El día 3 de marzo, Laura Borràs, ex consejera de Cultura de Cataluña y actual diputada en el Congreso español, fue víctima en Madrid de un acoso fascista, xenófobo y machista por parte de policías de ese país a través de su sindicato Jusapol, un sindicato que representa indistintamente a la policía española y a la Guardia Civil. La insultaron violentamente como mujer, como independentista y como catalana, con gritos como «puta catalana», ante la impasibilidad de los agentes de policía del Congreso que tenían la obligación de protegerla. Estos, sin embargo, no sólo se negaron, sino que se burlaron de ella diciéndole socarronamente: «¿Por qué quieres protección, si son policías?». Y es que aquí es donde reside la gravedad del acoso, en el hecho de que los acosadores, los fascistas, xenófobos y machistas que la agredían verbalmente eran policías.
A raíz de esto, ha habido varios tertulianos mediáticos que no sólo no han reprobado este comportamiento, tanto de los policías que iban de paisano como de los uniformados, sino que lo han equiparado a los abucheos que la ciudadanía catalana dedica a los partidos de ultraderecha, como PP y Ciudadanos, haciendo uso de la libertad de expresión. Según estos tertulianos, en todas partes cuecen habas y, por tanto, Borràs debería callar porque los policías tienen el mismo derecho que la ciudadanía a insultarla. Patético, ¿verdad? Sí, pero es todo lo que da de sí el cociente intelectual del ultranacionalismo español. La señora doña Astrid Barrio, por ejemplo, hizo este comentario en Twitter y Cataluña Radio: «Qué diferentes se ven las cosas cuando los manifestantes no son de los tuyos y estás en el otro lado de la barrera».
Es un comentario de una vileza extraordinaria y hace falta mucha maldad para hacerlo, porque proviene de alguien que no se presenta como ignorante sino que lo hace en su condición de «profesora de ciencia política en la Universidad de Valencia». Me pregunto qué valores democráticos y humanísticos puede impartir alguien con una ideología tan totalitaria. Dicen, sin embargo, que en este mundo tiene que haber de todo, y es verdad. A menudo hay personas en el lugar más inapropiado. Es el mismo caso de Andrés Betancor en la UPF.
La maniobra de comparar la agresión mencionada de los cuerpos policiales con el derecho de manifestación de la ciudadanía, incluido el derecho de abuchear a representantes políticos, repugna a todo demócrata por dos razones: una, porque la policía no es ciudadanía; y dos, porque si hay alguien que no tiene ningún derecho a vejar, insultar o burlarse es la policía. No puede hacerlo nunca, en ninguna circunstancia. Salvo, claro, que sea policía española. Ya hemos visto que los procedimientos de la policía y de los tribunales españoles se estrellan frontalmente contra el derecho internacional.
El acoso a Laura Borràs, como digo, fue un acto fascista, xenófobo y machista. Fascista, porque sólo el fascismo puede llegar al extremo de violar los principios que toda policía democrática debe respetar. Ellos no lo hicieron, degradaron al Estado y a los cuerpos a los que pertenecen y se degradaron a sí mismos. Xenófobo y machista, porque la señora Borràs fue agredida por su identidad catalana y por su condición de mujer. Tres factores -sería suficiente uno- para que la fiscalía española interviniera de inmediato. No lo hará, sin embargo. No lo hará porque España es un Estado dictatorial, un Estado que viola los derechos humanos y la fiscalía no es más que uno de sus brazos ejecutores. Basta con mirar su odio visceral y patológico al independentismo y las barbaridades que ha cometido, que está cometiendo y que está dispuesto a cometer en este sentido.
En cuanto a los agentes policiales que se negaron a proteger a Laura Borràs, el hecho es igual o más grave. Más grave, de hecho. Más grave, porque no cumplieron con su deber, que es el de proteger; más grave, porque con su negativa apoyaron a los agresores; más grave, porque llegaron al extremo de burlarse de la víctima; más grave, porque disfrutaron de la agresión; y más grave, porque con su comportamiento demostraron que tenían la misma ideología de ultraderecha y ultranacionalista que los agresores. Pero no pasará nada, absolutamente nada. ¿Por qué? Pues porque Franco, si levantara la cabeza, se sentiría bastante a gusto hoy. Diría: “Somos el fascismo más longevo de Europa: este 1 de abril celebraremos los 81 años que llevamos gobernando España”.
RACÓ CATALÀ