El deporte, orgía delirante del nacionalismo de Estado

La Eurocopa o los Juegos Olímpicos se consideran eventos deportivos y así aparecen conceptuados en los informativos de radio y televisión. Hay que producir algo muy especial para que el tema salte de la crónica deportiva a la social. ¿Pero son realmente eventos deportivos, la Eurocopa, la Copa América (de fútbol y de vela), los Mundiales o los Juegos Olímpicos? Esencialmente, sí, dado que todos sus participantes son hombres y mujeres que de forma individual o colectiva practican una modalidad deportiva. Unos aspiran a ganar copas y otros a ganar medallas y batir récords. Hasta aquí estamos hablando de deporte. Sólo de deporte. ¿Pero es de verdad el deporte, el objetivo de estas celebraciones? Basta observar cualquier modalidad para ver que el deporte es sólo el pretexto. El objetivo real de todas las celebraciones deportivas internacionales es genuinamente político, genuinamente nacionalista: Eurocopa, Copa América, Mundiales, Juegos Olímpicos son por encima de todo una orgía delirante del nacionalismo de Estado sin fundamento alguno, porque, ¿qué nación reivindican, si ya tienen Estado y, por tanto, son libres? Nada reivindican, claro, sólo exhiben su insaciable hambre de reafirmación nacional.

Fijémonos en que los nombres que han batido un récord o que han hecho un gol antológico sólo consiguen una línea de texto en la narrativa del evento, quien de verdad se lleva la épica, quien se apunta la victoria, la copa o el número de medallas es el Estado que el deportista representa. Y lo que se enarbola es la bandera de ese Estado y el himno nacional de ese Estado lo que se escucha. Que España pueda inhabilitar un futbolista por negarse a vestir la camiseta de la selección ya nos dice que los jugadores son soldados, no deportistas. Otra cosa es que el jugador disidente pacte en secreto con el seleccionador para que no le convoque, como hizo Oleguer Presas. Oleguer Presas no es español, es catalán, y, con absoluta coherencia, no quería representar a la selección del Estado que impide la existencia de la selección de su país. Pero ¿cuántos casos hay, como el suyo? Con buen criterio, Presas entendía que, si eres independentista, no es coherente que representes precisamente al Estado que oprime tu país, que le niega la existencia, que le impide toda representatividad internacional y que se aprovecha del talento de individualidades como tú –sea en el campo del deporte, de la ciencia o de las artes– para colgarse medallas que nunca ganaría sin tal apropiación. Las selecciones españolas de hockey hierba masculino y de waterpolo femenino de los Juegos Olímpicos, por ejemplo, están formadas por diez catalanes y once catalanas, respectivamente.

Que no se produzca reflexión alguna en esta línea, que todo el mundo siga agachando la cabeza y subordinándose a la inercia españolizadora de los grandes medios generalistas catalanes, que saltan de alegría porque un catalán de la selección española haya marcado un gol, hecho una asistencia, encestado o conseguido un podio (gol, asistencia, cesta o podio que serán patrimonializados por España), dice mucho del marco mental cautivo en el que nos movemos. Que te roben la cartera y que, sin embargo, saltes de alegría porque el dinero que había dentro era tuyo, no es sólo esperpéntico, es enfermizo. Pero las inercias tienen esto: en un marco mental cautivo, el individuo normal es el sumiso; el anómalo es el disidente. Así es como el opresor es cada día más fuerte y la cautividad cada día más sólida. Son, pues, los grandes medios de comunicación catalanes (como los ayuntamientos que ponen pantallas gigantes en la calle para ver ‘La Roja’), los grandes agentes del nacionalismo español en Cataluña. ¿No tienen nada que decir la ANC y Òmnium? ¿Es tal vez un tema tabú?

