Diez preguntas y una estupefacción amarga

La ira y la celebración de la Diada son este año inversamente proporcionales. Cuanto menos días faltan para el 11 de Septiembre, más espuma viperina se enrama por las redes. Por mucho que se espigue en ellas, es muy difícil encontrar mínimas coincidencias compartidas por la tribu independentista. Todo es discrepancia agria. En los últimos meses, parece haberse implantado con éxito renovado el concurso de Botifler (traidor) del año entre las diversas sensibilidades que conforman este mundo ahora tan alterado. Los más alterados se alteran aún más cuando les llaman alterados. Obviamente, el título se adjudica, no se reivindica. El concurso de Botifler del año se celebra combinado con el del tiro al plato. Los platos son las diferentes propuestas que partidos, asociaciones o particulares crecidos presentan para concelebrar la Diada. Ninguno llega entero al suelo. En el mismo momento en que aparece uno se multiplican los disparos para reventarla.

No hace falta ser sabio para llegar a la conclusión de que la unidad refuerza cualquier propuesta extraordinaria y que la fragmentación la debilita. El independentismo vivió el momento más álgido -en el que más se inquietaron las altas y las bajas instancias del Estado- en 2015, cuando Convergència Democràtica, Esquerra Republicana, Demòcrates de Catalunya Movimiento de Izquierdas, Avancem y Reagrupament Independentista se conjuraron para constituirse en una opción electoral -Juntos por el Sí- con el apoyo extramuros de Òmnium y la Asamblea, y aún de otros partidos más o menos testimoniales. La referencia a la Solidaritat Catalana de 1906 también resulta prescriptiva. Solidaritat certificó la mayoría de edad del catalanismo político y provocó un choque electoral sorprendente. El régimen se tensó, pero se destensó rápido, porque ese movimiento resultó ser aún algo más efímero que Junts pel Sí.

Reivindicar ahora cualquier referente o espíritu unitario es en vano. No tiene sentido. Pero una cosa es resignarse a la fragmentación y otra mucho más patética asistir a la ceremonia del enfrentamiento fratricida. Y a los tiros enloquecidos de los francotiradores que se adjudican la pureza del anhelo. Si las altas y bajas instancias del Estado se preocupan cuando el independentismo se agrupa, ahora se ríen. Basta con pararse a pensar un momento qué pasaría en estos poco amables espacios de poder si el PNV y Bildu llegaran a un entendimiento electoral o estratégico. Y si ésta es la obviedad, ¿cómo es que el independentismo catalán persiste en el combate interno?

Este 11 de Septiembre, salvada la pandemia al menos de momento, las perspectivas para el independentismo son las más flacas y tristes de los últimos años, Sólo es necesario que se reanuden las castañas en el Fossar de les Moreres para retroceder las décadas necesarias hasta el momento en que la reivindicación y el movimiento se descabalgan en la marginalidad más escueta.

A pocos días, pues, de la celebración de esta Diada y mientras sube el nivel de espuma amarga, he aquí diez preguntas dirigidas a una amplia representación del independentismo actual:

1.- ¿Cuándo llegará a la conclusión Esquerra de que la Mesa de diálogo extendida al gobierno español no servirá nunca para pactar la autodeterminación? En la mesa, por la parte catalana, sólo se sientan los representantes republicanos. La pinten como la pinten, no es una instancia entre gobiernos. Los resultados derivados hasta ahora han sido menos que escasos. Todo lo que se acuerda puede resolverse en comisiones entre partidos o entre departamentos y ministerios. El acuerdo que suscribieron Junts i Esquerra decía que esta instancia tendría sentido mientras lo tuviera. Y no lo tiene. Sólo dispersa y distrae. El president de la Generalitat pide «alternativas» para renunciar a ella. El problema es que la propia Mesa se ha convertido en la única alternativa a cualquier otra iniciativa quizás más útil.

