Comiendo lentejas y peras con vino en el patio interior de la Universidad Central de Barcelona el domingo, uno de los ponentes Joan Garcia González, experto en la termodinámica, dijo que lo interesante de la segunda Conferencia sobre el Decrecimiento era que había juntado colectivos sociales y académicos de procedencia diversa en el mismo foro.
Participaron en decenas de sesiones durante tres días para debatir lo que es indudablemente la cuestión mas importante del joven siglo. ¿Cómo conciliar el bienestar humano con el futuro del planeta?
Todos en la conferencia de Barcelona coincidieron en que la respuesta es abandonando el modelo económico que utiliza el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) como la meta primordial en la búsqueda de progreso y felicidad.
Todos coincidieron con el economista británico Tim Jackson de la Universidad de Surrey que resume la paradoja en su libro Prosperity without growth (Prosperidad sin crecimento), editado por Earthscan en noviembre del 2009 (puedes comprarlo en www.earthscan.co.uk/pwg). «Cuestionar el crecimiento mientras nos hundimos en una espiral descendiente de recesión parece el acto de un desequilibrado mental, un idealista o un revolucionario; pero es justo lo que tenemos que hacer», escribe Jackson.
¿Por qué? Porque el crecimiento necesario para cerrar la brecha del PIB per capita entre los países en desarrollo y los países ricos –el objetivo comprensible de países como China y la India- mientras las economías ricas crecen al 2 o 3% anual, no es compatible con un planeta de recursos naturales -sorbe todo energéticos- en fase de agotamiento, ni con un clima cada vez mas desestabilizado por las emisiones de C02.
Dicho de otra manera, si los gobiernos del mundo alcanzan sus objetivos de crecimiento a la vez que la población mundial suba de 6.000 millones a 9.000 millones antes del 2050, tal y como se prevé, las dimensiones ya gigantescas del PIB global tendrán que multiplicarse por 15. Ten en cuenta que desde mediados del siglo XX, un periodo en el cual el 60% de los ecosistemas se han degradado y se ha producido la mayor parte del calentamiento del planeta, el PIB mundial se ha multiplicado por cinco.
Tal y como se idea el futuro en los ministerios y organismos internacionales, el próximo medio siglo supondría un crecimiento tres veces mayor que el último medio siglo. No hay reducción de la «intensidad» energética del PIB ni «desacoplamiento» entre el crecimiento y el consumo de hidrocarburos que pueda con ese dato. Tampoco hay reservas petroleras en el Ártico o en el alquitrán subterráneo canadiense que puedan con ello. Es decir que, en ese escenario, tus nietos van a estar solicitando una plaza en la nave espacial sin billete de vuelta.
En eso, todo el mundo en la conferencia de Barcelona –y es su gran mérito frente a G20s y cumbres de Copenhague- estába de acerado. Pero como movimiento cohesionado para elaborar una alternativa, políticamente atractiva, Barcelona –al igual que la primera conferencia del decrecimiento en Paris hace dos años- dejaba mucho que desear. «Incluso el término decrecimiento no parece el mas acertado cuando se trata de ganar apoyo a la creación de un mundo alternativo», dijo Saamah Abdallah, del New Economics Foundation en Londres.
Desde luego, era fascinante ver a los filósofos y otros intelectuales del decrecimiento, principalmente italianos y franceses con algún español, debatir -bajo el lema intelectual del guru de la «decroissance» Serge Latouche «Decolonisons l´imaginaire» (descolonicemos la imaginación)- con economistas , principalmente británicos y estadounidenses, abanderando las ecuaciones matemáticas de la dismal science, la ciencia gris y deprimente que son las económicas.
Una sesión a la que asistí parecía en encentro del FMI con los pintorescos tertulianos de la taberna Aurora Roja en la novela de Pio Barioja sobre anarquistas en Madrid al inicio del siglo XX.
