Desconfianza estratégica

Hu Jintao ha conseguido esta semana que en Washington se reconozca que el ascenso de China es inevitable. Barack Obama ha afirmado que “el ascenso chino es potencialmente bueno para Estados Unidos y para el mundo”.

El acreedor no duerme tranquilo, especialmente en los tiempos que corren. Pero tener deudas es un mal asunto. Y esto es algo que pasa entre las dos potencias que se disputarán la hegemonía en este siglo: China, que ha invertido en deuda pública estadounidense casi un billón de dólares, y Estados Unidos, que no puede renunciar al dinero chino.

Las deudas han tenido un papel decisivo en la historia. El escenario internacional sería muy distinto si no se hubieran producido las revoluciones americana y francesa, acontecimientos que introdujeron al mundo en la edad moderna. Y las dos revoluciones no fueron ajenas a las deudas. En la segunda mitad del siglo XVIII, Gran Bretaña se anotó diversas victorias militares sobre Francia, cuya derrota fue doble, ya que multiplicó las deudas de su Estado, atrapado entre la guerra de los Siete Años y la ayuda a los rebeldes norteamericanos. El enorme gasto hizo que en 1787 el Estado francés estuviera prácticamente en bancarrota: la deuda pública representaba el 80% del PIB. Jacques Necker, ministro de Finanzas, propuso entonces subir los impuestos, por lo que Luis XVI convocó los Estados Generales. El resultado fue la revolución. Y la victoria británica también resultó cara. Londres subió los impuestos a los colonos norteamericanos, quienes, molestos, se independizaron. Ahora, Jeff Immelt, director ejecutivo de General Electric, ha afirmado que la crisis financiera actual ha marcado el fin del dominio económico estadounidense y ha confirmado el inevitable ascenso de China.

Antes, cuando la deuda ahogaba, los estados no se andaban con chiquitas: o se negaban a pagar, mientras amenazaban, o perseguían a sus acreedores, como acostumbró a pasar con los judíos en Europa. Ahora, no parece que las deudas puedan saldarse de este modo.

Deng Xiaoping, el dirigente chino que abrió las puertas al capitalismo, expuso oblicuamente las metas de la geoestrategia de la ahora China emergente: “En primer lugar, oponerse a la hegemonía y a la política de poder y salvaguardar la paz mundial; en segundo, construir un nuevo orden político y económico internacional”. Es decir, una geoestrategia que, calificada en Pekín de “ascenso pacífico”, pretende reducir el predominio estadounidense sin caer en la colisión militar, ya que esta acabaría con la aspiración china de revisar la distribución del poder global.

La estrategia de Deng ha sido un éxito. No ha habido confrontación y China ya es un actor global. Pero si la dependencia mutua funciona, entre las dos potencias existe una “desconfianza estratégica”, según la expresión utilizada por un periodista chino que ha hecho fortuna en la prensa estadounidense.

Washington se queja del superávit comercial de China, del bajo valor de su moneda y de la violación de los derechos humano y de autor. También le preocupa que tense la cuerda en Asia: con Japón ha tenido un incidente marítimo por las islas Senkaku y con India rivaliza por el océano Índico (el paso del petróleo árabe). Y, como colofón, la reciente prueba del avión J-20, capaz de pasar inadvertido a los radares, ha sido interpretada como la evidencia de la rápida modernización militar de Pekín.

Los chinos también tienen motivos para quejarse, y no sólo porque les preocupe el valor de sus inversiones en la deuda pública estadounidense. A los chinos les obsesiona el apoyo de Obama al Dalái Lama, la venta de armas a Taiwán y la posibilidad de que se intente bloquear sus costas. Para Stratfor, un think tank estadounidense, la agresividad demostrada por China el año pasado se explica por el temor a que Estados Unidos le aplique una política de contención.

¿Está próximo entonces el final del ascenso pacífico? No lo parece, dada la dependencia mutua. Hillary Clinton lo explicó con una pregunta: “¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?” Y Henry Kissinger, cuyo realismo parece tener en cuenta Obama, se muestra feliz con la posibilidad de un escenario bipolar. A los sinólogos, en cualquier caso, no les faltará trabajo. Unos especulan con que el reconocimiento logrado por Hu Jintao en Washington le servirá para parar los pies a los neoconservadores chinos, que los hay. Y otros, como Fareed Zakaria en Time, se preguntan quién manda realmente en Pekín, si los dirigentes comunistas o los militares. Pero si la competencia es amistosa, las deudas están cambiando la geopolítica.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua