El camino hacia la independencia (1) | Dónde estamos

Con los recortes del Estatut de 2006 y la sentencia del TC de 2010, se puso punto final a la interpretación catalana de la Constitución española de 1978, que partía de un crecimiento progresivo de la autonomía política. En esta situación y con la consolidación de la crisis sistémica iniciada en 2008, una parte significativa del movimiento catalanista optó por dar un salto adelante y luchar, por vías democráticas, por la independencia nacional.

El proceso de acumulación de fuerzas (2006-2014) fue tan rápido como imprevisto. La aceleración producida a partir de 2012 y de la fundación de la ANC, cogió a todos por sorpresa. El independentismo se convirtió en el motor –al menos aparente– de todos los cambios que el país necesitaba. La ANC se convirtió en el aglutinante que hacía falta, las instituciones catalanas respondieron adecuadamente y los partidos políticos se vieron empujados a seguir una dinámica que les arrastraba o aniquilaba.

Tras la consulta del 9-N (2014), el president de la Generalitat y la ANC habían previsto unas elecciones plebiscitarias inmediatas, pero la negativa de ERC las pospuso hasta el 27-S (2015) aceptándolas más por el miedo a perderlo todo que por convencimiento. Junts pel Sí tomó forma de coalición de partidos y no de candidatura cívica como la ANC había propuesto. En esos más de 10 meses, los aparatos del Estado reaccionaron, mediática y judicialmente, ante lo que ya consideraban como la primera gran amenaza para la supervivencia del monárquico régimen del 78 y del propio Estado español.

La formación de Junts pel Sí y los cambios en la dirección de la ANC comportaron que los partidos políticos encabezaran el Proceso. Pese a la división interna en Junts pel Sí, se entró en una prórroga que culminó con la celebración del referéndum del 1-O (2017). Los días antes empezó a evidenciarse que el único objetivo de la dirección política del Proceso era ganar la batalla de celebrar el referéndum. Pero con tan poco convencimiento de que nada había preparado para después. Nada de nada. Un movimiento con una mínima conciencia de la trascendencia de lo que estábamos haciendo habría tenido que tomar la decisión de que ninguno de esos líderes podía seguir al frente del Proceso, una conclusión confirmada por la estrategia errónea seguida en el juicio contra los presos políticos. Poa ser generosos, que lo necesitamos, podríamos valorar el recorrido posterior de quienes se mantienen en activo, pero deberíamos saber hacerlo con criterios de rentabilidad política y no sólo emocionales.

Hemos llegado hasta aquí, básicamente, por nuestros propios errores. La situación política actual es comparable, en muchos aspectos, con la que se produjo a partir de 2006, pero con el agravante de la pérdida de nivel político, intelectual y profesional de la mayoría de miembros del Govern, empezando por el mismo president, que no tiene punto de comparación con el president Maragall. El parecido también es evidente si nos fijamos en el nivel de abstención del electorado (en torno al 45% en las elecciones, pero que había superado el 50% en el referéndum del Estatut) y en la actitud del independentismo social: entonces la PDD encendió la mecha del “derecho a decidir” y, hoy, la ANC inicia una etapa de refundación que deberá contar las nuevas organizaciones sectoriales surgidas en los últimos años, que han sabido leer perfectamente el escenario político actual.

Junts y ERC encaran el futuro con sendos congresos que, al menos hasta ahora, tienen objetivos muy distintos. No parece que Esquerra se plantee cambios estratégicos respecto a la línea gradualista que seguía hace 15 o 20 años atrás –interrumpida por el proceso de independencia impulsado por la ANC– y quiere limitar su congreso a las disputas para rehacer el liderazgo interno del partido, aunque esta limitación puede quedar desbordada recuperando su dinámica histórica de sorpresas protagonizadas por la rebelión de las bases.

En cuanto a Junts, el planteamiento inicial de su congreso es realmente ambicioso –estructurar un proyecto de país que sirva para cohesionar una organización política que, al mismo tiempo, mantenga la imagen de conglomerado formado por tendencias políticas diversas, liberales, socialdemócratas, radicales de izquierda, ecologistas…– para intentar liderar la estrategia independentista. El momento parece oportuno, si su objetivo principal es desbancar a Esquerra, pero parece un camino erróneo porque vuelve a caer en la batalla por la hegemonía política dentro de un movimiento que será plural o no será. La ambición del proyecto, el poco tiempo disponible para hacer un debate de la complejidad que se plantea y el difícil encaje de un líder cada vez más potente –internamente al menos– en una estructura necesariamente orgánica y participativa abren demasiados interrogantes sobre las posibilidades de éxito de este congreso.

El proceso de renovación estratégica de la CUP parece otra cosa, aunque comparable con un proceso congresual, aunque con diferencias importantes, tanto por la duración como por las formas del debate. El movimiento independentista necesita contar con una fuerza que cubra el flanco de la izquierda antisistema pero consecuente con el planteamiento de que, en nuestro contexto y hoy, sólo con la liberación nacional habrá la posibilidad de la liberación social.

