Las cinco virtudes de una respuesta a la maldita sentencia
En un clima represivo y antidemocrático, la única posibilidad de mejora se inclina por la asunción del riesgo y el sacrificio.
La maldita sentencia contra los representantes de la sociedad civil, el gobierno democrático encarcelado y la presidenta del Parlamento es una gran oportunidad para demostrar hasta dónde llegan las virtudes políticas del soberanismo -que exige el derecho a la autodeterminación- y del desafío independentista. En este sentido, la respuesta a la sentencia no debe verse principalmente como la reacción a la provocación que es, sino como la ocasión de renovar las principales virtudes del camino que emprendimos a comienzos de siglo, haciendo cierto aquello de que un largo camino comenzaba con un primer paso.
¿Y cuáles son esas virtudes de las que, en mi opinión, no nos deberíamos apartar y que más que nunca deberíamos practicar con excelencia? Las desgranaré en las líneas siguientes. En primer lugar, y en la base de todo ello, hay que destacar el desarrollo de una ‘conciencia crítica’ que ha hecho abrir los ojos ante una situación insostenible desde hacía tiempo. A menudo, para desmerecer la relevancia política de este despertar, se ha hecho hincapié en las dimensiones emocionales de la respuesta. Obviamente, razón y emoción no sólo no van desligadas, sino que afortunadamente, en este caso, se apoyan la una en la otra. Basta con que sepamos cuáles son los monstruos que puede crear la razón sola, y las tragedias provocadas por los estados emocionales desbordados. Aquí, sin embargo, argumentos y pasión juntos han hecho crecer la conciencia de una indignidad pasiva y largamente soportada y de responder con el coraje crítico que sólo la pasión por la libertad y la justicia hace posible.
El despertar de la conciencia crítica, en segundo lugar, ha hecho posible un ‘empoderamiento político’ poco imaginable al inicio del proceso, cuando lo que todavía preocupaba era lo que llamaban la «desafección política». Ahora estamos en el otro extremo, y nunca tanta gente se había interesado tanto por la política, nunca había estado tan informada y nunca se había hablado tanto de política en todo tipo de entornos: desde la familia hasta el bar, desde el trabajo hasta twitter, desde la tertulia hasta la calle. El caso es que una parte muy grande de la ciudadanía está convencida de que tiene derecho a decidir incluso sobre lo que legalmente nadie había previsto, y la sentencia aún lo profundizará.
Lógicamente, el empoderamiento ha llevado a un crecimiento en la ‘participación en los asuntos públicos’ como tampoco se había visto nunca. No sólo existe la evidencia de la asistencia a los actos masivos en la calle, sino que están los incontables actos públicos de debate; la publicación de cientos de libros y de miles de artículos; el crecimiento exponencial de socios de las entidades cívicas que lideran, acompañan y facilitan la participación; las muestras sostenidas de solidaridad económica con los afectados o el acompañamiento a las víctimas de la represión desde las plazas y ante las cárceles. Y, en una proporción que todavía es difícil de predecir, las sentencias volverán a hacer crecer el compromiso cívico y político de los catalanes.
Afortunadamente, la participación de la que hablo no ha sido adocenada, fruto del adoctrinamiento, como a veces ha querido hacer creer el enemigo exterior y el adversario interno. Si algo ha quedado patente es que aquí, si se trata de hacer frente a la adversidad, se hace con una extraordinaria muestra de ‘creatividad’. Uno de los ingredientes de esta creatividad ha sido el humor, tan presente en las redes y con una clara función exorcizadora de todo tipo de miedos, pero también el gusto estético, el buen diseño y su capacidad para sorprender. Decía Einstein que en tiempos de crisis, la creatividad es más importante que la inteligencia. Y no tengo duda alguna de que otra vez la creatividad volverá a desconcertar a un enemigo siempre previsible.
Finalmente, nada de todo esto no llevaría muy lejos sin una notable ‘capacidad para el riesgo y el sacrificio’, siempre puesta en cuestión en una sociedad relativamente acomodada como la nuestra. La propensión al riesgo, sin embargo, depende del cálculo sobre las ventajas de permanecer igual. Y en un clima progresivamente represivo y antidemocrático como el actual, sin ninguna perspectiva de cambio, la única posibilidad de mejora se inclina decididamente por la asunción del riesgo y el sacrificio. Un riesgo y un sacrificio asociados a la voluntad de emancipación. Y vuelvo a citar a Einstein: «Donde hay voluntad, hay un camino». Y la voluntad clara, masiva y ampliamente expresada en Cataluña es una: la independencia.
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