Pocas veces el nombre dado a un grupo es tan significativo y directo: Boko Haram, “la educación occidental es pecado”. Como en la mayoría de países del mundo, los jóvenes en Nigeria necesitan ideales para afrontar futuros inciertos y el grupo, también conocido como los talibán, se nutre sobre todo de estudiantes y jóvenes en una situación de desempleo que promete ser duradera. Su última asonada, duramente reprimida por la Policía y el Ejército nigerianos, ha dejado estos días un resultado de más de 300 muertos. Sin embargo, no todos estos jóvenes proceden de familias empobrecidas, sino que, se afirma, entre ellos están algunos de los hijos de influyentes comerciantes con conexiones con el poder político, y esta es la razón por la cual, aseguran los moderados, el grupo no ha sido desmantelado hasta ahora. Liderados por el misterioso y abatido por el Ejército Mohammed Yusuf –del que apenas se sabía sino que acreditaba una alta educación, hablaba correctamente varios idiomas y tenía aparentemente un elevado nivel de vida–, surgieron en 2004 en el norte de Nigeria, concretamente en el Estado de Borno, una región con una larga tradición islámica que se retrotrae a los tiempos en que el afamado y muy desarrollado imperio de Kanem-Bornu abrazó dicha fe, en torno al 1200 de la era Occidental.
Ya en los siglos XVI y XVII, los Kanuri estaban en estrecho contacto con el Imperio Otomano, que les abastecía de mosquetes con los que consolidar su hegemonía en la zona. Posteriormente, tras la irrupción de la corriente islámica renovadora de Usmán Dan Fodio hace casi 200 años, entraron en una decadencia rematada por la colonización británica que los incorporó a los territorios de lo que vendría a ser la actual Nigeria. Los alrededores del lago Chad –una masa de agua que, dicho sea de paso y como el mar de Aral, está desapareciendo a pasos agigantados– siempre han sido un lugar excelente para el comercio y la comunicación entre África y Oriente Medio, y actualmente sirven de estación de repetición de lo que me permito llamar recolonización ideológica del África negra.
Tras la crisis del petróleo de los setenta del pasado siglo, el precio del crudo sufrió una destacada caída que sumió al país más poblado de África, dependiente en el 90% del oro negro, en una profunda crisis de la que todavía no se ha recuperado. En aquel momento comenzó un largo período de paro, desgaste institucional y corrupción que fue tan fructífero para la literatura y el cine nigerianos como tan nefasto para la convivencia social y la estabilidad política de un país con un descomunal potencial económico y cultural. Aquellos tiempos de crisis coincidieron con la expansión de la política de becas de los países islámicos de Oriente Medio, como Emiratos Árabes Unidos, Omán y la propia Arabia Saudí. Jóvenes, sobre todo del norte de Nigeria, aprovecharon la oportunidad que se les brindaba, dada la bancarrota existente, y acudieron en masa a estudiar a las universidades de los países en los que las interpretaciones más estrictas del Islam estaban a la orden del día. A su regreso, los estudiantes se constituyen en una fuerza de transformación que a partir de 1999 logra la imposición de la Sharia en los 12 estados norteños de los 36 que conforman la República Federal nigeriana. Al tiempo que se producía esta radicalización, inaudita en la zona, ciudadanos procedentes de los estados sureños, fundamentalmente cristianos protestantes –en mayor medida Ibos–, se introducían en el norte huyendo del colapso económico del sur. Y no les ha ido nada mal, pues actualmente controlan la mayoría de la economía del norte, con empresas de toda índole que conforman una vasta red de comercio dirigida y gestionada por cristianos cuyos principales clientes son musulmanes. Esta situación ha desembocado con frecuencia en violencia religiosa desde los años 80, con periódicos ataques a iglesias cristianas que son contestados por los musulmanes atacando comercios. Se decía que, hasta el presente, el Gobierno no tomaba cartas en el asunto por no irritar a los musulmanes, que son la mayoría de la población y que son casi hegemónicos en instituciones como el Ejército.
Es el tiempo de los escándalos internacionales de los juicios absurdos de Amina y Safiya, condenadas a lapidación y cuyas sentencias, por fortuna y por presión internacionales, nunca fueron ejecutadas. Estas campañas arrojaron una imagen de Nigeria totalmente distorsionada porque no tuvieron en cuenta que la estructura federal del país, al igual que la de Estados Unidos, permite a sus estados legislar independientemente en cuestiones como la pena de muerte. Los jóvenes idealistas africanos están hartos de Occidente; hace tiempo que se han dado cuenta del atraco a mano armada de los recursos económicos y humanos en connivencia con estados africanos más occidentalizados y ven en los talibán y Al Qaeda una forma heroica de librarse del actual estado de cosas. Jóvenes idealistas y equivocados que, faltos de ideología panafricanista, perciben el Islam radical como revolucionario y como algo más cercano a África que el cristianismo; y en ello se equivocan, porque tanto una como otra son religiones nacidas fuera del continente.
El surgimiento de los islamistas radicales en África con notables precedentes, como Sudán, Somalia, Kenia y Tanzania, viene alimentado por la dejadez de la mayoría de los gobiernos africanos en fomentar una conciencia continental panafricana coherente con las culturas tradicionales, camino que abrieron los líderes de las independencias. Una senda que las políticas torticeras del norte sobre los países del sur han acabado por bloquear casi completamente al ahogar los movimientos emancipadores africanos, fomentando magnicidios, falsas revoluciones y golpes de Estado. En definitiva, una de tantas políticas interesadas que acabarán por volverse en contra de sus creadores.
Antumi Toasijé es Historiador. Director del Centro de Estudios Panafricanos