He leído varias descripciones referidas al sitio llamado Sharm al-Sheikh, donde se celebra la última cumbre contra el cambio climático. Lo llamo ‘lugar’ porque, según lo que he visto, no se trata exactamente de una ciudad, ni de un conjunto de pequeños núcleos urbanos conectados, ni tampoco de un pueblo que se ha ido haciendo grande, sino de una especie de monstruoso ‘resort’ turístico junto al mar Rojo, en medio de la nada. Es un espacio urbano pensado para ir en coche arriba y abajo: muchas de las largas avenidas, como puede observarse en algunas imágenes, ni siquiera tienen aceras. Tampoco hay muchos elementos que hagan sombra en un lugar al que se llega habitualmente a los 45 o incluso 50 grados. ¿Cómo puede ser justamente aquí donde se celebre una convención mundial para ejemplificar buenas prácticas en relación con el cambio climático? ¿Es una broma, tal vez? No. Se trata de un calculado ejercicio de ‘greenwashing’ o ecoblanqueo masivo. El ecologismo serio, así como muchos periodistas especializados, también lo han visto así. Pero al final el gobierno egipcio ha conseguido en buena parte su propósito. He aquí cómo una dictadura militar que tiene miles y miles de presos políticos es hoy la capital de las políticas verdes… ¿Alucinante? No tanto, no tanto: hay una inercia muy intensa que nos ha traído hasta aquí, y ahora el problema será deshacernos de ella.
El pasado domingo tuve en mis manos una lata de agua mineral con gas (añadido) de una empresa madrileña donde se podía leer que era «100% social» porque destinaba «el 100% de los dividendos» a proyectos en países necesitados. Cabe decir que el agua era más cara de lo normal; pero uno puede pensar: «Bueno, si es para ayudar…» El problema, en todo caso, reposa en otro rinconcito conceptual que pasa desapercibido. Los dividendos son una cuota que las empresas reparten entre sus accionistas. Como sabe cualquier persona que disponga de acciones con este derecho, los dividendos pueden ser elevados un año y magros al siguiente, o incluso pueden dejar de repartirse (o al revés: si las cosas han ido muy bien, hacer un reparto extra) en función de lo que proponga el consejo de administración en la junta general de accionistas. Para saber todo esto no hace falta ser un mago de las finanzas, pero una persona que nunca ha tocado estos asuntos de primera mano puede llegar a confundir fácilmente dichos dividendos con los beneficios netos. Y no, no son la misma cosa ni mucho menos. Conste que la publicidad de dicha agua es impecable: nada dice que no sea verdad. Otra cosa es lo que previsiblemente interpretará el consumidor…
Continuamos con bebidas que salvan el planeta, en este caso una gran empresa que tiene varias plantas de procesamiento de zumo de fruta en Andalucía y hace productos de indudable calidad. En su publicidad televisiva, que seguro ven un par de veces al día, aseguran que estas plantas gigantescas de procesamiento generan «cero residuos». No deja de ser prodigioso. Cuando lo escucho me alcanza cierta inquietud: quiere decir que los empleados ni siquiera tiran de la cadena del inodoro cuando están en el trabajo. Podríamos añadir más y más ejemplos, pero creo que no vale la pena: están a diario a la vista de todos.
En sí mismas, estas apelaciones, en algunos casos ambiguas y en otras hiperbólicas, a la salvación del planeta no me parecen preocupantes. Mientras no contengan ninguna distorsión sustancial de la realidad ni induzcan a consumir a partir de premisas falsas, forman parte de una estrategia publicitaria tan lícita como cualquier otra. Otra cosa muy distinta es el efecto social que ha acabado generando el ejercicio rutinario, constante y cada vez más exagerado del ‘greenwashing’. Esto nos vuelve a llevar al sur de la península del Sinaí, a Sharm al-Sheij. Aquí ya no pueden hablar de la revolución verde, sino de la revolución de los cínicos. Con unos u otros medios, toda dictadura acaba llevando a cabo grandes ejercicios de lavado de cara. En los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, la Alemania nazi mostró un desarrollo tecnológico inaudito. Durante los Juegos, miles de personas pudieron ver a los atletas en directo… por la tele. Sí, lo han leído bien: la tele de 1936. Aquí todavía íbamos en burra. Hoy lo que impresiona a mucha gente es el reciclaje del agua o la gestión de la basura, y parece que en Sharm al-Sheikh es ejemplar. El resto queda en un segundo plano, y de alguna forma es accesorio. Según diversas instituciones internacionales, en Egipto existen unos 60.000 presos políticos. Creo que son muchos, demasiados. Si la inercia del ecoblanqueo generalizado continúa, otros sátrapas tomarán nota, porque funciona.
ARA