Cuando todavía no se han apagado los ecos de los atentados de Londres se ha vuelto a poner sobre la mesa de muchos analistas la teoría del llamado “choque de civilizaciones”, como un intento más de explicar la situación creada a raíz de esos acontecimientos. Sin embargo, frente a estas teorías tal vez se haga necesario ahondar en otra vía, y de esa forma nos encontraríamos con otro tipo de enfrentamiento, algo similar a un “choque de intereses”.
En esta lucha, y sobre todo a partir de la campaña “contra el terror” lanzada por Estados Unidos, se han producido importantes cambios en el escenario de enfrentamiento, al tiempo que se producían “victorias parciales” en ambos bandos. Washington logró retirar del poder a los talibanes en Afganistán, infligir un serio golpe al proyecto y estructura centralizada de bin Laden, y terminar con el régimen de Saddam Hussein en Iraq.
Sin embargo, no pudo acabar con el movimiento talibán, de hecho hoy en día éstos vuelven a dominar buena parte del territorio afgano, tampoco lograron apresar a los llamados dirigentes de al-Qaeda (bin Laden o al-Zawahiri), y la situación en Iraq vemos que empeora por momentos.
En el escenario se están reproduciendo algunos hechos del pasado. Por ejemplo a raíz de los atentados en la capital londinense se apunta al paralelismo del papel jugado por Afganistán y el que en estos momentos podría estar desempeñando la situación en Iraq. Según algunas fuentes, más de un centenar de británicos de origen paquistaní podrían haberse incorporado durante el año pasado a alguno de los movimientos contra la ocupación en Iraq. Por eso señalan que este país ha podido asumir el papel “formativo y de intercambio de experiencias” que en su día tuvo Afganistán. Y de la misma forma que ocurrió entonces, parece que estos nuevos jihadistas han podido regresar “a casa” para seguir con la llamada “hoja de ruta” de la “jihad global”.
Heterogeneidad
Algunos análisis pretenden simplificar la realidad que envuelve a los movimientos islamistas, englobándolos a su mayoría bajo el mismo epíteto descalificativo. Esto no puede obviar que tras esas declaraciones se manifiesta un importante desconocimiento de una situación mucho más heterogénea.
Sin incidir mucho en las diferentes catalogaciones que se enmarcarían dentro de la casuística de organizaciones y movimientos islamistas podemos hacer un breve resumen en tres grupos. En primer lugar estaría el denominado “islam tradicional” que englobaría a la mayoría de los musulmanes, dando prioridad a la religión sobre la acción política, e incluso separando claramente ambas. Un segundo grupo más politizado de movimientos islamistas pretende imponer un gobierno islámico pero por medios pacíficos, e incluso utilizando los resortes legales que tengan a su alcance (los Hermanos Musulmanes, y más recientemente Hizb ut-Tahrir).
Y finalmente, nos encontramos con los movimientos que se engloban en la llamada “jihad global”. Algunos ideólogos de ésta la han llegado a definir como “grupos u organizaciones que buscan eliminar al diablo, al hereje y a los regímenes apóstatas, al tiempo que persiguen el renacimiento del gobierno islámico bajo la figura del Califato”. Algunas de estas teorías ya fueron presentadas en los años ochenta, y entonces Occidente prefirió mirar hacia otro lado, probablemente porque podían coincidir con sus propios intereses, y ajenos a que se estaba alimentando una “hidra”.
También resulta interesante resaltar parte del abanico de ideólogos que impulsan estas teorías, y que van más allá de la figura de bin Laden. Abdallah Azzam fue el ideólogo de al-Qaeda y de su estrategia, su muerte dejó paso a Osama bin Ladem. Junto a éste va a destacar Ayman al-Zawahiri, considerado como uno de los mayores ideólogos del movimiento jihadista, primero en Egipto y ahora a nivel mundial. También destaca Muhammad al-Maqdesi, este palestino combinó las doctrinas salafistas con los principios del wahabismo, creando la organización Tawhid wal-Jihad. Entre sus seguidores se encuentran personajes como Abu Musab al-Zarqawi.
Otro ideólogo fue Yousef al-Uyeri, de Arabia Saudita y que fue muerto por la policía hace dos años. Su producción ideológica ha atraído a las nuevas generaciones de pensadores en torno a la “jihad global”.
En mayo del 2003 más de doscientos islamistas (clérigos, ideólogos, profesores y empresarios) establecieron en Arabia Saudita una nueva organización que “busca apoyar la Jihad global contra Estados Unidos y los cruzados”. Bajo el título de “Campaña Global contra la Agresión” han potenciado política e ideológicamente la lucha de esos movimientos contra “occidente, así como la presencia de tropas occidentales en países musulmanes e incluso contra aquellos gobiernos musulmanes que apoyan o colaboran con Estados Unidos y sus aliados”.
Intereses
Esos pilares de la propaganda jihadista han calado en buena parte de las nuevas generaciones musulmanas por todo el mundo. Para ellos, la llamada guerra “contra el terror” la llevan sufriendo en sus propias carnes desde hace décadas. Esa percepción se remonta a los años treinta del siglo pasado, cuando desde Occidente se materializó el proyecto sionista en tierra palestina. A ello le seguirán las primeras matanzas de civiles árabes y palestinos (Deir Yassin es un referente). Más tarde, cientos de miles de civiles morirán en Argelia a manos del ejercito francés, y más recientemente, a los civiles palestinos muertos en las dos intifadas, se les unen los miles de iraquíes que perdieron su vida en los bombardeos americanos de 1991 ( y el millón y medio de niños muertos por el embargo). Todo ello coincide con la aparición de un nuevo término, “daños colaterales”, en referencia a las víctimas civiles provocadas por Washington y sus aliados. Esto es percibido por los pueblos árabes y musulmanes como una nueva afrenta.
El movimiento jihadista intenta recoger sus frutos de esta situación, y pone sobre la mesa unas demandas que claramente chocan con los intereses que defiende Estados Unidos. Los neoconservadores han asentado su estrategia en el apoyo a Israel (como gendarme y faro económico en la región), en la presencia de tropas militares en los países musulmanes de la región (para asegurarse su valor geoestratégico y el control de las fuentes de energía), así como el apoyo a los regímenes dictatoriales de los países musulmanes.
Y eso es precisamente lo que dicen combatir los movimientos jihadistas. El fin del apoyo norteamericano a Israel y la desaparición de éste, la salida de las tropas extranjeras de la región, el final al apoyo a los regímenes de la zona y el control de las fuentes energéticas por los pueblos de la zona.
Ante este pulso se ve difícil una salida, y menos ante las declaraciones de algunos movimientos jihadistas que señalan que “el papel de EEUU en el mundo musulmán se muestra como un mar de opresión, injusticia e esclavitud contra la comunidad islámica”. Y si a ello añadimos las amenazas de bin Laden contra Washington y sus aliados, “ mientras vosotros matéis, también se os matará. Si bombardeáis, seréis bombardeados”.
Acciones como las de Londres pueden interpretarse en esta lógica, una estrategia que busca dividir a los aliados de EEUU, sobre todo ante las posibles presiones que las poblaciones de cada estado puedan ejercer contra esa alianza, y también buscan un “castigo económico” contra occidente. Los movimientos de fichas sobre el tablero no inducen más que a prolongar las especulaciones, “¿será Roma la siguiente?”, o a percibir una especie de ruleta rusa sobre las poblaciones occidentales, objetivos de los más que probables ataques jihadistas en el futuro. Por eso urge llegar a la raíz de todos estos movimientos, a sus ideologías y estrategias, para evitar que atentados atroces como los de estos días vuelvan a reproducirse.