El objeto de la sesión era debatir cómo elaborar modelos macroeconómicos que pueden permitir estudiar la dinámica de economías que no crecen, una tarea inconcebible para un economista convencional. Peter Victor de la Universidad de York en Toronto y otros economistas anglosajones buscaban maneras de incorporar a lso modelos de previsiones ortodoxos nuevos indicadores de bienestar social, el valor del ocio o la decreciente productividad del trabajo aburrido. Pero todo esto se tachó de cientificismo burgués cuando un filosofo del continente irrumpió en la sala y dijo. «¡Si todo lo que se puede disfrutar no puede ser cuantificado¡»
Hubo otra difícil convivencia, entre aquellos jóvenes defensores del decrecimiento –alemanes, en muchos casos- que ponían cara de póquer en el momento en el que se hablaba de Keynes, Roosevelt o el New deal, por un lado, y los otros –estadounidenses o británicos otra vez- de mediana edad que ven la unica esperanza por el momento en el New Deal Verde.
Para mi, la cuestión clave para el futuro de un movimiento político que busque alternativas a la insistencia ciega de los gobiernos mundiales en seguir elevando el crecimiento del PIB hasta sus limites catastróficos, es si estas dos últimas corrientes pueden ser conciliadas.
Jackson –un puente entre las dos- plantea que, aunque sean pro crecimiento, las políticas de estímulos verde –fuertes inversiones en energías renovables y eficiencia energética, transporte público , ciudades sostenibles- pueden reactivar las economía tras la recesion a la vez que generan empleo.
Esto sentaría las bases para la adopción posterior de políticas destinadas a bajar el crecimiento en los países ricos sin provocar desempleo masivo y malestar social. El objetivo final será una economía en estado estacionario, como la que John Stuart Mill se imaginaba hace 200 años y que, dicho sea de paso, Ramon Tamames discutía con simpatía hace 30, tras la primera crisis petrolera en su libro «Ecología y desarrollo: la polémica sobre los limites al crecimiento» (1979).
La cuestión de una transición con crecimiento y creación de empleo hacia un objetivo final de no crecimento, o incluso decrecimiento, es crítica. Utlizando una metáfora quasi bíblica –aunque no se de qué Biblia-: «Para cruzar el río hasta la orilla en frente quizás tenemos que ir en sentido contrario para llegar primero al puente».
Porque , aunque algunos de los latouchianos en Barcelona parecían alegrarse de que la crisis actual haya traído un decrecimiento de facto, otros recordaron la frase de Herman Daley, el veterano economista medioambiental estadounidense : «No es lo mismo quedarse estacionario en el aire si estás en un avión averiado que si estás en un helicóptero». Y el miedo a caer en llamas no es el mejor sentimiento ante un cambio radical de comportamiento respecto al consumo y el crecimento de la renta.
En cualquier caso, el reto es inmenso. Victor ha elaborado el único modelo macroeconómico diseñado hasta la fecha para calibrar exactamente lo que haría falta para lograr un decrecimiento del PIB mundial hasta niveles compatibles con la protección del medio ambiente. El modelo dibuja un escenario en el año 2050 –con población mundial de «sólo» 8.000 millones- en el cual el PIB mundial hubiera caído hasta un nivel compatible con el futuro del planeta.
Incluso permitiendo que los canadienses manutuvieran una renta media cuatro veces mayor que países como China y la India, «el canadiense medio tendría que volver a la misma renta media per cápita que la de 1976, una cuarta parte de la actual», dijo. Lo mismo , más o menos valdría para Europa y España.
Cuando Victor explicó este resultado lamentando que no sabía si resultaría políticamente posible vender un programa que supusiera restar al ciudadano medio tres cuartas partes de su renta, otro participante respondió: «Pero esto va a pasar aunque no hagamos nada», en referencia al impacto de peak oil, del agotamiento de recursos y del cambio climático. Bienvenido al siglo XXI.