Víctor Alexandre
La película Alcarràs, de Carla Simón, es un fenómeno maravilloso. Maravilloso en todos los sentidos, en el cinematográfico, en el social, en el lingüístico y en el económico. En los tres primeros días de exhibición recaudó 400.000 euros y diez días después de su estreno (29/4/2022) ya había superado el millón de euros con 188.000 espectadores. En cuanto a pantallas, ha pasado de las 169 iniciales a las 230. Yo mismo fui a verla el 3 de mayo y, mientras esperaba la llegada de unos amigos, pude comprobar que la inmensa mayoría de personas que hacían cola en la entrada del cine decían “Alcarràs” en el momento de comprar las entradas. Fueron las mismas personas que, al terminar la proyección, aplaudieron. Yo también lo hice. Es la primera vez en mi vida que lo he hecho. Soy amante del cine desde la cuna, he visto, como es lógico, miles y miles de películas y nunca había aplaudido en un cine. Siempre lo he considerado absurdo si no están sus responsables en la sala, como ocurre en el teatro. En cambio, aplaudí a “Alcarràs”. La aplaudí, más allá de su calidad, por lo que representa para mi país el reconocimiento que ha obtenido y está obteniendo.
El trabajo que ha hecho Carla Simón con esta película, tanto en lo que se refiere a la historia que nos cuenta como por los sentimientos y el clamor desesperado que nos transmite, es formidable. “¡Es la tierra, estúpidos!”, parece decirnos. Obsesionados con el crecimiento económico, contaminamos la tierra que nos alimenta, ahuyentamos a la gente que la trabaja y destruimos el único hogar que tenemos en el universo. No queremos ser conscientes de ello, pero caminamos inexorablemente hacia la extinción. Y lo que Alcarràs nos viene a transmitir es que no habrá tierra sin campesinado.
Pero independientemente de ello, Alcarràs ha generado un debate sobre la lengua por varias razones; cuatro, al menos: una, porque somos una nación sin Estado; dos, porque la lengua de esa nación es una lengua perseguida y en proceso de ser extinguida; tres, porque, contra toda normalidad, la mayoría de directores y productores de cine catalanes no ruedan en catalán, sino en español, porque hace más guay del Paraguay; y cuatro, porque contra toda normalidad, la película se proyecta en versión subtitulada o doblada al español en muchas salas de su propio país (!).
Esto es tan demencial, tan patético, que sólo se explica por la falta de conciencia de quienes lo han permitido. Lo demuestran estas palabras de uno de los productores del filme sobre el tema, en una entrevista en Catalunya Ràdio: “No entiendo el debate”. ¡No entendía el debate! Ésta es la cuestión, que cuando tienes que contar cosas tan elementales es que el problema tiene raíces más profundas. Y el problema de la lengua, que es inseparable del cautiverio de nuestro país, las tiene. Porque el cautiverio político ha generado un cautiverio mental, psicológico, que es aún más letal que el primero. Es un cautiverio que configura un marco mental acorde con el que el individuo acaba encontrando normales cosas que no lo serían en un marco no cautivo. Esto ha hecho que tanto en las Islas como en el País Valencià “Alcarràs” se haya estrenado subtitulada o doblada al español en varios cines. De hecho, en el País Valenciano, la catalanofobia de muchos exhibidores se ha puesto de manifiesto en su rechazo: de las sesenta salas que hay en aquellas comarcas, sólo nueve han querido proyectarla. Y de estas nueve, sólo una la ha aceptado en versión original sin subtitular ni doblar. Otras tres alternaban la original con la doblada y las otras cinco sólo la versión doblada. Ha habido muchísimas quejas de espectadores que, una vez en la sala, han visto que no podían verla en catalán y han pedido que les devolvieran el dinero. Así estamos. Sin embargo, hay señores que «no entienden el debate».
En Cataluña, son muchos los cines que están proyectando “Alcarràs” en versión original subtitulada o doblada al español, que es exactamente como se proyectan las películas extranjeras en nuestro país. Pero «Alcarràs» no es ninguna película extranjera. «Alcarràs» es una película catalana. Una película rodada en la lengua propia de Cataluña que, mira por dónde, resulta que para poder estrenarse en su casa debe tener rango de lengua extranjera, lo que significa que sólo puede exhibirse con normalidad en algunos cines condescendientes; en el resto, se exhibirá en versión subtitulada o doblada al español.
Todo ello desenmascara un puñado de cosas. La primera es la falacia del bilingüismo. Cataluña no es ni ha sido nunca un país bilingüe. De hecho, no existen pueblos bilingües. Hay, eso sí, personas bilingües pero no pueblos. Cada pueblo tiene su lengua, la lengua de la tierra que da nombre a las cosas de esa tierra. España, sin embargo, obliga a los catalanes a ser bilingües para que los hispanohablantes residentes en Cataluña puedan seguir siendo monolingües. Esto no es bilingüismo, esto es colonización y lingüicidio. La segunda cuestión desenmascarada es el ultranacionalismo español de algunos exhibidores que se han negado a proyectar «Alcarràs» en pantallas de Cataluña en versión normal, es decir, en versión original catalana sin la gilipollez de los subtítulos o del doblaje español. Lo decía la directora Carla Simón: “Hay salas que no aceptan la película si no la doblamos al castellano. Al final hemos tenido que hacerlo”. ¡Fantástico! «No aceptan la película». ¿Y cuál es la excusa? La excusa es que la gente no la entendería en catalán. Curioso. Pueden ver TV3 y escuchar los partidos del Barça en catalán, pero no entienden el catalán.
La reflexión que deberíamos hacernos, llegados aquí, es que si ni siquiera somos capaces de aprovechar ser poseedores de la película más esperada y vista en Cataluña, que al cabo de diez días ya había recaudado un millón de euros, es que tampoco somos capaces de sacar la lengua catalana del pozo y darle rango de normalidad. Estamos condenados a seguir lamentándonos –propongo la edificación de un muro de las lamentaciones– y a dar palmadas cada vez que algún país, sin los complejos que nosotros tenemos, otorga un premio a un filme rodado en catalán por obra y gracia de un director ‘rara avis’. Decía Joel Joan: «Es la lengua lo que nos hace diferentes». Pues sí, ¡vaya! Es la lengua la que diferencia la cinematografía catalana del resto de cinematografías. Es nuestra seña de identidad en el mundo.
Los estadounidenses, básicamente porque suelen tener las películas más taquilleras, no preguntan a los exhibidores cuándo y cómo deben estrenarlas; simplemente se lo dicen. Si están de acuerdo, bien; si no están, se quedan sin película. El mundo es lo suficientemente grande. Las órdenes las da quien da dinero a ganar. En este caso es “Alcarràs” quien da dinero a ganar al exhibidor, que anda loco buscando películas taquilleras. Ceder a su coacción ideológica equivale a reforzarlo en su posición colonizadora y a convertir en un espejismo el caso de Alcarràs haciendo más profundo el estigma del cine catalán rodado en catalán como un cine de vía estrecha, un cine anormal que ni siquiera puede exhibirse en su propio país tal y como ha sido concebido. Si el catalán no es imprescindible para vivir en Cataluña, ya podemos retirarnos.
EL MÓN