La nueva fuerza independentista surgida en el panorama político catalán, Aliança Catalana, ha surgido por las graves carencias del sistema y la inacción del resto de formaciones políticas a la hora de plantear en serio toda la problemática respecto a la inmigración, encarando las consecuencias que genera en los sistemas económico, cultural, lingüístico y de los servicios públicos. Su perfil puede inscribirse en el de las fuerzas nacionalpopulistas nacidas en la UE durante las últimas décadas. Con Aliança Catalana se acaba de cubrir todo el abanico ideológico que podemos encontrar en la mayoría de los estados europeos y el movimiento independentista hará muy bien en no caer en la estrategia simple del cordón sanitario. La existencia de ese amplio abanico ideológico nos convierte en un país normal de la UE y negar la realidad no ayuda a cambiarla.

Cada vez es mayor el clamor que reclama cambios y nuevos liderazgos, a menudo con postulados simplistas que ponen en el mismo saco a todos los liderazgos de la primera etapa del Proceso. Ni parece justo ni probablemente es lo que más convenga al movimiento independentista, porque para encender fuego nuevo podemos acabar perdiendo todo lo positivo que han hecho algunos de los líderes todavía activos. Sin embargo, la posible decisión del president Puigdemont de pasar a presidir Junts puede derivar en la pérdida del papel simbólico que todavía tiene hoy como president de la República en el exilio, como presidente del movimiento del 1-O. La parte positiva de todo ello puede que el movimiento deje de buscar/esperar el liderazgo salvador y se centre en construir un proyecto nuevamente estimulante y creíble, que permita recuperar la fuerza de la gente, el verdadero motor del Proceso.

Para reanudar el camino, debemos saber extraer las principales lecciones de la primera etapa del Proceso de independencia. En los próximos tres artículos, entraremos en más detalle en el cómo debemos hacerlo en adelante, aplicando las lecciones de la primera etapa, en quiénes son los principales actores de la nueva etapa y en el cuándo podremos instaurar la República catalana y mantenerla plenamente activa en su propio territorio.

El camino hacia la independencia (2) | Cómo

Pere Pugès

El proceso de independencia cogió fuerza a partir de la Conferencia Nacional por el Estado Propio (30/04/2011), con la propuesta de creación de la ANC y la presentación de la hoja de ruta, de país, que la Asamblea adoptó como propio en su asamblea fundacional (10/03/2012). La verdadera clave de bóveda fue la adscripción exclusivamente a título personal y no como plataforma unitaria de organizaciones –políticas y sociales–, fórmula adoptada en su día por la Assemblea de Catalunya (1971-1977). Ahora, como hace 53 años, las libertades democráticas vuelven a estar en peligro, reclamamos de nuevo la amnistía y ha quedado demostrado que la autonomía no es un paso que lleve necesariamente al ejercicio del derecho de autodeterminación.

Trece años después de la Conferencia Nacional por el Estado Propio, el movimiento independentista ha quedado sin hoja de ruta y la división y el enfrentamiento tribal vuelve a ser el principal escollo para avanzar. A pesar de las muchas lecciones recibidas en estos años, no parece que hayamos sacado los aprendizajes pertinentes. A modo de titulares, quizás podemos estar de acuerdo en que las principales lecciones son:

1. La sociedad civil organizada ha sido y es la principal fuerza del movimiento independentista.

2. Ni los partidos ni las instituciones autonómicas pueden estar al frente del proceso.

3. Los estados actuales, y la Unión Europea especialmente, mantendrán su posición formal de apoyo al Estado español -haga lo que haga con relación al conflicto catalán- mientras no vean peligrar sus intereses o afecte a su estabilidad interna. Sin debilitar la posición del Estado, será difícil conseguir una correlación de fuerzas suficientemente favorable.

4. Apelar fundamentalmente a la conciencia nacional movilizó a favor de la independencia, principalmente, a la ciudadanía que se siente exclusivamente catalana o más catalana que española, y la parte de ciudadanía que se siente sólo española o más española que catalana, bien instrumentalizada, se movilizó a la contra. La población inmigrada en los últimos años, generalmente, quedó fuera de la confrontación.

5. El órgano de dirección/coordinación del movimiento debe ser diferenciado de las direcciones de los principales actores.

6. La herramienta principal es la movilización, pero las multitudinarias movilizaciones reivindicativas y festivas no han sido suficientes.

7. No podemos instaurar la República, y mantenerla, si primero no hemos creado las condiciones adecuadas para ello.

8. Necesitamos una mayoría política suficiente, pero primero debemos conseguir una mayoría social sólida.

9. Teníamos una hoja de ruta, pero no un proyecto de país, ni un proyecto de Estado. Sin este proyecto, no existirá la capacidad de movilización necesaria.

