El independentismo se mueve en una pulsión dialéctica entre un esencialismo identitario que nos puede llevar a la marginalidad y la dilución de la identidad catalana en nada por necesidad de ampliar la base. Sufrimos esta dicotomía donde la solución buena implica no dejarse arrastrar por las corrientes peligrosas del identitarismo pero tampoco diluir tanto los elementos que nos hacen identificar como catalanes que dejemos de ser un movimiento de liberación nacional y pasemos a ser un 15- M más.
Tenemos propietarios de la verdad suprema de todos colores, desde apologetas que nos recomiendan hacer un discurso identitario español para «sumar» a parte de los catalanes, hasta grandes gurús academicistas que nos recomiendan ser los más nacionalistas de todos. Ambos tipos de sabios se equivocan de lleno.
Los primeros obvian que un movimiento independentista se construye alrededor de una mayor identificación política y nacional con un pueblo, en este caso el catalán, que con otro pueblo, el español. Si no entendemos que hay elementos de identificación nacional tras este proyecto no estaremos entendiendo nada.
Estos elementos de identificación no deben ser necesariamente identitarismo catalán. También se pueden construir alrededor de elementos de carácter social y de libertades políticas. Pero no podemos evitar hacer «construcción nacional», un relato nacional y construir elementos de identificación nacional. Dejar de lado u obviar elementos de esta identificación como puede ser la lengua catalana creo que es un grave error.
Los gurús de hacer más nacionalismo cometen dos errores. El primero es obviar que el término nacionalista es un término requemado, no sólo por la academia, sino en el imaginario público de toda Europa. El nacionalismo en Europa se encuentra asociado a identitarismo, a xenofobia, a una extrema derecha rancia y a un regionalismo de corto vuelo, si no más directamente a los totalitarismos del siglo XX.
Quién nos recomienda liderar el término ‘nacionalista’ sólo lo puede hacer desde una ventana tan estrecha que no ve más allá de su patio. El segundo error es perder lo que realmente hace fuerte el movimiento nacional catalán: que la adscripción al pueblo catalán y a la identidad catalana es voluntaria. A diferencia de otras identidades nacionales, como la española, donde el peso de la familia y el origen es mucho más importante, hemos hecho que ser catalán sea algo voluntario y que nadie nos lo puede negar.
Sea como sea, entre identitarios y los que hacen un españolismo independentista nos podríamos encontrar o bien haciendo normas sobre reparto de carnés de catalán por un lado o haciendo más bien construcción nacional española, que poco sentido tiene con un proyecto de liberación catalán. Entre unos y otros hay un espacio muy amplio de grises que nos permite hacer un discurso social, nacional y político muy amplio que incluya a la mayoría de catalanes y que además no diluya los elementos de identificación con el pueblo de Cataluña.
EL PUNT-AVUI