La reciente celebración en México del Foro mundial del agua, nos debe hacer reflexionar sobre un conflicto de trascendental importancia para el futuro de la humanidad. Tanto el BM, como el FMI y el propio WWC (consejo mundial del agua, formado por 300 representantes del banco mundial) han optado descaradamente por la privatización.
La Bechtel, Edison, la francesa Suez y Nestlé, Coca-cola y otras multinacionales, ahora “ladrones del agua”, siguen su criminal metodología de usurpar bienes comunes. Bajo su codicia, el mapa del hambre se despliega de día en día. El BM, es bien sabido, condiciona la ayuda a los países pobres a la privatización del líquido. Se calcula que de 6.000 millones de habitantes, 1.500 no tienen acceso al agua y 4.000 carecen de saneamientos adecuados.
Los países ricos, es un hecho, despilfarran este elemento cada día más escaso. Pongamos por caso, por lo que de cerca nos toca, el Estado español. Mientras en toda Euskalherría, con un clima húmedo, existen 11 campos de golf (¿no son demasiados?), tan sólo Málaga registra 24, con sus respectivas urbanizaciones. Las mismas consideraciones podríamos hacer con Alicante, 12, Madrid, 29 (que consumirían como una ciudad de 300.000 habitantes), o los 23 de Barcelona, por establecer algunos ejemplos.
No nos detendremos a analizar la especulación inmobiliaria (encarecimiento de un 30% como mínimo del terreno edificable colindante) y el consumo que suponen las urbanizaciones del entorno de estos campos. Lo cierto es, que como afirman geólogos, ecologistas y biólogos cualificados, el avance de la desertización en el Estado español es dramático e ineluctable: destrucción de cuencas, valles (por presas devastadoras como las de Itoiz), acuíferos, flora y fauna autóctonas, suelos…
Pero la avaricia y la brutal inconsciencia de financieras y constructoras no cesan, porque los proyectos de nuevos campos glamurosos se amontonan en sus mesas. No olvidemos tampoco los miles de hectáreas ilegales que se están dedicando a cultivos absolutamente improcedentes. Y, por supuesto, apuntemos que el mastodóntico desarrollo de urbanizaciones está quebrando el equilibrio de las cuencas hidrológicas. Por todo esto ya se está hablando de una catástrofe ambiental sin precedentes. ¿De dónde piensan extraer tanta agua? ¿Nos llamarán insolidarios a los del norte si no inundamos nuestros valles para satisfacer sus intereses inconfesables?
A nivel planetario, tratar de compendiar las agresiones de los agentes de la globalización en este terreno resultaría prolijo y eterno, pero ahí están. Baste con decir que la monopolización de los bienes comunes por las multinacionales (materias energéticas, minerales, el agro, ahora el agua…), está suponiendo una tragedia para la humanidad. Conlleva guerras, genocidios, hambrunas, destrucción de selvas y paisajes… Digámoslo alto y claro: o los pueblos desmantelan las multinacionales, o éstas desmantelarán los pueblos. Y sabemos que no es sencillo puesto que multinacionales y Estados fornican juntos.
Los países ricos, con una frivolidad alarmante, pasamos de la problemática del agua. Según el investigador Andrés Barreda, existe “un metabolismo de saqueo, contaminación, desperdicio y manejo insustentable del agua en nuestras ciudades”. Perspectiva que se ve agravada por el cambio climático.
La ONU señala que el acceso al agua, aunque sea un derecho humano, no significa que deba ser gratis, excepto para los que no la pueden pagar. No es poco esta declaración, teniendo en cuenta la bandada de buitres que atosigan al organismo.
Algunos pueblos indígenas lo tienen más claro, porque para ellos el líquido es como la sangre de la Pacha Mama. Pacosillo Hilari gritaba con lágrimas: “nuestros gobiernos han vendido a las multinacionales el lago Titicaca, a precio de gallina muerta”. No es de extrañar la conciencia del pueblo quechua y aimará. Oscar Oliveira, actor clave en la guerra por el agua en Cochabamba, advertía: “las trasnacionales intentan poner un modelo de saqueo de manera dosificada, y nos hacen pobres; pero no nacemos así, ellas nos han empobrecido”.
