Diversidad estratégica

Si la sociedad catalana es una sociedad avanzada, es decir, diversa, compleja y contradictoria, ¿por qué no deberían ser diversas, complejas y contradictorias las voluntades de quienes quieren la independencia y los caminos imaginados por conseguirla? Aún más: ¿no ha sido esta diversidad, precisamente, lo que ha permitido que el objetivo de la independencia sea el más ampliamente compartido de entre todos los horizontes políticos de prosperidad, bienestar y radicalidad democrática posibles?

El análisis de este proceso, que arranca del fracaso de la reforma estatutaria de 2006, muestra que no se trata de un movimiento social clásico. Es decir, no parte de unos fundamentos ideológicos definidos ni de un liderazgo único y fuerte. Para entendernos: no comienza con una organización como el ‘Scottish National Party’ de Alex Salmond, o el ‘African National Congress’ de Nelson Mandela, ni con un Luther King. El independentismo catalán es resultado de una confluencia de malestares e indignaciones, de expectativas y esperanzas, de orígenes muy diversos.

En definitiva, tenemos un independentismo que es resultado de la naturalización de un anhelo, prácticamente sin haber tomado conciencia de la magnitud del cambio ni de la gravedad de las consecuencias. Existen los independentistas de siempre (pocos) y los recién llegados (muchos), los muy ideologizados (pocos) y los que viven el deseo de independencia como un implícito (muchos), los que llegan irritados (pocos) y los que están por participar en una revolución de sonrisas (muchos), los que temen por su identidad (pocos) y los que ven un proyecto estimulante de futuro (la mayoría).

Y si las procedencias son tan diferentes, es lógico que los caminos imaginados también lo sean. Desde los que confían en lejanos pactos negociados hasta los que sólo se fían de un escenario inmediato de confrontación directa; de los que querrían llegar al final sin rasguños a quienes proyectan su pasión revolucionaria; de quienes sueñan liderar la victoria desde el partido a los que mantienen ilusiones populistas. Y también desde las diversas capacidades para soportar los costes de una ruptura traumática.

Visto todo esto, no parece muy realista esperar una verdadera unidad estratégica consensuada por la mayoría de actores. Muy particularmente, son absurdos los gritos de unidad hechos en contra de alguna de las partes imprescindibles. Por tanto, a mi juicio, el empeño por la unidad se convierte en la anticipación de un fracaso. Por eso hago las siguientes preguntas: ¿y si nos tomáramos la diversidad como una virtud y no como una debilidad?, ¿se podría ganar desde la diversidad estratégica?, ¿tendríamos bastante con algunos puntos de acuerdo mínimos y con una cierta coordinación?

La aceptación de la diversidad estratégica, en primer lugar, aliviaría las tensiones dentro del mismo campo independentista. En segundo lugar, supondría el reconocimiento de la complejidad del proceso. Tercero, cada uno podría desarrollar mejor sus potencialidades. Finalmente, el efecto «acorralamiento» del adversario sería mayor, lo que haría más difíciles las respuestas frontales, en las que siempre tenemos las de perder.

Si imaginamos la confrontación democrática -la autoritaria es la del Estado- como una partida de ajedrez, es más fácil entender el conflicto en que vivimos. Primero, para olvidarnos de «hojas de ruta». Ningún jugador de ajedrez puede anticipar todos sus movimientos porque depende del otro jugador y porque, si los anunciara, sería derrotado. En segundo lugar, veríamos más clara la complejidad de un combate en el que, con un objetivo común, cada pieza tiene capacidades y valores diferentes: no es lo mismo un peón que un caballo, y todos son necesarios. Finalmente, ¿por qué no imaginamos un combate coral en el que no todo el mundo canta la misma voz pero es capaz de sumar, por ejemplo, desde el papel institucional del Gobierno, el corporativo de una Cámara de Comercio y el ataque por sorpresa de un ‘#TsunamiDemocràtic’, para interpretar una misma cantata? Sólo sería necesario que todo el mundo recordara a quien se da el jaque mate.

ARA