El Día Mundial del Agua se celebra cada 22 de marzo con el objetivo de llamar la atención sobre la importancia de este elemento y también para defender la gestión sostenible de los recursos hídricos. El Día Mundial del Agua es una iniciativa de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la UNESCO, la WWF (World Wildlife Foundation) y el Consejo Mundial del Agua. Juntas, estas organizaciones trabajan por un gran objetivo, que no es otro que asegurarse de que todas las personas del mundo tengan acceso a agua limpia y segura para 2030. Y conseguirlo sin dañar al medio ambiente.
Por eso, este año 2023 el lema es La importancia del agua, como premisa para recordar la relevancia del agua dulce a la que todavía cerca de 2.200 millones de personas no pueden acceder.
La sociedad siente con enorme preocupación los efectos de la gestión del agua, especialmente en momentos de sequías e inundaciones, pero muchas veces sin tener en cuenta la contaminación que generamos en los cursos de agua. Y, para ello, es fundamental empapar a la sociedad con la llamada nueva cultura del agua, que nos asegure un uso sostenible de la misma y resiliencia frente a los impactos que nos está ocasionando y ocasionará la crisis climática. Los recursos hídricos se reducirán de forma importante con el cambio climático, y en consecuencia la gestión del agua debe continuar con los esfuerzos de reducción del consumo, así como todos los usos deben adaptar su tamaño a los recursos disponibles. La restauración de los ríos y los ecosistemas hídricos deben ser una prioridad para que uno de los valores de nuestra sociedad vuelva a ser el agua es vida.
Javier Martínez Gil, catedrático de Geodinámica e Hidrogeología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza y padre de la nueva cultura del agua, es el creador del concepto fluviofelicidad. El profesor Javier Martínez Gil vino a decir acerca de este concepto que “a mí –que me gusta inventar palabras que describen emociones y expresan por sí mismas toda una filosofía–, me pareció oportuno dar un nombre a ese estado emocional tan especial producido por el descubrimiento de la grandeza sublime que encierra un río. Y ese nombre fue fluviofelicidad. La experiencia fluviofeliz nos permite conocer y sentir los ríos por dentro, viajando con sus aguas sobre una piragua. El testimonio de gentes que han vivido esa experiencia invita al lector a descubrir un mundo fascinante, que llega al corazón, y que permite comprender la necesidad de instaurar no sólo una nueva cultura del agua, sino también de la vida, desde un sentido del progreso y del bienestar diferentes de los actuales”.
Este planteamiento invita a reflexionar sobre la necesidad de una gestión y uso sostenible del más preciado recurso natural, de manera que tratemos de alcanzar un grado de equilibrio entre los usos económico-productivos y los valores intangibles, simbólicos, culturales, lúdicos, emotivos, sensoriales y, por supuesto, los valores ambientales del agua.
La nueva cultura del agua no es más que la actualización a los valores, requerimientos, problemas y tecnologías de nuestra sociedad de la antigua cultura del agua que ha permitido, a lo largo de los siglos, atender las necesidades de la sociedad manteniendo los equilibrios vitales, rotos a lo largo del siglo XX en que creíamos prescindir de sentirnos naturaleza y convivir con ella.
En el caso de Navarra, la disposición y distribución de recursos hídricos varía sensiblemente de forma geográfica y estacional. Y la crisis climática va a complicar mucho más la situación y se le acusa de estar en el origen de las sequías más frecuentes. También ha intensificado las inundaciones, con los impactos que ocasionan desde el punto de vista social, económico y medioambiental.
El último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPPC) prevé que la temperatura de media del planeta ascenderá entre 1,8 y 4ºC para el año 2100 (tomando como referencia la temperatura media del período 1980-2000), y aumentarán los fenómenos meteorológicos extremos, como sequías e inundaciones, entre otras cuestiones.
Estas y otras consecuencias también afectarán a los recursos hídricos de Europa, que interactúan, a su vez, en un amplio espectro de ámbitos: económico, social, político…De este modo, el agua resulta vital para la salud pública, el medio ambiente, la biodiversidad, la industria y la navegación.
Navarra no es ajena a esta situación. Es por ello por lo que resulta necesario adaptar la gestión de los recursos hídricos a los impactos esperados en el futuro. Las consecuencias del aumento global de las temperaturas sobre los recursos hídricos no sólo se refieren al espectro puramente meteorológico, sino que también afectarán a la calidad del agua.
A la hora de arbitrar una estrategia de respuesta, es fundamental acentuar las políticas de mitigación y adaptación, que son los dos pilares en que se basa la lucha contra el cambio climático. Pero, también, el ciclo integral del agua urbana debe continuar con los esfuerzos de reducción del consumo, el regadío debe adaptar su tamaño a los recursos disponibles y todos los usos tienen que reducir radicalmente la contaminación que vierten a las aguas; la aplicación de métodos para reducción de pérdidas en los sistemas de aguas aplicables por parte, tanto de las empresas gestoras, como de los usuarios; la mejora de la depuración de las aguas y la aplicación de técnicas de drenaje urbano sostenible que naturalicen nuestras ciudades y municipios que nos hagan más resilientes frente a las inundaciones.
Avanzar en estos aspectos de la gestión del agua será clave para hacer un uso sostenible de los recursos hídricos ante los impactos que ocasionará el cambio climático. En este sentido, la solución no puede venir de continuar haciendo más de lo mismo.
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