¿Dónde y cuándo surgió la lengua castellana?

El castellano no era la lengua de Don Pelayo, sino que surgió en un espacio recóndito a caballo entre León y Pamplona

Valpuesta (sobre el límite de los condados dependientes de Castilla y de Álava, reino de León), año 844. Un siglo y medio antes de que los monjes de San Millán de la Cogolla redactaran las Glosas Emilianenses (a caballo del año 1000); los notables de aquella región fronteriza documentaban un acuerdo de reparto de la tierra que contenía ciertas palabras escritas en una lengua vulgar del territorio. Aunque el documento fue, básicamente, redactado en latín; los estudiosos de la Real Academia de la Lengua Española han advertido la presencia de expresiones que no formarían parte del corpus de la lengua culta, y que revelarían la existencia de un latín vulgar local y evolucionado que han nombrado protocastellano. Los investigadores de la RAE han resumido aquel hecho con la expresión «es un documento redactado en una lengua culta, pero asaltado por una lengua viva».

La misteriosa cuna del castellano

La lengua castellana (modernamente llamada —o mal llamada— española) no surgió al pie de la gruta de Covadonga. Ni don Pelayo ni sus descendientes hablaron nunca el protocastellano que conduciría al castellano medieval. La lengua castellana surgió en el valle alto del Ebro; en un espacio delimitado por los Montes Vascos —en el norte—, los Montes de Oca —en el sur—, los Montes Obarenes —en el este—, y los Montes de Besaya —en el oeste. Más o menos el territorio que actualmente comprenden las comarcas de Alto Campoo (Cantabria); La Bureba y las Merindades (Castilla y León); las Encartaciones y Valles Alaveses (Euskadi); y El Somontano y La Sonsierra (Rioja). El dominio de este territorio, en aquella etapa iniciática de formación de la lengua castellana (centuria del 800) estaba dividido entre los reinos de Pamplona y de León.


Mapa de los estados peninsulares hacia el año 1000. Fuente: Enciclopedia

¿Quién vivía en la cuna del castellano?

A principios del siglo XX, el filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal —en «El idioma español en sus primeros tiempos«—, ya afirmó que las primeras sociedades medievales que se organizaron sobre aquel territorio (después de la devastación andalusí del 822) procedían, básicamente, del mundo vasco. El protagonismo del elemento vasco en la repoblación del valle alto del Ebro —la cuna del condado de Castilla—, ha sido, posteriormente, confirmada por reputados medievalistas; tan poco sospechosos de profesar la ideología vasquista como Abilio Barbero, Marcelo Vigil o Rafael Sánchez-Albornoz. Por lo tanto, este tema parece fuera de cualquier duda. Ahora bien, la cuestión es: ¿qué lengua hablaban aquellos primeros colonos vascos —los pioneros de aquel «Far-west» ibérico y medieval— que se adentraron en aquel territorio yermo y despoblado?

El euskera y el latín

Astérix y Obélix son dos personajes de un celebrado cómic que escenifican la resistencia de los pueblos celtas de la Europa occidental a la conquista romana. Pero los vascos antiguos no tan solo no se resistieron, sino que fueron los grandes colaboradores de la Loba Capitolina en la conquista de la península ibérica. Sobre todo del valle del Ebro y de la Cornisa Cantábrica. Y eso los situó en una posición de dominio con respecto a las otras naciones indígenas del norte peninsular. Una parte relativamente importante de la nación protovasca se romanizó y se latinizó; y durante siglos (II a. C. a V d. C.), los elementos dirigentes de esta facción prorromana progresaron extraordinariamente dentro del mundo político y militar romano. Y la lengua protovasca dejó paso al latín entre los segmentos dominantes de aquella nueva sociedad.

Representaciones de la sociedad navarra y castellana en torno al año 1000. Fuente: Auñamendi Eusko Entziklopedia

¿Qué parte del mundo vasco se latinizó?