10. Sin un proyecto y una estrategia compartida por todos los actores del movimiento, nunca tendremos la fuerza necesaria para conseguir el objetivo.

Estas lecciones deberían llevarnos a acordar las principales líneas de actuación del movimiento independentista a partir de ahora. Con la pretensión de iniciar un debate sereno y sin más apriorismos que el de no caer en los mismos errores, hago estas primeras aportaciones:

1. Debemos construir un proyecto de país, con un Estado propio en forma de república, dibujando un país donde valga la pena de vivir, un país para todos, y debemos hacerlo a partir de nuestra realidad y posibilidades.

2. Este proyecto debe ser una obra colectiva, de mayores y jóvenes, de catalanes de origen y catalanes de adopción.

3. La creación de este proyecto debe ser la principal herramienta para generar una clara mayoría social favorable a su ejecución y para conseguir el apoyo real de las fuerzas realmente democráticas de las demás naciones sometidas por el Estado español.

4. Este proyecto debe ejecutarse de forma gradual, empleando todos los medios disponibles, empezando por un cambio profundo del marco mental de todos nosotros, por una democratización radical de todas las instituciones y por la regeneración de la administración municipal y autonómica, pero con el pleno convencimiento de que sólo podremos completarlo con la instauración de la República catalana.

5. En la medida en que el Estado español impida la implementación de este proyecto, los independentistas que se han convertido en escépticos, desengañados o directamente engañados volverán a incorporarse al movimiento independentista como única vía para llegar al país que necesitamos y queremos. El resto de la ciudadanía debe poder constatar el maltrato secular que, favorables o contrarios a la independencia, recibimos por parte del Estado español, para llegar a la conclusión de que sólo con un Estado propio podrán mejorar las condiciones de vida de todos nosotros.

6. Las movilizaciones se convertirán, de nuevo, en la principal herramienta del movimiento, pero deben ser el resultado de una corriente de fondo que vuelva a mostrar que la independencia es el único camino para poder construir el país que queremos y necesitamos. Por tanto, deben ser programadas para crecer gradualmente y deben tomar formas muy diversas, propositivas o reactivas según convenga en cada momento, desde las multitudinarias y puntuales que protagonizaron la primera etapa del Proceso hasta las permanentes, las sectoriales o las especiales que muestren la madurez del movimiento y su capacidad de autoorganización, respuesta y defensa.

7. En la medida en que crezca el movimiento independentista, la mayoría social irá adquiriendo la conciencia suficiente para convertirse en la mayoría política necesaria para instaurar y mantener la República catalana.

8. Esta mayoría política debe expresarse, de forma clara e inequívoca, en las urnas, ya sea mediante un referéndum acordado con el Estado español o mediante unas elecciones plebiscitarias si, como toda la historia pasada y reciente parece demostrar, no es posible la celebración del referéndum.

9. Estas elecciones pueden estar en el marco autonómico, español o europeo. Para que la lectura de los resultados sea inequívoca, sólo tiene que haber una candidatura independentista y su programa debe reducirse a un único punto: la instauración de la República catalana y el inicio del proceso constituyente si se consigue la mayoría absoluta de votos y diputados. Debe contar con el apoyo explícito de todos los partidos independentistas y la vida de esta candidatura debe acabar con la convocatoria de las primeras elecciones republicanas.

10. En los próximos años, con gobiernos socialistas en Barcelona y Madrid, servirán para comprobar la falta de voluntad real y de capacidad para cumplir con los compromisos contraídos y marcan el período de tiempo necesario para fortalecer y madurar el movimiento independentista, dotándolo de una estructura que lo haga difícilmente destructible y de una dirección, diferenciada de las direcciones públicas de partidos y entidades, aceptada por todos los actores del movimiento.

No partimos de cero, hay mucho trabajo hecho que es necesario recuperar y actualizar, pero sobre todo partimos de la constatación de que más de 2,3 millones de votantes (9-N y 1-O) y más de 2 millones en las elecciones de 2017 (en torno al 50% de los votantes en las elecciones con mayor participación de los últimos 40 años en Cataluña) han tomado partido por la independencia, y durante la primera etapa, pero todavía ahora, en las encuestas del CEO más del 50% votarían favorablemente en un referéndum acordado sobre la independencia.

En la primera etapa, se ha constatado que la gente es la principal y casi la única fuerza del movimiento. Por tanto, cualquier proyecto que quiera ser creíble debe fundamentarse en esta fuerza canalizada a través de un movimiento político de estructura líquida, flexible, ágil, capaz de hacer frente a las diferentes formas de represión que ejerce el Estado español, que se incrementará en la medida en que el movimiento avance. En consecuencia, es la gente quien debe tener el máximo poder de decisión. El resto de actores, siendo necesarios, deben estar subordinados a esta fuerza, especialmente en los momentos decisivos.

