El 8-N, el 9-N y el 10-N

Desde que se lo oí decir a Anna Cabré en una conferencia en el Instituto de Estudios Catalanes, lo he usado repetidamente. La directora del Instituto Catalán de Demografía afirmaba que, a diferencia de lo que había sido habitual, en estos momentos le era más fácil hacer pronósticos a 25 años que a cinco años vista. Pues bien: en cuanto a los cambios políticos pasa exactamente lo mismo pero acortando los períodos. Es más fácil saber qué pasará dentro de dos años que dentro de cinco meses. Vamos: que es más difícil saber con certeza si haremos la consulta el 9 de noviembre de este año que pronosticó que en 2016 Cataluña será un estado independiente. Porque esta es la gran pregunta del momento: ¿habrá consulta, el 9 de noviembre? Pues bien: este es mi ensayo de respuesta.

De entrada, creo que es necesario que pongamos todas las esperanzas en la consulta del 9-N y sumemos todas las voluntades posibles. Sabemos que tendremos la ley de consultas aprobada por el Parlamento que definirá una legalidad propia, y que el presidente Artur Mas firmará su convocatoria. Asimismo, sabemos que el acompañamiento popular que obtendrá esta decisión se expresará con contundencia. Hasta aquí las certezas, porque dependen de nosotros. Hacer ‘como si’ siempre nos ha dado buenos resultados. Además, cuando se inicia una ascensión a un pico tan alto como éste, aunque se hayan previsto las inclemencias, al arranque del camino hay que concentrarse en el espíritu de victoria. Y el Once de Septiembre estaremos en el campo base.

La máxima incertidumbre respecto a la consulta se sitúa al otro lado: nadie sabe qué tiene previsto hacer el Gobierno español y las instituciones del Estado. Sin embargo, hay algunos datos objetivos que reducen el alcance de las dudas. Por un lado, es una evidencia que a pesar de que desde hace tiempo se suceden las amenazas y las insinuaciones de intervención, de hecho no ha pasado nada. Primero se dijo que si se cumplía el desafío de establecer una fecha y pregunta, habría reacción airada en Madrid. Después, que esperaban al día siguiente de las elecciones europeas. Después, que una vez hecho el cambio de rey… Y nada de nada. El tiempo se acorta, la desconexión catalana crece, y ellos no saben cómo actuar para pararlo sin que se les vuelva en contra. Les veo muy agobiados.

Por otra parte, también hace tiempo que los que viven del puente aéreo -entendedme: los que tienen intereses en que todo siga igual- anuncian ofertas y pactos irresistibles. Quien tiene hambre, sueña pan. Me faltan dedos de las manos para contar las veces que en los últimos dos años se ha dado por hecho que habría una oferta, y me sobran para contar cuántos minutos han tardado en desmentirlo los que debían hacerlo. El unionismo todavía cree que la solución al problema catalán se resolverá en una reunión a puerta cerrada entre élites económicas y políticas. Y la respuesta que les pone enfermos es que Mas les diga que ahora ya todo pasa por una consulta directa a los catalanes. Esta es la gran ruptura con los poderes fácticos catalano-españoles que tradicionalmente resolvían los problemas con una llamada y dos cenas, ya que parece que son ciegas tanto las fuerzas vivas españolas como -hay que decirlo- algunas anticonvergentes recalcitrantes.

He dicho que la máxima incertidumbre se situaba al otro lado, y que vista su inacción y falta de propuestas, la hipótesis más verosímil es que no sepan cómo detener el 9-N y tengan que dejarlo pasar, eso sí, descalificándolo y despreciándolo con grandes gesticulaciones. Ahora bien, también debo añadir que creo que el máximo riesgo estará en las decisiones que tomen los partidos catalanes, muy particularmente si no actúan de manera acordada. Cuanto más se acerca el 9-N, menos me preocupa el 8-N español y más me preocupa el 10-N catalán.

ARA