muchas de las aulas, en el sector comercial, en el deporte y el ocio, y en general, en el mundo laboral. De modo que el gran éxito de público de un par de películas en catalán ha desarmado de argumentos a los que suelen optar por emplear la lengua española para evitar unas hipotéticas pérdidas financieras, de público y sobre todo de notoriedad.
Por eso, que en los Gaudí se reivindicara la vieja y obsoleta condición charnega, tanto los que hicieron referencia explícita a la misma como con las ovaciones que recibieron y el clima que se creó, hay que explicarlo por esta incomodidad de un éxito que desvela una subordinación colonial lingüística. Que a estas alturas se pueda sentir «orgullosamente charnego» o que encuentre interesante que esté saliendo «una noche muy charniega», es bastante significativo. Pero que se afirme que, en pleno franquismo, en el encuentro en Cataluña de la lengua oficial del Estado con la lengua perseguida propia del país no había conflicto porque en el plano personal la gente ya se comunicaba si «se llevaba bien «, es todo un escándalo.
Obviamente, los protagonistas de los Gaudí no iban vestidos de charnegos, porque esto lo dejan para los usos lingüísticos. El año en que se demostraba que podría hacerse cine popular y de éxito en catalán no se fue capaz de reivindicarlo, ni se mencionó el dramático proceso de sustitución lingüística –el nombre de Gaudí podía haberles inspirado–, ni denunciaron –ellos, siempre tan atentos a las injusticias globales– lo vivos que siguen los vestigios del franquismo mostrado en ‘El 47’ a la hora de reprimir las aspiraciones legítimas del país.
Y, también hay que decirlo, el clima charnego pudo expresarse en estos Gaudí de forma desinhibida gracias al actual marco político que presidía la fiesta. Tenemos un govern que también insiste en querer disimular toda expresión de conflicto político nacional, tanto el lingüístico como el represivo, el judicial o el fiscal. ¡A ver cuánto tarda el govern actual en incorporar explícitamente a su discurso esta mistificada y apolillada condición charniega!
ARA