El primer paso para iniciar esta segunda etapa del proceso de independencia debe ser construir una estrategia común de todo el movimiento, un reparto de papeles adecuado a las posibilidades de cada uno de los principales actores y escoger una dirección capaz de trabajar en un escenario ya complejo de por sí y que se irá complicando a medida que el movimiento independentista vuelva a escribir el guión y marcar el ritmo de la POLÍTICA catalana, así en mayúsculas.

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Pere Pugès i Dorca es coimpulsor de la 1ª y 2ª Conferencia Nacional por el Estado propio y cofundador de la ANC.

El camino hacia la independencia (3): Quien

Pere Pugès

Después de los dos artículos anteriores -el primero trataba de analizar dónde estamos y el segundo, cómo debemos hacerlo a partir de ahora- en éste entraremos en cuáles son los principales actores del movimiento independentista, en esta segunda etapa que debemos recorrer, y cuáles serían sus papeles principales. Para tener las cosas bien claras, hay una premisa que no podemos olvidar: éste es un proyecto colectivo y no puede ser de otra forma, porque los números no engañan. Ya somos más de 8 millones de habitantes, con un censo electoral de poco más de 5,75 millones que puede incrementarse, a corto plazo, en cerca de un millón más de personas, a medida que se vaya dando la nacionalidad española a las personas llegadas de todo el mundo (lo que depende del Estado español) y que, en lugar de suponer una amenaza, debemos saber convertirlo en una oportunidad.

Ya tenemos el primer gran reto sobre la mesa: o sabemos incorporar al movimiento independentista al menos la mitad de estos nuevos votantes en las próximas elecciones o nos convertiremos -quizá definitivamente- en una minoría nacional dentro de nuestro país. Y esto ya no será cuestión de sentimientos ni de conciencia nacional de origen, esto será cuestión de futuro, proyecto de futuro con capacidad integradora. Por eso en el artículo anterior decía: “Debemos construir un proyecto de país, con un Estado propio en forma de república, dibujando un país donde valga la pena de vivir, un país para todos, y debemos hacerlo a partir de nuestra realidad y posibilidades”.

Los principales actores de la primera etapa fueron la sociedad civil organizada, los partidos políticos y las instituciones. Después de octubre de 2017 y con la ausencia de liderazgo posterior, la primera tentación es cambiar de actores, pero, si no hay papel, ningún actor salvaría una obra que ni existiría. Esto se traduce en una cuestión también básica: necesitamos el guión de la obra que queremos emprender. Necesitamos una nueva hoja de ruta. Pero ya vimos que también necesitamos algo más: que todos los actores se sientan cómodos en el papel que les corresponda. Por tanto, antes de cambiar de actores, encaremos el segundo gran reto y sepamos aprovechar el trabajo hecho, que ha sido mucho y bastante bueno, y seamos capaces de plantear una nueva hoja de ruta teniendo en cuenta las estrategias que siguen estos actores realizando las correcciones necesarias para asegurar la complementariedad y evitar las duplicidades.

Repasemos el papel de cada actor viendo las posibilidades de encajarlo en una estrategia compartida. El principal actor de la primera etapa fue, sin duda, la ANC. Fue la entidad catalizadora de toda la energía acumulada desde 2006 hasta 2012 y la que supo definir el guión y marcar el ritmo. Hoy, la ANC afronta esta nueva etapa debatiendo sobre lo que debe ser la nueva hoja de ruta del movimiento independentista a partir de ahora. Su carácter transversal y su ADN la sitúan como la única organización del movimiento con suficiente ‘auctoritas’ para proponer una hoja de ruta general, que implique a todos los actores. Una hoja de ruta que debería poner el énfasis en dos grandes ejes de actuación: trabajar para construir, desde la base, el proyecto de país del que hablábamos antes y ganar músculo para que las movilizaciones populares vuelvan a ser el condicionante del Proceso y su imagen más potente. Sin embargo, esta hoja de ruta debe partir de la constatación de que en la sociedad civil existen, afortunadamente, otras organizaciones que, por sus características, están mejor preparadas que la ANC para afrontar determinados proyectos imprescindibles para crear las condiciones adecuadas para instaurar la República catalana. Lógicamente, además, sería necesaria una adaptación de sus estatutos a las necesidades actuales del movimiento.

