De la historia y el recuerdo que nos robaron

El juramento de fidelidad fue norma obligada desde Fernando Trastámara. Se obligó a jurar con coacciones para poder residir en Navarra, conservar los bienes y la hacienda en su tierra, y mantener los puestos y oficios. En la multitud de documentos a consultar se comprueba que, quienes optaron por la resistencia, no se citan como navarros: fueron infieles, excomulgados, cismáticos, amigos de los franceses, venidos con ellos, incursos en crimen de lesa majestad, desobedientes, rebeldes, etc.

Es decir que para ser tratado como navarro, había que haber jurado lealtad y obediencia al rey «natural», el católico o luego a su nieto, el César. Fue la forma de eliminar resistentes de su posición social, doblegando voluntades mediante la coacción de exigir el juramento. Un acto elevado a necesidad para ejercer oficios y poder disfrutar de los bienes y hacienda sin el temor de que pudieran ser confiscados.

 

Desconocemos siquiera el número de los ajusticiados en cada momento de las represiones, paralelas a los intentos de recuperación de la libertad del reino en 1512, 1516, 1521-22 y 24, y los que en consecuencia de la persecución, hubieron de elegir el exilio. Caído el castillo de Amaiur, aún combatía el párroco de Almandoz en guerrilla, frenando los suministros a las tropas establecidas el año 1524.

 

Familias enteras no volvieron a Navarra, como los Ezpeleta, los Tristán de Beaumont o los Olloki. De éstos últimos, uno de sus hijos murió en Italia, y otro combatía por el rey francés como capitán en la muga de Baztan el año 1542, lo que conlleva a pensar que cuando se exilió, lo hizo con sus adeptos, como solía hacerse.

En los años 30, el notario Fernando de Roncesvalles, el señor de Agramont, Sancho de Yesa, Bartolomé Mauleón, Peretón de Garro y Martín de Ozta reclamaron bienes confiscados, viviendo fuera de Navarra. No consiguieron recuperarlos, pero son prueba de la existencia de familias enteras en el exilio.

 

En resumen, los perdones se otorgaron en castigo para los excluidos, y previo reconocimiento personal de culpa de los perdonados, aceptando las condiciones de obediencia. Así se dieron plazas fuera de Navarra como destierros dorados y destierros sin más, con los que homogeneizar el imperio. También para eclesiásticos. Francisco de Navarra fue de obispo a Valencia y el doctor navarro, a la Universidad de Salamanca. Obispos navarros en su tierra, ninguno. Todavía reciente, los navarros Goñi Gaztanbide o Jesús Lezaun se hallaban vetados para el obispado. El actual, además de extranjero, es vicario castrense.

 

Tratamos de mantener el recuerdo de quienes lucharon a favor de la liberación de Navarra como comunidad social diferenciada, ya que su memoria ha sido amnesiada, y es de justicia recuperarla del olvido.

 

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