Después de la Diada

Pasada la agotadora controversia previa al ‘Onze de Setembre’, y al margen de cuál haya sido el resultado de todo ello, propongo unas reflexiones sobre el momento presente del independentismo y unos criterios básicos para reanudar el camino.

De entrada, creo que no es hora de insistir en las grandes concentraciones, creando expectativas de participación multitudinaria, y menos ahora que desde buena parte del mismo ‘statu quo’ independentista se ha desincentivado la asistencia. Pienso que no se sabe leer correctamente el clima político, y todo da demasiado la impresión de que en lugar de ofrecer objetivos creíbles que hagan llenar la calle con entusiasmo, las organizaciones luchan por su supervivencia, a la defensiva. Este año –es una opinión– habría sido la hora de movilizaciones selectivas, creativas y descentralizadas, como haber realizado concentraciones en los puntos de máxima represión hace cinco años para convertirlos en puestos de memoria permanente, marcándolos con la inauguración de obras de los artistas más reconocidos del país. Soy del parecer de que estamos combatiendo con herramientas viejas, estropeadas y oxidadas. Si no se nos proponen otras, mira qué remedio: utilícemoslas. Pero el problema no es que ese combate canse: es que aburre.

Asímismo, ojalá que este 11-S haya quemado, definitivamente, todos los llamamientos frívolos y precipitados a la unidad independentista. Unos llamamientos que, sabiendo que son quiméricos, son la antesala de una autoimpuesta derrota. Ahora ha sido ERC quien ha cerrado perversamente el círculo de la lógica divisoria cuando, siendo quien más ha ayudado a dividir, ha exigido unidad a la que más le ha defendido. Es necesario que se aprenda la lección: cuando la exigencia de unidad esconde la voluntad de fractura –y muchos han jugado a eso–, más vale dejarla para cuando sea realmente imprescindible. Es decir, para el embate final contra el Estado. Entonces, sí. Y es que el adversario nos supo inocular el virus de la división –añadiendo de forma regular nuevas variantes–, y ahora vivimos una situación verdaderamente pandémica. ¡Por favor, por lo menos, mantengamos las distancias de seguridad!

Finalmente, y formulada de forma muy breve, mi propuesta a corto y medio plazo para la reanudación de un clima favorable a la independencia puede resumirse en tres objetivos. Primero, y habiendo abandonado la obsesión por una imposible unidad genérica –ni ideológica, ni estratégica–, lo urgente sería detener la actual lógica autodestructiva y pacificar el independentismo. Es fundamental fumar la pipa de la paz que, como tantas veces se ha repetido, sólo tiene valor si se hace entre las tribus enemigas. ¿Sería posible un pacto de no agresión? No digo renunciar a la crítica, sólo digo no insultar y aceptar la diversidad de perspectivas. Pedirlo en las redes sociales sería absurdo. Pero en los espacios más civilizados, en las tertulias, en las entrevistas, en la información periodística… ¿por qué no pasamos de la descalificación irreflexiva a la contraposición de argumentos?

En segundo lugar, el nuevo ciclo debería prestar atención a todo lo que se hizo bien, como mínimo, desde 2007. Es decir, revisar qué empujó el despertar y crecimiento del movimiento soberanista a lo largo de la década gloriosa previa al 1-O de 2017. Los errores ya los sabemos y nos los hemos girado todos por la cabeza…

Y finalmente, debe recuperarse el trabajo paciente y tenaz, de base, empezando por los ámbitos de proximidad. Es necesario un trabajo discreto y regular, que elija muy bien los momentos –que no deben ser muchos– de manifestación pública. Se debe volver a ser particularmente creativo y disruptivo para sorprender y desbordar la lógica política institucional para poder definir un terreno de juego propio. Sería bueno abandonar la acritud y el resentimiento, absolutamente improductivos. Y, sobre todo, desde la autoexigencia y la crítica serena, todo debe hacerse con mucha dignidad nacional. Sólo de esta forma «lo volveremos a hacer».

ARA