El régimen egipcio amenaza con ordenar al ejército que reprima las protestas
Ahora que está en juego el futuro de Egipto, los debates políticos de todo el mundo están dominados por el papel de los Hermanos Musulmanes, el más poderoso de todos los grupos opositores. En las últimas cuatro décadas, los Hermanos Musulmanes han luchado por situarse como un gran movimiento político confesional centrista. En los actuales acontecimientos sociales egipcios, han reforzado esa posición centrista, reconociendo el importante papel de la juventud en la organización de las protestas, pidiendo la unión de todos los grupos opositores contra el régimen de Mubarak y nombrando al laico Mohamed el Baradei como principal representante del levantamiento.
Un repaso histórico de los Hermanos Musulmanes pone de manifiesto lo mucho que ha evolucionado el grupo para mantener esa posición fuerte y viable en el país.
Los Hermanos Musulmanes fueron fundados en 1928 por el destacado maestro de escuela egipcio Hasan al Banna. A finales de la década de 1940, tenían ya más de medio millón de miembros activos gracias a tres causas principales: la lucha contra el colonialismo británico, la resistencia a la creación de un Estado judío en Palestina y el combate contra la corrupción en Egipto. En la actualidad es el movimiento opositor más poderoso de Egipto y ha inspirado los movimientos islamistas de todo el mundo.
Aunque se suponía que era una asociación religiosa y apolítica, en la década de 1930, Al Banna creó una rama militar que llevó a cabo múltiples operaciones armadas contra eminentes dirigentes políticos y jueces en Egipto. En 1948, fue asesinado el primer ministro Mahmud Nokrashy. Como consecuencia de ello, los servicios de seguridad mataron a Al Banna, lo cual dio lugar a una división en el seno de los Hermanos entre las ramas política y militar.
Con todo, la monarquía apoyada por los británicos siguió siendo el principal objetivo de los Hermanos. La organización respaldó a los oficiales del ejército (entre ellos, Gamal Abdel Naser) que dirigieron la revolución de los oficiales libres de 1952 y derrocaron la monarquía. Dicha alianza táctica no duró más de unos cuantos meses. Ambos bandos tenían objetivos políticos divergentes: los Hermanos creían en el establecimiento de un Estado coránico, mientras que los oficiales creían en el establecimiento de un Estado nacionalista y laico. De todos modos, chocaron en el ámbito de la política y el poder, no en el de la religión. El intento de asesinato del propio Naser condujo a una brutal represión de los Hermanos y al encarcelamiento de Sayyid Qutb, uno de sus principales ideólogos. Naser hizo ahorcar a Qutb en 1966 y encendió con ello la chispa del movimiento yihadista. Un año después de la muerte de Qutb, Ayman al Zauahiri, por aquel entonces un adolescente, creó en su escuela una célula yihadista e invitó a unirse a ella a unos cuantos amigos. Con el tiempo se convirtió y lo sigue siendo hasta el día de hoy en uno de los dirigentes más destacados de Al Qaeda.
En los años setenta, los Hermanos Musulmanes se dieron cuenta de que su supervivencia estaba amenazada por la extremada posición militarista adoptada tres décadas antes y, aprendiendo de sus traumáticas experiencias, buscaron reposicionarse como amplio movimiento político confesional de centro. Esta es la nueva posición que ha mantenido hasta el día de hoy y la que ha salvado al grupo de un colapso total. Por tanto, no es posible entender plenamente la importancia de la situación actual de los Hermanos sin una referencia a ese pasado violento.
La prohibición de los Hermanos Musulmanes sigue vigente hoy en día, pero la postura de moderación política les permitió participar en las últimas elecciones. También les ha permitido hacerlo en las actuales conversaciones entre el ejército y la oposición, después de que el general Omar Suleiman, recién nombrado vicepresidente, los invitara a tomar parte en las negociaciones. Para los Hermanos esa participación representa un cambio importante respecto al modo en que el régimen percibe a la oposición.
