‘Donde la ciudad cambia su nombre’

Llega un momento, en la vida de las ciudades, en que se confunden con su nombre y su nombre con ellas. Decimos Barcelona, ​​y enseguida nos imaginamos unos colores, unos ritmos, una estética, unos discursos. Decimos Nueva York, Dakar o Shanghai, y cada uno de estos nombres activa en nosotros unas sensaciones, unos conocimientos o unas aspiraciones. Pero, ¿qué pasa allí donde las ciudades pierden su nombre?

Hace 60 años, en 1957, Paco Candel escribió una novela donde explicaba algunos hechos y retrataba algunos personajes del barrio de las Casas Baratas de las afueras de Barcelona, ​​entre Montjuïc y el puerto. Era una zona de extrarradio, con población recién llegada a trabajar y que, por tanto, era y no era Barcelona.

La novela se titulaba ‘Donde la ciudad cambia su nombre’, y no es la más conocida de su autor. De hecho, actualmente cuesta mucho encontrarla. La descubrí gracias al escritor Albert Lladó, recorriendo a pie con él los límites de esta Barcelona que la presión inversora del capitalismo global, en sus formas más predatorias, está llevando hoy a sus límites. Los límites internos son la asfixia, la expulsión de muchos vecinos, actividades y formas de vida. Pero, ¿cuáles son los límites externos? ¿Dónde terminan las ciudades y de qué manera?

Candel nos situaba en una zona de tránsito, de cambio de nombre. Era un cambio geográfico e histórico a la vez. Pero, desde que conocí su libro olvidado, lo que me pregunto es bajo qué formas las ciudades no sólo cambian de nombre, sino que lo pierden. La hipótesis que cada vez me parece más verosímil es que en el planeta global cada vez tenemos más zonas urbanas y menos ciudad.

Lo han analizado muchos autores, como Mike Davis, David Harvey y muchos otros. En lo que algunos llaman el siglo de las ciudades, cada vez se nos hará más difícil saber qué hace que una ciudad sea una ciudad y qué nombre le corresponde a cada área urbana. Este hecho tiene implicaciones demográficas, ecológicas, urbanísticas, económicas y culturales. Pero sobre todo pone en cuestión un referente muy importante del pensamiento político occidental sus inicios: el concepto de ciudad. Si la ‘polis’ es el corazón de la vida política, ¿dónde se hará la política en un mundo global donde no sabemos dónde empiezan y terminan sus ciudades?

La evolución de las ciudades, en plural, hacia una urbanización generalizada del territorio funciona, básicamente, a partir de tres dinámicas: la evolución como expansión, la evolución como degradación y la evolución como planificación radicalmente nueva. La primera es la que ya retrataba Candel en su libro y que ha marcado la pauta del crecimiento de las ciudades en la época moderna, con la industrialización. La expansión de sus límites ha tenido lugar de muchas maneras, según el país, la población y los ritmos más o menos rápidos de las migraciones. Pero, sea como quiera, de manera más formal o más informal, más planificada o más espontánea, en todos los casos se entiende que la ciudad «crece» y que acabará integrando los nuevos barrios y sus habitantes.

La segunda, en cambio, es una evolución que no es integradora, sino que lo que hace es externalizar la degradación de unas zonas urbanas cada vez mayores y más inespecíficas que lo que hacen es acumular residuos, materiales y humanos. Es la principal realidad de las megalópolis de los países en vía de desarrollo.

La tercera es la planificación utópica de ciudades nuevas. Puede parecer irreal, pero el Cairo acaba de anunciar que su nueva capital ya está en construcción en medio del desierto. Los planos están hechos y las grúas plantadas en la arena, pero la ciudad no tiene nombre. Ha perdido su nombre.

CRITIC

https://www.elcritic.cat/opinio/marina-garces/on-la-ciutat-perd-el-seu-nom-25332