2.- Si la Mesa no lleva la autodeterminación y no hay alternativa que la pueda sustituir, ¿cuándo reconocerá Esquerra que se ha instalado en el neoautonomismo? Esto no es un insulto. Es una constatación. Si la derrota del proceso ha llevado a los republicanos a la certeza de que no hay nada que hacer por ahora y que hay que esperar un tiempo indeterminado para emprender nuevas acciones, más o menos temerarias, que rompan el esquema llamado constitucional, es justo y necesario que lo reconozcan. Que lo declaren sin más tinta de calamar. Una mayoría de los votantes independentistas se sienten, de una u otra forma, engañados y desengañados con todo lo que han hecho los partidos independentistas. ¿No es más honesto y sensato reconocer y reivindicar abiertamente las estrategias que cada uno considera lícitas? Sin cortinas de humo que hacen reír.

3.- ¿Considera Esquerra que la única fórmula viable que puede permitir agotar esta legislatura -si ésta es la intención- es el gobierno con Junts? Si es así, ¿el partido que ostenta la presidencia de la Generalitat no debería proponer un nuevo acuerdo legislativo que evitara el enfrentamiento crónico y enfermizo?

4.- ¿Qué alcance tiene el acuerdo no declarado que parecen haber suscrito Esquerra y Comunistes de Catalunya después del artículo que escribieron conjuntamente Oriol Junqueras y Héctor Sánchez? ¿Responde a una estrategia exclusivamente electoral o Esquerra se identifica con el programa ideológico que propone “el derribo del sistema económico capitalista y la erradicación de la sociedad de clases?

5.- ¿Los dirigentes de Junts per Catalunya creen que tiene algún sentido mantener una unidad, como partido recién nacido, que rompe sus costuras cada día? ¿Son conciliables los sectores que encabezan Laura Borràs y Jordi Turull? La unidad caiga quien caiga que practicaba Convergència con Unió, ¿es aconsejable ahora, cuando se ha hecho evidente que hay dos proyectos políticos dentro de Junts que se enfrentan cada vez más?

6.- Si el congreso de Junts acaba con la conclusión de que hay que desobedecer y desbordar de nuevo el actual marco llamado constitucional, ¿sus dirigentes están dispuestos a asumir personalmente -penalmente- sus consecuencias? ¿Cómo desobedecer si la otra gran fuerza que se considera independentista y que permitiría mayorías parlamentarias no está dispuesta a hacerlo?

7.- Si los dirigentes de Junts no están dispuestos a arriesgarse asumiendo un nuevo embate en el Estado, ¿qué deben decirle al electorado independentista? ¿No es honesto políticamente asumir las limitaciones de cada momento y trazar las acciones necesarias para superarlas con sinceridad?

8.- Exactamente en todos estos años, desde 2015, ¿qué ha conseguido la CUP? Con la estrategia que ha ido encadenando, ¿sus dirigentes actuales se sienten satisfechos? ¿El balance que pueden hacer ha fortalecido o ha debilitado la estrategia independentista? ¿Y a ellos?

9.- La CUP proclama siempre que puede estar dispuesta a desobedecer para “desbordar el marco legal”. ¿Lo han hecho cada vez que han tenido la oportunidad? ¿O al final han terminado, con más o menos retórica, allá donde ha terminado Junts?

10.- ¿Consideran la Asamblea y Òmnium que su hoja de ruta actual -y que el lector menos sagaz me perdone la expresión- satisface las expectativas de sus socios, consocios o copartícipes?

Diez preguntas, algunas retóricas, que constatan que nadie dentro del independentismo sabe bien qué hacer ahora para salir adelante, para superar el momento actual. Prima la bronca interna, la guerra con los de fuera, el autoengaño y el engaño externo.

Y una estupefacción: ¿cómo es posible que quien aspira a constituirse en alternativa a los partidos independentistas mayoritarios no vaya más allá de la acidez y el insulto? ¿Por qué su discurso, que llena mucho espacio en un mundo -el de las redes- que aspira a sustituir por eficacia democrática al tradicional de la prensa, es fundamentalmente el del resentimiento?

El independentismo catalán ahora mismo no tiene ninguna esperanza para compartir. No es mejor que lo que pretende legítimamente sustituir.

EL MÓN