Abel Mamani, ministro del agua de Bolivia, afirma que “la privatización del agua representa no solo la destrucción de los pueblos pobres, sino la aplicación de medidas depredadoras como establecer fichas de prepago para su abastecimiento o el cierre de grifos con candados para evitar que los que tienen escaso recursos la “roben”.
Sabemos que la obsesión de la mafia multinacional es la construcción de plantas embotelladoras. Conocemos igualmente que el mandato del CMA (consejo mundial del agua) es la privatización y mercantilización del agua. No ignoramos que, entre muchos otros (ENDESA sin ir más lejos ha adquirido gran parte de los sistemas fluviales de Chile), EEUU tiene los ojos puestos en los glaciares de la Patagonia o en el acuífero Guaraní. Son infinidad los enclaves de “oro azul”, a lo largo y ancho de nuestro planeta, que se sienten amenazados por la garra del gigante yanqui.
El ex vicepresidente del BM anunciaba que el agua sería la principal causa de guerras en el s. XXI. ¿No es algo que subyace en el conflicto palestino israelí? Y en otros muchos, evidentemente.
Maude Barlow, activista contra “los cazadores de agua” y presidenta de Council of Canadiens, organismo dedicado a la defensa del agua, nos alienta a “convertirnos en vigilantes del mundo, porque no queremos que se privatice el agua ni se convierta en una mercancía”. Pobre o ricos, afirma Danielle Mitterrand, la defensa del recurso es un tema que nos concierne a todos.
Hay que plantear el agua como un derecho universal y como un bien público; está claro. Esto supone que tanto su distribución como su saneamiento han de ser competencia de la soberanía de los pueblos. A su vez, comporta unos gastos de financiación, que muchos pueblos empobrecidos en este momento tal vez no puedan sobrellevar. Ahí es donde fundamentalmente se han de orientar las ayudas de los países ricos.
De los 100 millones de dólares que estos países gastaron en agua embotellada en 2005, tan sólo la mitad hubiera sido suficiente para que cada ser humano tuviera agua potable.
Pero el FMA, digámoslo una vez más, no representa la voz de los pobres. La amplia mayoría de organizaciones sociales y comunitarias, los movimientos sociales de colonos y campesinos, estaban excluidos de este foro mundial de México, a fin de que no tomaran decisiones (la participación en este Foro costaba 600 €). Como es habitual en estos casos, se creó un foro alternativo, el foro de los pobres y la antiglobalización. El foro de la esperanza, diría yo. Allí se reclamó como derecho humano y principio irrenunciable la soberanía del agua por parte de todos los estados y fundamentalmente de los pueblos más pobres de la tierra. Se trató de consolidar un movimiento mundial en contra de las multinacionales, en el que el protagonismo lo lleven los pobres.
Esta soberanía ha de contemplar, como acción prioritaria, que el erario público financie y mantenga las redes de distribución y el máximo nivel de saneamiento. Hasta el propio Loich Fauchon, presidente del CMA, reconocía que destinar el 5% de la deuda pública (sobre todo en determinados países) era una limosna y un gran error económico, y que ese recurso requería más dinero. Es la sociedad la que ha de concienciarse (como lo están haciendo los pueblos indígenas) para decidir si el manejo del agua y su servicio ha de ser público o privado.
Digamos que el manejo del agua exige inteligencia y razón, pero ante todo corazón y solidaridad. Afirmemos que la soberanía del agua puede ser la soberanía de los pueblos. Entendamos que esta humanidad se juega no solo un futuro más luminoso, sino incluso la supervivencia. Admitamos que la garantía del futuro de la tierra está en ganar el reto a las multinacionales… De no superar este desafío, gran parte de la humanidad no tendrá más agua que la de sus propias lágrimas. O, lo que es peor, el agua amarga de los mares para los cayucos de la emigración, con la incertidumbre de si se toparán con algún mínimo oasis o con la muerte.