El circo de los indultos reversibles

Confieso que estos últimos días me he sentido avergonzado como catalán, al ver el comportamiento adulador de una parte del país, incluida una parte de la que se llama independentista, ante la nueva y repugnante ‘Operación Cataluña’ que ha montado el estado español con la farsa de los llamados ‘indultos’ a los presos políticos. La llamo ‘farsa’, porque todo, absolutamente todo, ha sido una farsa, una farsa elaborada a cuatro manos, como se ha demostrado con la carta de Oriol Junqueras escrita sumisamente al dictado y bajo la supervisión de la Moncloa y publicada en los medios también autorizados por la Moncloa. Si ya es bajo que un catalán, por muy iluminado y por mucho enviado de Dios en la tierra que se sienta, se preste a esta humillación, aún lo es más que su partido político contribuya a ello. Pero así ha sido. Y eso no es nada, comparado con lo que veremos.

 

La farsa, sin embargo, tiene raíces que nos llevan mucho más atrás de los indultos en sí mismos y de la rentabilización política que el gobierno español está haciendo de los mismos. El circo de los indultos, por así decirlo, sólo es una derivada, una consecuencia perfectamente esperable del choque frontal entre la justicia española y el derecho internacional, que es lo mismo que decir entre la justicia turca y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

 

No soy tan cándido como para creer que Europa ayudará a Cataluña a independizarse. Europa ya ha demostrado reiteradamente su cobardía o indiferencia a la hora de intervenir incluso en las injusticias más sangrantes. Pero es evidente que una cosa son los intereses de los estados y otra los tribunales de justicia europeos. Son lentos, es cierto, muy lentos, pero son infinitamente más justos que los españoles, cosa nada difícil, dicho sea de paso. Lo hemos visto en las continuas descalificaciones que ha recibido el Estado español, tanto de los tribunales europeos como de las Naciones Unidas. Una cosa es que el Estado español haga lo que más sabe hacer, que es el chulo de cara a la galería. Pero recibe presiones ocultas y pronunciamientos que lo ponen en evidencia ante el mundo y no le queda más remedio que subordinarse a ellas. Los indultos, pues, son eso: una excusa para enmascarar lo que es en realidad un cumplimiento forzado de un requerimiento de la justicia europea. De hecho, una España gobernada por el PP, por más que ahora, ejerciendo de oposición, grite «¡sacrilegio!», se habría visto obligada a hacer lo mismo. Un Estado con presos y exiliados políticos constituye una insoportable piedra en el zapato de la Unión Europea.

 

Por eso los presos ya están en la calle. Pero lo están -como era de esperar de un Estado carente de cultura democrática- a la turca, con indulto reversible. Es decir, por medio de maneras dictatoriales: diciendo que se les perdona, inhabilitándoles políticamente y amenazándolos con volver a la cárcel. En otras palabras, como resulta que el varapalo del Consejo de Europa era inevitable, España necesitaba montar un circo que se adelantara al mismo para ahorrarse la profunda vergüenza de tener que abrir las cárceles. «¡Qué humillación!», pensó la Moncloa, sólo de imaginarlo. Y como Pedro Sánchez es tanto o más nacionalista español que su oposición y mucho más mentiroso que Nixon y Zapatero juntos, ha integrado el circo de los indultos en la farsa de la Mesa de Diálogo revistiéndolo todo con el conocido discurso de la «concordia», que es otra falsedad, porque ni Pedro Sánchez, en particular, ni España, en general, quieren ninguna concordia; lo que quieren es la sumisión de Cataluña. Lo dijo Sánchez: los catalanes tienen derecho a pensar como quieran, pero no tienen derecho a ser catalanes sin ser españoles. Y resaltó: «Cataluña sin España no sería Cataluña». Con seis palabras redactadas con las tripas, ese pobre hombre borró los mil años de historia de Cataluña y puso de relieve su ignorancia.