El segundo gran grupo de actores es el de los partidos políticos. Hoy, tenemos un abanico ideológico mejor definido que cuando empezamos el proceso de independencia, si bien el espacio central sigue siendo el escenario de los principales enfrentamientos entre los dos partidos que se lo disputan, Junts y ERC. Sería deseable que sus congresos, previstos a corto plazo, sirvieran para delimitar sus espacios ideológicos, pero todo indica que deberemos saber trabajar en un escenario de confrontación entre ellos. Si entramos en sus planteamientos estratégicos, nos daremos cuenta de que plantean estrategias complementarias en relación con el gobierno español, si bien las formas son muy diferentes. Unos, de modo querido y cada vez con mayor sentido de estado (propio), han optado por la confrontación democrática abierta, que lleva al acuerdo favorable a los intereses del movimiento independentista. Los demás han optado por una alianza estratégica de las fuerzas de izquierda de todo el Estado para conseguir la celebración de un referéndum de autodeterminación y/o la instauración de un Estado federal que amplíe y consolide las cotas de autogobierno. La primera consecuencia de ambas estrategias es el debilitamiento del Estado, por la vía de potenciar la división y enfrentamiento entre los pilares del régimen del 78.

El centro de la discordia radica en la lucha por la hegemonía política en Cataluña y en un objetivo común, recuperar el gobierno de la Generalitat, que se convierte en motivo de confrontación por la incapacidad de establecer acuerdos de coalición previa o posterior a las elecciones. El otro gran objetivo de los partidos independentistas debe ser recuperar la mayoría en el Parlament y, como consecuencia, formar un gobierno independentista cuyo objetivo principal sea aplicar políticas que aseguren el bienestar de toda la ciudadanía. Aunque parezca una salida por la tangente, la solución puede pasar por lo que también se proponía en el artículo anterior sobre la constitución de una lista de unidad cívica que tenga el apoyo de todos los partidos independentistas. Pero es necesario dar tiempo al tiempo y crear las condiciones -desde la sociedad civil- para poder hacerlo imprescindible e inevitable.

El tercer grupo de actores son las instituciones. Generalitat y ayuntamientos realizaron un trabajo extraordinario durante la primera etapa del Proceso. Y este trabajo queda, ya está hecho y no hace falta volver a hacerlo. La estrategia de “la ley a la ley” llegó hasta dónde podía llegar e, incluso, un poco más allá. Ahora ya ha quedado claro que la Generalitat, en el marco constitucional español, da para lo que da en el camino hacia la independencia, pero esto no quiere decir que el independentismo pueda renunciar a su mayoría y formar gobierno. Ocurre más o menos lo mismo con la AMI. Ya está ahí y sabemos que volverá a estar cuando sea necesario.

En el grupo de las instituciones y en la etapa de transición entre la primera y segunda etapa del proceso de independencia, ha surgido una nueva institución: el Consejo de la República. Tal y como ha ido todo, la existencia de una institución republicana fuera del Estado español es fundamental. Sus funciones parecían claras: la representación internacional de la nueva república proclamada y la construcción de la estructura institucional y del marco legal básico de la nueva república, para asegurar que no fuera necesario aplicar -ni siquiera temporalmente- el marco legal del Estado español, y así cortar de raíz el mantenimiento de sus vicios. Si bien estos objetivos ya eran los iniciales del Consejo de la República, de cuyos escasos recursos humanos, técnicos y económicos se disponía, la acumulación de responsabilidades que tuvieron que asumir los políticos exiliados en Bélgica y las rivalidades llevadas al límite entre ERC y Junts, así como la incapacidad de llegar a acuerdos estables de colaboración entre la ANC y el Consell, han generado una situación en la que se puede decir que la mejor solución implica replantear a fondo la estructura de la institución republicana en el exterior, con el objetivo de incorporar todas las fuerzas políticas y sociales del movimiento que trabajen en los dos ámbitos asignados hasta ahora al Consejo de la República.

Con una estrategia compartida y un reparto de los papeles adecuado a las necesidades del movimiento y a las posibilidades y capacidades de cada uno de los actores, la segunda etapa del proceso de independencia tiene todas las probabilidades de éxito, pero tengamos presente que el tiempo puede jugar en su contra si no resolvemos satisfactoriamente el primer gran reto planteado al principio de este artículo. Por eso, en el próximo artículo, hablaremos del ‘cuándo’.

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Pere Pugès i Dorca es coimpulsor de la Conferencia Nacional por el Estado propio y cofundador de la ANC

El camino hacia la independencia (4): Cuándo

Pere Pugès

¿Cuándo tendremos un Estado independiente en forma de República? Muy sencillo: cuando se den las condiciones adecuadas para instaurarlo y mantenerlo.

El tema es, pues, saber cuáles son estas condiciones y cómo y cuándo estaremos en disposición de instaurar la República de forma efectiva en territorio propio y de mantenerla a lo largo del tiempo. En los artículos anteriores hemos tratado de la situación de partida, del cómo y de quién. Entremos, por tanto, en las condiciones necesarias y cuándo se pueden dar.