Estados Unidos está desempeñando un papel fundamental a la hora de lograr que el ejército egipcio dialogue con los múltiples sectores de la oposición. El ejército desea afirmar su control, pero también garantizar una transición ordenada y pacífica. Los generales están intentando enviar dos claros mensajes a la población: que el ejército es la institución nacional más respetada y que se está distanciando del régimen de Mubarak. Mubarak afirma estar harto, pero preocupado de que se produzca un vacío en la seguridad y un estallido de la violencia si abandona el poder.
Es evidente que el ejército llenará ese vacío, aunque sigue intentando entenderse con la multifacética oposición. La oposición, por su parte, se enfrenta a grandes desafíos. Se ha visto históricamente muy fragmentada por cuestiones ideológicas y personales. Todos los partidos han padecido grandes divisiones por las fuertes personalidades que los controlaban. En este sentido, los Hermanos Musulmanes han sido la única excepción; y, por ello, la única oposición social y política viable capaz de movilizar a un millón de personas y obtener un mínimo del 25% de los escaños parlamentarios.
El régimen consiguió controlar el país mientras la oposición se encontró profundamente fragmentada, y no dejó de acosar de forma persistente a los Hermanos. Sin embargo, las cosas han cambiado en los últimos 18 meses. La oposición, aunque dividida, ha encontrado un objetivo común en el derrocamiento de Mubarak y lo ha llevado unida a las negociaciones.
Lo cierto es que muchos miembros de la oposición han empezado a preocuparse de las intenciones últimas de los Hermanos. Son conscientes, sin lugar a dudas, de que participan en las negociaciones con la intención primaria de entrar en el terreno de la política. Sin embargo, recelan de que esa intención oculte posibles objetivos oportunistas y la capacidad de hacer tratos encubiertos, incluso con el odiado régimen de Mubarak.
Los Hermanos Musulmanes no son los responsables del actual levantamiento, y ellos lo saben. La punta de lanza de la revuelta contra el statu quo es la clase media acuciada por los problemas económicos. Si bien constituyen el grupo opositor más poderoso y organizado, los Hermanos saben que los demás grupos, y en especial los juveniles, pueden inclinar el poder en favor de El Baradei o de otras figuras, como el disidente de tendencia liberal Ayman Nur o como Amro Musa, secretario general de la Liga Árabe y un político popular en Egipto. Así que la situación es fluida e incierta.
Mohamed el Baradei, en especial, tiene grandes posibilidades de dirigir la oposición. Ya ha logrado superar las grandes divisiones existentes entre los diferentes grupos opositores; ha prometido a los Hermanos Musulmanes que serían legalizados e integrados como un grupo político más; y ha recibido el visto bueno para representar a la oposición (incluidos los Hermanos) en las conversaciones con el régimen. Los Hermanos, por su parte, con una nueva generación de jóvenes dirigentes, han recorrido un largo camino hasta reconocer la necesidad de cooperar con otros grupos opositores. Además, ahora saben que el pueblo egipcio está muy comprometido con la política. Lo que antes era una mayoría silenciosa se ha vuelto ahora activa y locuaz. Quizá no esté tan organizada ni institucionalizada como los Hermanos Musulmanes, pero lo que vemos en las calles es un movimiento eficaz y efervescente en el que también hay ciudadanos de clase media: centristas, estudiantes, activistas y profesionales.
Esa es la nueva fuerza que decidirá qué grupo opositor acabará destacando sobre los demás. Necesitamos que la mayoría activa se organice y encuentre una voz. En caso contrario, es probable que los Hermanos Musulmanes se erijan en el poder dominante en el próximo Parlamento egipcio, y eso podría causar un enfrentamiento entre ese movimiento y el ejército, un panorama que presagiaría una repetición de la Argelia de principios de la década de 1990.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix
Publicado por La Vanguardia-k argitaratua