Ramón Menéndez-Pidal, de nuevo, nos presenta dos focos importantes de romanización en el mundo vasco antiguo: las ciudades de Pompaelo (la actual Pamplona) y de Calagurris (el actual Calahorra). En este punto es importante destacar que, una vez completada la conquista romana de la mitad norte de la península ibérica (finales del siglo I a. C.); el estado romano premió la colaboración de las élites vascas con grandes propiedades en el valle alto del Ebro (actuales Rioja y Ribera de Navarra), que habían sido el solar histórico de las naciones celtas que se habían resistido a la dominación de la Loba Capitolina. Menéndez-Pidal insiste que, durante la Pax Romana (siglos I a. C. a V d. C.) esta franja de territorio fluvial fue objeto de una intensa colonización vasca, que habría sido la parte del mundo euskárico que se romanizó y latinizó.

El latín vulgar de las clases dominantes y el euskera de las clases populares

Pero también es cierto que los lingüistas y antropólogos vascos contemporáneos (José Maria de Barandiaran, Telesforo Aranzadi, Koldo Mitxelena, Resurrección Maria de Azkue) han probado que, en aquella franja fluvial, durante la dominación romana (siglo I a. C. a V d. C.) y visigótica (siglos V a VIII); la sociedad fue bilingüe. Las clases oligárquicas que habían abrazado el latín, harían evolucionar su lengua hacia un latín vulgar, en un primer estadio; y, finalmente, hacia una lengua románica. En cambio las clases populares conservaron la lengua euskárica. Ahora bien, aquel latín vulgar de aquellas clases dominantes locales no siguió la misma evolución en todas partes: en la parte oriental (Ribera de Navarra y extremo oeste de Aragón) evolucionó hacia un protoaragonés; y en la parte occidental (Rioja y extremo oeste de Álava y de Vizcaya) hacia un protocastellano.

Una página del Cartulario de Valpuesta. Fuente: Archivo Municipal de Burgos

Los mozárabes

Este mismo paisaje sociolingüistico (clases oligárquicas latinas versus clases populares euskáricas) se reprodujo en las nuevas zonas de expansión y repoblación en los extremos oeste de Navarra y este de León; como Valpuesta, cuna del cartulario que quiere ser el texto más antiguo que contiene expresiones protocastellanas. Entonces, la cuestión es: ¿cuál fue la causa que provocó la rápida sustitución del euskera de Valpuesta —que muy probablemente era la lengua mayoritaria de aquella sociedad— por el castellano —que solo lo era de las minoritarias clases dominantes? Y la respuesta, de nuevo, nos llega a través de la investigación historiográfica. Aquel fenómeno se explica, en buena parte, por la llegada masiva de refugiados cristianos procedentes de Al-Ándalus: los mozárabes.

Las lenguas mozárabes

Cuando se articuló la repoblación de Valpuesta y del valle alto del Ebro (después de la campaña andalusí del 822 que había devastado las primigenias Álava y Castilla); ya hacía más de un siglo que los árabes habían completado la conquista de la península. Pero en los valles del Guadalquivir y del Tajo, subsistían importantes comunidades cristianas —bajo dominación árabe— que conservaba su respectivo latín local. Este latín andalusí, nombrado mozárabe, acabaría desapareciendo de sus lugares tradicionales en torno al año 1000. Pero los refugiados que, a mediados de la centuria del 800, escapaban de la progresiva radicalización religiosa y cultural andalusí; llegaron al norte peninsular con una lengua propia todavía viva; y, obviamente, más próxima al latín vulgar de las oligarquías del país de acogida que al euskera de las clases populares.

Representación de las élites mozárabes (siglo IX). Códice Albeldense. Fuente: Archivo de San Lorenzo del Escorial

Euskera, castellano, mozárabe y árabe

Durante los siglos IX y X, el éxodo mozárabe en tierras cristianas del norte adquirió proporciones colosales. Tanto que no se puede explicar la expansión y consolidación de los estados cristianos peninsulares (Aragón, Navarra, Castilla, León, Galicia) sin el fenómeno mozárabe. Tanto que en Valpuesta (o en las Encartaciones vizcaínas, o en la Bureba castellana) los mozárabes alteraron, decisivamente, la composición sociolingüistica de aquellas sociedades. El protocastellano de las élites indígenas y el latín mozárabe de los recién llegados se mestizaron; y la lengua que surgiría sería el resultado del sincretismo de un latín vulgar con un importante sustrato euskárico (la ausencia del fonema «f» —prácticamente inexistente en el euskera— es una prueba); y un latín vulgar que, por razones obvias, había sufrido una fuerte contaminación de las lenguas árabe y amazig.

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