Hay dos condiciones básicas, generalizables a todas las naciones que quieren convertirse en independientes de forma democrática: que esté de acuerdo la mayoría de la ciudadanía y lo exprese democráticamente de forma inequívoca y que el nuevo Estado sea reconocido por la comunidad internacional. La mejor forma sería por medio de un referéndum acordado entre el Estado matriz y los representantes democráticos de la nación que quiere separarse de ellos y que este referéndum fuera avalado y supervisado por los organismos internacionales donde todos los estados están representantes. En nuestro caso, la Unión Europea o la ONU podrían realizar esta función. Sería la vía directa para cumplir ambas condiciones a la vez.

Pero más de 300 años después de la guerra que nos anexionó a Castilla por la fuerza de las armas y tras el trato recibido por el Estado español, heredero de aquella Castilla que amplió sus dominios a sangre y fuego, es mejor que nos planteemos otras vías alternativas y/o complementarias para disponer de un Estado propio. Con los antecedentes recientes del 1-O y el discurso del rey español dos días después, no sólo debemos plantearnos otras opciones –unas elecciones plebiscitarias parecen la alternativa mejor–, sino que deberíamos plantearnos cómo defenderemos el hipotético triunfo en un referéndum acordado o en unas elecciones plebiscitarias.

Vayamos desgranando los pasos que hay que dar para llegar a la independencia. Ya sabemos el final del camino, pero ¿cómo asegurar que la mayoría de los votantes catalanes apoyarán la instauración de la República catalana, por una vía u otra? En primer lugar, hablamos del soporte mínimo a conseguir. Es necesaria una mayoría absoluta, como en cualquier decisión que se tome democráticamente. Dada la importancia de la decisión, difícilmente reversible como lo demuestra que ningún país que ha logrado independizarse ha vuelto a incorporarse a la metrópoli -que yo sepa-, quizás podríamos tomar el caso de Montenegro como ejemplo: allí se exigió una participación que superase el 50% del censo y una mayoría del 55% más uno. Quizás parecería más razonable invertir los términos y hablar de una participación superior al 55% y una mayoría del 50% más uno. No parece que el nivel de participación sea un gran escollo en la Cataluña actual, ni para un referéndum acordado ni para el escenario de unas elecciones plebiscitarias.

Aunque las encuestas serias siguen diciéndonos que, en el caso de un referéndum acordado, el ‘sí’ a la independencia sería mayoritario, ya sabemos que este escenario es prácticamente imposible que se produzca y, si algún día el Estado español le contempla, será para que sus encuestas les digan que el ‘no’ ganaría claramente. Contemplemos, pues, que debemos hacer para convertir en plebiscitarias unas futuras elecciones, preferentemente catalanas, pero sin descartar que puedan ser unas españolas o europeas, porque nadie nos asegura que, ante el riesgo, el Estado español no decida suspender la autonomía catalana antes de dejar que se celebren unas elecciones que puedan leerse en clave plebiscitaria.

No nos engañemos más convenciéndonos de que, tal y como estamos e incluso tal y como íbamos durante la primera etapa del Proceso, podríamos convertir unas elecciones en plebiscitarias y ganarlas fácilmente. Y no es sólo por la falta de entendimiento entre los partidos independentistas, sino también porque la evolución del comportamiento electoral desde 2010 hasta 2017 nos demuestra que, hablando de votos, la distancia entre el bloque independentista y el unionista se ha ido reduciendo a medida que aumenta la participación, hasta el punto de que el conglomerado ICV/Comunes/Podemos/Sumar se convierte en el pequeño peso que inclina la balanza hacia uno u otro lado.

La fotografía más válida la tenemos del resultado de las elecciones del 21-D de 2017, con una participación de poco más del 79% (sólo superada por un punto en las elecciones españolas de 1982). El bloque independentista tuvo 2,08 millones de votos, el bloque unionista 1,90 y los herederos de ICV tuvieron 0,32 millones. Las elecciones posteriores ya no ofrecen datos fiables porque la participación ha bajado más de 25 puntos y afecta de forma desigual a ambos bloques, especialmente al independentista. Si a esto le añadimos que el índice actual del censo electoral sobre el total de población (71,67%) es el más bajo de toda la serie (1980-2024), cuando la media es del 75,96% y el más alto es del 86,11% (1995), podemos prever que la incorporación en el censo puede aportar entre 0,35 y 1,2 millones de personas, la mayoría provenientes de las oleadas migratorias más recientes.

En un panorama así, el primer y gran reto es construir una mayoría social favorable a la independencia. Y esto requiere un ‘cómo’ muy diferente al de la primera etapa (véase el segundo artículo de esta serie), pero sin caer en el error que esto quiera decir cambiarlo todo. Toca realizar una intervención quirúrgica que ayude a extirpar los errores -algunos liderazgos incluidos-, analizar las verdaderas causas y poner los antídotos adecuados. Requiere un trabajo que no olvide en ningún momento dos objetivos diferentes, pero totalmente complementarios: demostrar a las personas que durante la primera etapa dieron el paso de votar opciones independentistas que el objetivo no sólo es necesario sino que es posible y demostrar a los nuevos catalanes que el paso de dejar su tierra en busca de un futuro mejor sólo será posible en un nuevo Estado.