 

Todo ello recuerda los discursos de los amos blancos a los negros: «Tenéis el derecho de querer ser libres, pero no tenéis el derecho de serlo». Y para sostener esta dominación, España blande una legalidad hecha a su medida al igual que los blancos blandían ante los negros la legalidad blanca. Es en esta línea como Pedro Sánchez, para maquillar la humillación de la excarcelación, dice ahora que «si, para construir convivencia, antes fue útil el castigo, ahora es útil el perdón». ¡Qué soberbia! Pido al lector que vuelva a leer esta última frase, por favor, porque es reveladora de la mentalidad y de la ideología totalitarias de este hombre y de su gobierno: «castigo» y «perdón». Ellos, erigiéndose en dueños de nuestra vida, de la vida de Cataluña, se atribuyen el derecho de castigar nuestra disidencia con su poder despótico y también de perdonarnos en virtud del mismo poder, que es lo que, según ellos, les permite «construir convivencia» con el uso de las 155 formas de violencia a su alcance, entre las cuales el ejército, la judicial, la económica y la psicológica. Por eso insisten tanto en el «reencuentro», en la «concordia» y en el retorno a la «normalidad». Pero, ¿qué entiende el opresor por «reencuentro», «concordia» y «normalidad»? Pues la sumisión del oprimido, claro. ¡Mira qué bonito es que el oprimido guarde sus afanes de libertad, que se olvide de las agresiones que ha sufrido y que, lobotomizado, se reencuentre como un cordero con el opresor para que reine la «concordia»!

 

Así, mientras el circo de los indultos escenifica el «perdón» y la «concordia», con la colaboración inestimable de quien había sido vicepresidente de los oprimidos, el Estado Español elige una vía que no sea tan escandalosa como la de la cárcel, pero que permita continuar persiguiendo a tres mil disidentes, destruyendo sus familias y expoliándolos económicamente mediante la fabricación de pruebas grotescas y acusaciones falsas -en la línea de Turquía, Rusia o China- a fin de provocarles la muerte civil. La cuarentena de catalanes perseguidos por haber explicado Cataluña al mundo en el pleno ejercicio de la libertad ideológica y de expresión, de acuerdo con el resultado de las urnas en el Parlamento, forma parte de esta Operación Cataluña a través del Tribunal de Cuentas, un organismo estatal que, como si fuera una mafia, se reparten padres, hijos, abuelos, hermanos, tíos, sobrinos, primos, cuñados y camaradas diversos. Nos equivocaríamos, por tanto, si pensáramos que el terrorismo de Estado consiste sólo en la creación de comandos, como el GAL. En absoluto. Perseguir y agredir a la disidencia bajo la doctrina del pensamiento único de la «unidad de España» también es terrorismo de Estado. El circo de los indultos no tiene más objetivo que cambiar la realidad haciendo creer que el gobierno español, como dicen Salvador Illa, el PSC y su corte de tertulianos, es un gobierno «magnánimo» que «perdona» a los presos políticos, siempre que sean buenos chicos. Es la frase que dice cada semana el maltratador a su mujer después de meterle el puñetazo de rigor: «Te perdono para que veas que soy generoso». En realidad los «perdonan» para poder ralentizar sus recursos en Europa, ya que si estuvieran entre rejas el procedimiento sería de urgencia y España recibiría el varapalo mucho antes. Y los «perdonan», también, porque si el Consejo de Europa se pronunciaba estando los presos aún entre rejas, España, además de liberarlos, habría tenido que pedirles perdón, ya que a un preso inocente no se le perdona, a un preso inocente se le pide perdón. Una humillación demasiado grande para un Estado fatuo y soberbio como el español. Sin embargo, para poder montar y vestir esta farsa, necesitaban contar con un aliado en nuestra parte, un aliado que escribiera al dictado de la Moncloa, que glosara el «gesto» y la «magnanimidad» de Pedro Sánchez y que pidiera obediencia, pusilanimidad y resignación cristiana a los catalanes diciéndoles que la libertad ahora no toca. Ahora toca sumisión. Sin la ayuda de este aliado la farsa era imposible. Y lo encontraron. A ciento setenta y cinco kilómetros de la Jonquera.

EL MÓN