Educación y conflicto

Hablar de educación es hacerlo desde una perspectiva que va más allá de lo meramente académico y de lo aplicable a un sector determinado de la sociedad, es decir, niños y jóvenes. Así, los sociólogos tratan la educación desde el punto de vista de la socialización de los individuos, del aprendizaje por parte de los mismos a desenvolverse dentro de las normas sociales vigentes siendo este un proceso que se va dando a lo largo de los años de una manera imperceptible y que completa la obtención de madurez social necesaria para que un individuo encaje en el ámbito social que le rodea y se alcance un nivel de estabilidad social mínimo en el que, por otro lado, la libertad de expresión sea del carácter que sea se verá controlada y en ocasiones socialmente sancionada.

No obstante, el aspecto que nos resulta más familiar es el que atañe a la educación en cuanto a su valor académico, al cumplimiento de unos años de estudios que aporten el nivel cultural y destreza técnica suficientes como para permitir a los estudiantes encontrar un trabajo con el que ganarse el sueldo. Ambos conceptos, el sociológico y el académico, van indiscutiblemente de la mano, de hecho, escuelas y universidades son consideradas como agentes de socialización por su función integradora y socialmente educativa. El poder que otorga la educación está, sin embargo, no infravalorado si no mal planteado o quizás algo corrompido porque, ¿no influye negativamente a la educación de los individuos de una sociedad el hecho de que ésta viva en constante conflicto político? ¿No sería posible reconducir la educación social y académica en pos de una sociedad suficientemente madura como para que sea capaz de solucionar sus problemas históricos, sociales y políticos? La respuesta, lamentablemente, es que no teniendo presente que son las generaciones actuales en conflicto las que coartan y diseñan las pautas educativas de los que están por venir.

Se puede y se debe educar por el respeto a los demás, por la igualdad entre sexos, por el comportamiento cívico; se puede aleccionar sobre cómo salir adelante en la vida y enfrentarse a los problemas generados en el entorno más cercano. Pero la cuestión se complica si en el temario incluimos nuestra incapacidad manifiesta por acabar con una situación política que se está viendo enquistada desde el instante mismo en el que las nuevas generaciones reciben a través de su educación socio-académica esa percepción de perpetuidad que dicho conflicto empieza a rezumar. Cabe la posibilidad de cambiar el guión educativo, de al menos intentarlo, pero la sociedad misma, la que nosotros hemos creado y alimentamos con la no solución de sus lacras sociales, laborales, políticas y morales es la que, a fin de cuentas, les va a educar, les va a abrir los ojos y les va a hacer cuestionarse sobre el valor de la información que reciben y de lo que ya existe y está creado, y lo que es más importante, si merece la pena cambiar dicha situación o si por el contrario ya es suficiente con remar contracorriente cuando llega el momento de independizarse, buscar trabajo con un mínimo de estabilidad y pagar todos los gastos a los que uno acaba enganchado de por vida, desde la vivienda, el coche, la alimentación hasta precisamente la educación de los hijos.

Las escuelas tienen, sin lugar a dudas, una función imprescindible en calidad de agentes de socialización, pero la tienen de igual forma que el resto de la sociedad, que con su comportamiento, sus ideas y su diversidad política no está más que allanando el camino hacia otro marco social con las mismas u otras deficiencias necesitadas de una resolución inmediata. Una educación pensada para vivir en un hipotético futuro sin conflictos rayará lo utópico mientras los cambios iniciales no se gesten en el momento presente. Lo demás es enraizar aún más si cabe las causas y consecuencias de la actual situación conflictiva, por no hablar de los problemas propios de una sociedad en la que se dan de forma reiterada e incontrolable desigualdades de carácter económico, de género, culturales, laborales, etc. No consiste en dejar en manos de las generaciones futuras las cuestiones político-sociales que nosotros no hemos sabido resolver en el presente, si no de mejorar lo actual y fortalecer las bases por medio de aquellas personas a las que se les ha formado y orientado, académica y sociológicamente, para continuar con la reparación de las faltas hasta ahora cometidas.

Solo el simple hecho de reconocer que las cosas podrían hacerse mejor, que al fin y al cabo no seremos nosotros los que suframos las consecuencias de nuestros errores y nuestra falta de madurez para resolver determinados asuntos políticos-sociales, necesitaría una demostración de humildad por nuestra parte para la que probablemente no estemos aún preparados.