Distintivos

EN abril de este mismo año, escribí sobre los símbolos y dije que son un lenguaje críptico para inculcar ideología, sentimiento, y que actúa de tóxico adormecedor, que deja la conciencia sin defensas. Insisto en lo que dije, sorprendido por esas muchas banderas expuestas hasta el hastío y que creímos guardadas en su sitio. Siempre las supimos en días de fiesta grande, en colgadura o en palo. Le acompañaba la de falange y nunca vimos la de Navarra, ahora tan a posta ostentosamente mostrada. Mandaba el general.

La ley de símbolos surge, quizá, por préstamo servil de los modos y modas del imperio usoniano, de donde viene todo. La bandera de las barras y las estrellas, objeto sagrado, recibe casi culto de latría, sólo a Dios debido. Ondea, desteñida o no, a la puerta de las iglesias, de los bancos, las tabernas, las tiendecitas de abacería o en los grandes almacenes, estampada en camisetas, prendas íntimas de caballero, en lencería fina de las damas. No hay despacho, escritorio ni comedor de modesta fonda sin bandera. Es vestidura inconsútil de un concepto, la patria, otra invención, por la que se cometieron y cometen fechorías, crímenes, derramamientos injustos de sangre, se incumplen pactos, con impunidad descarada. Todo ello justificado por la razón de Estado , que, según Bakunin, es crimen de Estado . A quien practica el indigno ejercicio de matar lo condecoran, le dedican calles, plazas y lo esculpen en bronce montado a caballo.

El invento es viejo. Ya existían con el nombre de estandarte y pendón, en las cofradías dedicadas a santos con devoción y asociaciones pías, de igual rango. En mis tiempos, cuando los años del hambre, la gente llevaba insignias. Había interés en sentirse como res tatuada al fuego su marca para ser reconocidos, que no se confunda, como a las gallinas, que se les ponía churi , rojo, negro o blanco. Los cumplidores de voto vestían hábito del Carmen o de Jesús Nazareno. Había imposición de insignia de Acción Católica, de la Adoración Nocturna, de los Luises. Los que habían estado en la guerra del 36 llevaban en el ojal de la chaqueta la medallita del Corazón de Jesús o del Carmen, que les debieron librar de la muerte. Eran sus señas de identidad. Los carlistas, las aspas de San Andrés, a palo seco o en fondo de banderín blanco, o en el regazo del águila de dos cabezas, la flor de lis, las aspas con margarita añadida. Los que fueron de Acción Popular, pocos se atrevían con la Cruz de Clavijo. Los falanges , «las cinco flechas de mi haz», y los que con la División Azul juraron la bandera nazi y combatieron en Leningrado llevaban insignia en forma de escudo; arriba la leyenda España , sobre la bandera las cinco flechas y sobre las flechas la Cruz de Hierro y, en el centro, la Cruz Gamada.

Hoy, parecen revividos los días del nacional-catolicismo, cuando mandaba el general, con las banderas, la ley de símbolos y las insignias.