La construcción de la mayoría social favorable a la independencia pasa, inexorablemente, por explicar sin tapujos el país que tenemos y por qué estamos como estamos en todos los campos (vivienda, salud, enseñanza, servicios sociales, Cercanías, sueldos, paro, precariedad laboral…), el país que necesitamos (sector a sector) y cómo podemos hacerlo posible (las razones políticas y económicas son el desatascador principal). Saber provocar la reacción lógica a estas informaciones y saber canalizarlas y convertirlas en movilizaciones y en acciones constructivas será la clave para construir esta mayoría social, pero planificar cuidadosamente la forma y el momento para convertir esta mayoría social en mayoría política será la clave de bóveda de la segunda etapa del proceso de independencia.

Es ahí cuando entran en juego las elecciones en clave plebiscitaria. Unas elecciones que se ganarán si se abre un proceso participativo para construir una candidatura de unidad civil y política, de abajo a arriba, que convierte esta mayoría social en una mayoría política que se exprese en las urnas.

Cómo construir esta candidatura hace necesario acabar la serie con un quinto artículo. Un quinto artículo que apuntará los principales elementos que se tendrán que considerar en la fase del desenlace, después de instaurar la República catalana, en el proceso constituyente y, una vez aprobadas las constituciones catalanas, el proceso a seguir para el reconocimiento internacional del nuevo Estado.

Como decía al principio, la independencia llegará cuando hayamos creado las condiciones adecuadas para instaurar la República y mantenerla. El momento no llegará nunca si no lo provocamos y sabemos cómo actuar, con las mínimas improvisaciones necesarias.

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Pere Pugès i Dorca es coimpulsor de la Conferencia Nacional por el Estado propio y cofundador de la ANC

El camino hacia la independencia (y 5): El embate definitivo

Pere Pugès

Este artículo cierra la serie comenzada con el artículo ‘Dónde estamos’ y seguida por los que llevaban el título de ‘Cómo’, ‘Quién’ y ‘Cuándo’. En cinco semanas he intentado dibujar el camino hacia la independencia en una segunda etapa en la que muchos indicadores nos dicen que estamos empezando.

Una segunda etapa que debe centrarse en construir una mayoría social que se dé cuenta de que, sin un Estado propio, las posibilidades de progreso social, político, cultural y económico se reducen al mínimo. Por tanto –aprovechando un momento determinado– esta mayoría social debe convertirse en mayoría política y decidir su futuro, el de sus hijos y nietos, en definitiva el futuro del país. Y este momento debe provocarse y, por tanto, prepararse.

Estamos en una etapa convulsa donde el proceso de independencia no es una causa sino una consecuencia, como reacción a una situación global que está cambiando, negativamente, las condiciones de vida de prácticamente toda la población catalana, sea cual sea su origen nacional.

Si formáramos parte de un Estado que aplicara los principios democráticos de los que se jacta, podríamos creer que acabaríamos celebrando un referéndum de autodeterminación como han autorizado otros países realmente democráticos (Canadá, Reino Unido, Francia…), pero tenemos suficientes muestras -históricas y recientes- que esto parece inviable por completo. Pese al aparente debilitamiento del independentismo, el voto favorable en un referéndum acordado tiene una ventaja sustancial en las encuestas, las que se publican y las que no. Si el trato que recibimos de este Estado fuera otro, podríamos poner paciencia e ir insistiendo, pero los indicadores sobre el bienestar de la mayor parte de la ciudadanía catalana y sobre el futuro de los principales elementos que conforman nuestro país (lengua, cultura, economía…) hacen que tengamos prisa, mucha prisa, por tener nuestro Estado propio.

Por tanto, sólo tenemos una vía, necesariamente democrática, para demostrar que queremos tener nuestro propio Estado: una mayoría política, expresada en las urnas. Las lecciones aprendidas en la primera etapa y, sobre todo, las aprendidas en este largo y tortuoso período que va de octubre de 2017 hasta ahora, nos enseñan que será tan importante convertir unas elecciones en plebiscitarias como preparar la defensa de la nueva legalidad en el caso de ganarlas y, en consecuencia, instaurar la República catalana. Pero esto último debe hacerse sin meter ruido, con toda la discreción necesaria para poder ser efectivo. Por tanto, nos centraremos en las elecciones plebiscitarias.

