Dividir a los catalanes

De entre todos los argumentos que se utilizan contra el derecho de los catalanes a decidir su futuro, hay uno que me parece especialmente pintoresco. Es el que dice, compungidamente, que la petición soberanista divide a los catalanes. Me parece pintoresco no porque lo considere falso. Efectivamente, la propuesta de independencia de Cataluña divide a los catalanes entre los que están a favor y los que están en contra. Pero no más que la imposición de la dependencia de España, que también divide a los catalanes entre los que están a favor y los que están en contra. El soberanismo divide a los catalanes, como también los divide el unionismo, el hecho de ser de derechas o de izquierdas, religiosos o laicos, del Barça o del Espanyol o del Madrid… Cualquier propuesta de acción o de omisión sobre cualquier cosa divide a los catalanes, porque existen pocas cuestiones que generen unanimidades.

 

¿Sería bonito que los catalanes no estuvieran divididos por nada, porque todos pensaran lo mismo sobre todo? Francamente, no mucho. Las sociedades están compuestas por personas que tienen puntos de vista, intereses, creencias y convicciones diferentes, y esto conlleva divisiones. La cuestión no es que haya divisiones, sino que haya mecanismos para gestionarlas pacífica y ordenadamente. La democracia es precisamente eso: la constatación -que los totalitarismos niegan- de que en una sociedad hay puntos de vista diferentes pero que tienen igual legitimidad y el acuerdo sobre fórmulas y condiciones para gestionar la división sin estar condenados a la parálisis. La democracia reconoce la división e incluso el enfrentamiento, ni los niega ni los evita. Lo que hace es ofrecernos unos instrumentos para tomar decisiones: adoptar el parecer de la mayoría. No es sólo votar, es poder hacerlo libremente. Porque hay opciones diferentes, es decir, divisiones.

 

Si los contrarios al derecho a decidir creen que su ejercicio divide a los catalanes, ¿qué nos proponen? ¿No decidir? Su propuesta sería decirnos: como tú y yo pensamos diferente, para evitar peleas y divisiones, tú harás lo que yo te diga. Y así no nos dividiremos. En Cataluña hay una parte de la población que quiere mantenerse dentro de España. Hay una parte de la población que quiere salir. Ambas partes tienen todo el derecho a pensar lo que piensan, es legítimo por completo. De momento, no nos dejan contarnos, para saber quién tiene la mayoría. Lo que nos dicen es que, para evitar divisiones, aceptemos y obedezcamos todos el criterio de una parte, de los que no quieren irse, sin ni siquiera saber si es la mayoritaria. Lo que nos proponen no es evitar la división, sino imponer el criterio de una de las partes.

 

Esta voluntad de evitar o aplazar las divisiones se entendería si estuviéramos hablando de una cuestión menor, que podemos dejar para más adelante. Cuando todavía no hemos empezado a construir una casa, podemos aplazar la discusión sobre si queremos pintar el comedor de azul o de blanco, porque esto crea divisiones y lo primero es hacer la casa. Pero cuando la decisión es entre formar parte o no formar parte de España, no se trata de una cuestión menor ni fácil de aplazar: no podemos decir que cuando lleguemos ya lo veremos. Porque ya estamos. No independizarse es quedarse. No decidir es darlo por ya decidido, en favor de una de las opciones que nos dividen. No decidir es considerar ya decidido que nos quedamos. Sin que importe saber cuántos querían y cuántos no lo querían.

 

¿Hay división entre los catalanes sobre quedarse en España o marcharse? Sí. ¿Es dramático? Es importante. ¿Es peligroso? Todas las divisiones son peligrosas si no aceptamos los mecanismo pacíficos y democráticos para arbitrarlas. ¿Quien ha provocado esta división? Decir que esto es culpa de la aparición de la propuesta independentista me parece injusto. También se podría decir que la ha provocado la no resolución por parte de España del encaje de Cataluña. O la sentencia del Constitucional. ¿La independencia divide? Sí, tanto como la dependencia. La cuestión no es esa. La cuestión no es buscar las responsabilidades, compartidas, de la división. La cuestión es constatar que la división existe, que es la expresión de diferencias legítimas y respetables de sensibilidades e intereses, y buscar la manera de arbitrarlas. No es necesario buscar mucho. La manera hace muchos años que está inventada. Se llama democracia.