Un país que no está dispuesto a luchar contra su opresor tiene las mismas posibilidades de salir del mismo que un enfermo que no está dispuesto a luchar contra su mal. Si dejas que te diqan que no eres nadie y te comportas como si así fuera, no puedes esperar ningún apoyo. Te quedarás solo, completamente solo, ya que es a ti a quien le corresponde desafiar las leyes injustas de tu carcelero. En el caso del deporte, el estado de subordinación de Cataluña se mantiene por voluntad de la misma Cataluña. Es culpa de España, sí, pero no es acusando como nos vamos a liberar; es desobedeciendo. Es la desobediencia colectiva persistente, irreductible y tenaz lo que tarde o temprano da frutos. Las quejas sólo hacen cosquillas al dominador.

Pensamos en el efecto que tendría una masiva insubordinación de los deportistas catalanes reivindicando su derecho a competir internacionalmente como miembros de la selección catalana. Una disidencia generalizada pondría al Estado español contra las cuerdas porque reduciría ostensiblemente su potencial deportivo, es decir, mostraría la España real y daría visibilidad al potencial catalán. Es seguro que habría una reacción española rabiosa contra esta insumisión, pero cuanto más rabiosa tanto más perjudicial para la ya dañada imagen democrática de España. No es lo mismo inhabilitar sólo a un deportista que a cien deportistas de élite con copas y medallas en su historial. La independencia de un país comienza por acciones como ésta, acciones que desestabilizan al Estado opresor. Cuando pides el traspaso de Cercanías o de milloncitos que legitiman el régimen autonomista no eres independentista, eres un colaborador de la opresión. No puedes ir por el mundo diciéndote independentista y, a la vez, legitimar las leyes que oprimen tu país, ya que por el mero hecho de mendigar al ladrón una migaja de lo que te ha robado estás legitimando el robo.

En la final Inglaterra-España (no Reino Unido-España) de la última Eurocopa, hemos podido ver sin problema alguno un partido entre una nación y un Estado. España no ha tenido reparos en jugar contra una selección de distinta categoría, e Inglaterra, por su parte, tampoco lo ha hecho por verse carente de potencial galés y escocés. Es la diferencia entre una Inglaterra que reconoce a las naciones galesa y escocesa, y una España que no sólo no reconoce a la nación catalana, sino que dice que no ha existido nunca. El odio hacia Cataluña alcanza estos niveles de analfabetismo histórico.

Pero por paradójico que parezca, hay independentistas que celebran las victorias de ‘La Roja’ y que las justifican diciendo que lo hacen porque “incluye jugadores catalanes”. Es una autojustificación muy pobre e incoherente. ¿Cómo es, entonces, que no celebran también las victorias de Francia, cuando incluye jugadores norcatalanes? Y lo mismo podemos decir en relación con los equipos franceses de las diferentes modalidades olímpicas. Una respuesta frecuente para excusar la simpatía por las victorias españolas es que es una simpatía temporal, mientras no sea posible expresar la simpatía por las victorias catalanas. ¿Pero cuándo será posible, si ni el deportista ni el simpatizante se rebelan? El sometido que celebra las victorias del amo como si fueran suyas, debido a que entre los contendientes los hay que están sometidos como él, es el más sometido de los sometidos. No se da cuenta, pero lo es, lo que le convierte en el instrumento más valioso que tiene el dueño para perpetuarse en el poder.

La única manera de revertir esta situación es vencer el miedo, y hay mucho miedo. España no nos domina por la vía de la fuerza, nos domina por la vía del miedo, que es inmensamente más efectiva, limpia y productiva. En la novela de Haruki Murakami “La ciudad y sus murallas inciertas”, la sombra del narrador le dice a éste que no tenga miedo de atravesar la muralla para huir, que corra adelante, que olvide las dudas y confíe en el corazón, porque, si bien los ladrillos parecen sólidos, la muralla no es más que una sustancia gelatinosa. El narrador sigue dudando y la sombra le responde: «La muralla es una mentira para asustar a la gente. No existe ningún laberinto subterráneo. La ciudad ha puesto la valla psicológica del miedo en torno al charco. Y el miedo es mucho más eficaz que cualquier barrera o cualquier cerca que puedas imaginar. Una vez enraizada en los corazones es muy difícil erradicar». Tiene razón la sombra. Es muy sabia. Amigos, ¿comprenden lo que quiero decir con este artículo? No hay muralla. La muralla somos nosotros mismos.

EL MÓN