¿Cuáles? Las que tengan una lectura inequívoca. Por tanto, descartamos las municipales. Con la diversidad de opciones independentistas, el precedente de 1931 no nos sirve. Parece evidente que las elecciones catalanas serían el marco ideal (y hay que trabajar en este horizonte) pero, no podemos descartar las españolas (sería la suma de los resultados de las cuatro circunscripciones catalanas) ni las europeas (a pesar de la circunscripción única de todo el Estado) español, los resultados se conocen por provincias y, al mismo tiempo, permitirían conocer el apoyo en el resto del Estado, especialmente en el País Valenciano y las Islas). Centrándonos en las catalanas el horizonte de 2027 puede ser un plazo razonable, con el fin de la legislatura española actual y un gobierno socialista en Cataluña que podría quedarse sin los apoyos necesarios para mantenerse. En cualquier caso, sería relativamente fácil trasladar las propuestas a cualquiera de las otras dos opciones en el caso, más que probable, de que se interviniera nuevamente la autonomía catalana para evitar unas elecciones si las encuestas anunciaran la posibilidad de una mayoría absoluta independentista.

Ahora, el principal problema proviene más del interior del movimiento independentista que de las circunstancias externas. No hace falta insistir en las luchas fratricidas entre partidos, pero éste es el principal escollo, ya que para asegurar una lectura inequívoca de los resultados sólo tiene que haber una candidatura independentista que, en su programa, plantee la lectura plebiscitaria de las elecciones y proponga un único punto: la inmediata instauración de la República catalana si esta candidatura recibe el apoyo de la mayoría absoluta de votantes. Y cuidado de no cometer el mismo error que en 2015: los votos en contra serán los de los partidos que se opongan a la independencia y los que no se definan, deben ser contabilizados como abstención (en clave plebiscitaria).

Para conseguir una lista que sea reconocida por todo el mundo como su lista, será necesario contentar a todas las partes, fundamentalmente votantes y partidos. La mayoría de votantes, críticos con los partidos, estarán encantados con unas elecciones primarias para elegir los candidatos, y si estas elecciones se hacen por circunscripciones pequeñas, de proximidad, definidas por un número similar de votantes (por ejemplo, regionales, comarcales o municipales -en Barcelona, ​​de distrito), y los candidatos se comprometen a abrir una oficina electoral en el territorio que representen y, además, pueden ser revocados en el caso de incumplimiento de sus compromisos electorales, seguro que ningún voto independentista se quedará en casa.

¿Y los partidos? Los partidos podrían presentar sus candidatos en cada circunscripción, compitiendo con independientes. Podrían formar una coalición para dar cobertura legal y mediática (el reparto del tiempo en los medios públicos es importante) a esta candidatura y podrían nombrar los candidatos de reserva, por si no se logra el objetivo y se entra en una legislatura normal. En este caso, los electos escogidos podrían (¿deberían?) presentar su renuncia al escaño. Y una parte nada menor: al ser una coalición, los partidos se repartirán las asignaciones económicas según los resultados obtenidos. Parece una operación de ganancia-ganancia que debería profundizarse. Tenemos tiempo para ello, porque esto sólo debe formar parte de uno de los proyectos para conseguir las condiciones adecuadas para instaurar la República. (No estaría mal tramitar una ILP en esta línea para ver si el Parlament de Catalunya está pleno de patriotas que quieren la mejor ley electoral para su país). Sea así, o no, nada impide confeccionar una candidatura siguiendo este planteamiento y después adaptar la composición definitiva de la lista a la impuesta, anacrónica y nefasta estructura provincial.

El Parlamento surgido de unas elecciones plebiscitarias debería constituirse en Asamblea Nacional provisional, con carácter constituyente, y tener como primer objetivo la confección de un proyecto de Constituciones Catalanas que se someta a referéndum, para pasar posteriormente a la disolución de la asamblea constituyente y convocar las primeras elecciones de la República.

Si el proyecto constitucional está preparado y debatido por la población en el período previo a la instauración de la República, el proceso constituyente puede ser relativamente rápido, -¿de 8 a 12 meses?– y tener construida la definitiva estructura institucional de la República pocos meses después. Si el país ha sabido defender la nueva legalidad y todo funciona con cierta normalidad durante el proceso constituyente, habrá llegado el momento de pedir y recibir los primeros reconocimientos internacionales e instar al gobierno español a negociar el reparto de activos y pasivos. Pero no nos precipitamos. Vayamos paso a paso y avancemos con solidez, mostrando y demostrando que hemos aprendido las lecciones de la primera etapa.

Queda mucho camino por recorrer y hay que reanudar la ruta. Los procesos congresuales de los partidos, la celebración, de la 2ª Conferencia nacional por el Estado propio el próximo 10 de noviembre (www.mxi.cat) y la celebración de la Asamblea General Extraordinaria de la ANC, el próximo mes de enero, para aprobar su nueva hoja de ruta deben servir para reagrupar fuerzas y acordar una estrategia compartida.

Será difícil, cometeremos errores, pero lo conseguiremos porque como decía el subtítulo del libro ‘Moments estelars de Catalunya’ (Joan Bosch, La Campana), «Lo consiguieron porque no sabían que era imposible».

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Pere Pugès i Dorca es co-impulsor de la Conferencia Nacional por el Estado propio y co-fundador de la ANC